Pelé en Unión

Variopinta, por Federico Coutaz
Era el año 97 y Unión estrenaba una misteriosa
incorporación: Nii Lamptey, negro, rápido y habilidoso. El futuro se dibujaba
como promesa, pero duró sólo seis partidos. Misteriosamente como llegó, se fue.
Después supimos que su hijo bebé se había enfermado y que murió en un hospital
de Buenos Aires.
Una vez escuché que se había suicidado: falso, aunque
motivos no le habrían faltado. Transcribo algunos datos de su biografía.
Nació en Thema, Ghana, en 1974,  padre alcohólico, palizas y torturas,
abandono de su madre. Dormía en la calle, casi no iba a la escuela. Un club
musulmán le ofreció alojarlo, se convirtió al Islam y aumentó el odio del
padre, quien, a la costumbre de ir a insultarlo a las canchas, sumó la de ir a
la mezquita a provocar peleas en la hora de la oración.
A los 14 años ganó el mundial sub 17 y fue elegido mejor
jugador. El rey Pelé dijo que sería su legítimo heredero (curiosamente, Nii
significa Rey). Pero por entonces no pensaba en tronos, sino en escapar y lo
consiguió, viajando como ilegal  (la
federación Ghanesa había confiscado su pasaporte).
Llegó al Anderlecht de Bélgica, donde no le creyeron que era
él y le hicieron una prueba con jugadores profesionales, al rato se
convencieron. A los 15 debutó y brilló en la liga de Bélgica. Jugó en la
selección sub 20 y en la mayor. Pero Nii entendía poco el inglés, no sabía leer
ni escribir en ningún idioma y cayó en las garras de Antonio Caliendo que le
hizo firmar un contrato de esclavo, alquilándolo constantemente a cualquier
club. Así, pasó por Holanda, Inglaterra e Italia donde no le fue bien. En la
copa de África, lo culparon del fracaso de la selección y no lo convocaron más.
En un partido vomitó sangre y creyó que era víctima de magia negra (¡leer
“Buba” de Roberto Bolaño!).
Llegó a Unión, cedido por Boca, llamó Diego a su hijo. Las
autoridades de Ghana no lo dejaron enterrarlo en su país.
Después de un tiempo jugó en Alemania, donde sufrió todo
tipo de racismo, hasta un compañero se negó a compartir habitación con él. Su
hija Lisa murió de la misma enfermedad que Diego y también tuvo que enterrarla
en tierra extranjera y hostil.
Jugó en Turquía, en Portugal y en China, donde por primera
vez se sintió querido. Volvió a Ghana a terminar su carrera.
Si algo de angustia faltaba en su vida, supo que ninguno de
los tres hijos vivos que tenía eran de él.
Pese a todo –y como en Hollywood– hoy espera un hijo
biológico con una nueva pareja, tiene una granja y fundó una escuela secundaria
para 400 chicos. Cada salón tiene el nombre de los países y ciudades donde
jugó, diez países en cuatro continentes. En el segundo piso, una de las aulas
se llama “Argentina, Santa Fe”.
Publicada en Pausa #146. Pedí tu ejemplar en estos kioscos
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