Padre de los gritos

Palo Pandolfo, en vivo en el Festival Invernal de la Cerveza.
Por Leonardo Pez
Foto: Leo Abalos
I. La carpa ruge al calor de los presagios: una AM, calor,
luces, movimiento. Los cinco hermanos salen a escena. Mariano, Alito, Gerardo y
Carlos vienen a cantar las historias de Palo, el mayor de todos. Se iban los
80, cuando un joven y enrulado muchacho gritaba “Tarado y negro” con una voz de
ultratumba. Parecía a contramano, de otra galaxia, diferente. Es que en tiempos
de la new wave, era más “esperable” o corriente, su canción “Ella vendrá”, obra
de una oscuridad incuestionable pero con una impronta hitera que sirvió para
que Don Cornelio y la Zona
hiciera ruido en el ambiente rockero de la época. Después, vino la década de la
canción: la fidelidad hacia una lírica oscura y densa lo arrimó a “visitar”
otros géneros como el tango, sin dejar de experimentar nuevas voces y registros
desde las llanuras de la bossa, del pop-rock, del reggae. Lo que no puede
negarse es que Palo Pandolfo fue siempre un cantor en movimiento, trazando su
camino con sangre y tensión, alumbrando desde la contradicción del ser,
sabiendo que el amor es la base de la creación, pero que a veces el odio
destraba. Después de una incursión hedonista en el “antojo” de la
función-intérprete, Roberto volvió al oficio, a la orfebrería de la canción,
como dice un amigo. El año pasado editó Esto es un abrazo, junto a sus cuatro
hermanos. Esta y otras ofrendas vino a traernos a nuestra calurosa Santa Fe.
II. Cuando venimos al mundo, aprendemos la libertad
gritando. El grito es la expresión primera, no racional, autóctona y
autodidacta. De alguna manera, nacemos hijos y vamos pariendo acordes, símbolos
que requieren una interpretación, damos a luz sonidos inquietantes. Palo
Pandolfo, además de cantautor, es “padre de los gritos”. La trayectoria del
poeta nacido a mediados de los 60 se desliza permanentemente entre las
tensiones de la palabra: como refugio o como incertidumbre. Al trovador que
desdobla y desgarra el universo de lo dicho, al Girondo del rock argentino, se
le suma el hombre que le canta una balada a sus hijas, y en el medio de ambos
sobrevuela el desenfado y la furia del cantante de rock. El recital del
viernes  22 fueron 86 minutos (segundos
más, segundos menos) de convergencia de estos tres Palo Pandolfo. El repertorio
fue un juego bastante equilibrado entre los 80/90 y los 2000, o sea, entre las
carreras en banda y como solista. A vuelo de pájaro (como dijera Birabent),
podemos hablar de “Tazas de té chino”, el opus romántico “La misma suerte”,
“Tanta trampa”, “Dame luz” y la inagotable “Ella vendrá”. Decir que lo que
ocurrió entre la una y las 2:56: dieciséis canciones, una zapada sobre la base
de Marley y el movimiento de un grupo de contorsionistas vestidas de negro
sería un ejercicio injusto de la evocación. La música y la poesía nunca nos
perdonarían un desplante así.
III. Sabina, un obrero de la canción, hace tiempo hablaba de
romper la canción. Palo Pandolfo, al igual que otros cantautores y agrupaciones
nacionales (Bochatón, Moretti, Aloras, Bléfari, Superlasciva, etc.), se mueve
en el fangoso terreno que hoy se da en llamar “género-canción”. La propuesta no
puede reducirse simplemente a la combinatoria de una “lírica florida” y de una
“música-que-conmueva”. El cantautor es alguien que cuenta lo que pasa y lo que
le pasa, lo cuenta cantando y gritando, lo dice porque es la única forma de sentirse
vivo. Pandolfo asume el dolor del tango, la energía de la Pachamama, la furia del
rock y la  alegría del sol, y desde ahí
construye/destruye la canción. Decimos que construye porque crea, incorpora y
revela. Destruye, sí, cada vez que se rebela (con la otra “b”) y reclama más
humanidad y más amor. Porque este poeta oriundo de Buenos Aires sabe que la
“rutina caracol” es el mayor peligro, la peor de las alienaciones posibles. Y
de ella hay que librarse escribiendo, cantando y gritando como, cuando niños,
queremos denunciar el peligro de lo desconocido.
Rock and roll y cervezas
El Festival Invernal de la Cerveza conjugó en sus dos
fechas (22 y 23 de agosto) a la buena música con un público ecléctico, que
quizá por primera vez abrió sus oídos a las estrellas locales: todo un acierto
entonces.
En el predio de la
Rural, tres carpas cobijaron a los amantes de la cerveza. A
cada lado, la bebida y los puestos de comida; en el centro, las mesas y el
escenario. Puntos para destacar: la delicada potencia de la Irish Red de Cerveceros
Santafesinos y los choripanes de Paladar Negro Clásico. Quizá resulte pueril
resaltar un choripán, pero la calidad de ese chimi fue memorable.
De a poco, los bebedores, concentrados en la tarea,
comprendieron que el vaso se puede trasladar para así poder lograr una mejor
aproximación al escenario. Las performances de Tristán Ulla –el rocker
guitarrero y cantante que fuera fundador de La Cruda– el primer día, y de Particulares Rockin’Orquesta y Los Todopantalla, el segundo día, lograron movilizar a los
advenedizos y cosechar merecidas vítores. Los Particulares parecen salidos del
serial motoquero Sons of Anarchy. Su rock clásico cobija un espíritu rutero,
lleno de calle y cabaret. Y Los Todopantalla inundaron el lugar con su erótica
cadencia de brit pop litoraleño. Nico Cota, que cerró la última fecha, hizo explotar
las caderas con su neofunk, curtido por su trayectoria junto a toda la familia
Spinetta.

En Pausa #140, miércoles 27 de agosto de 2014. Pedí tu
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