Certidumbre

Variopinta, por Federico Coutaz
A la historia me la contó mi tía Silvia. A la historia, dice
mi tía Silvia, la contaba mi bisabuela. Mi bisabuela la contaba, según mi tía,
con nombre y apellido de las protagonistas y con el nombre del lugar donde
vivían, posiblemente ciudad y barrio. Mi tía olvidó los nombres de ellas y al
nombre del lugar creo que lo olvidé yo. Podría perfectamente elegir dos nombres
que me suenen acordes, podría decir, por ejemplo, que se llamaban Gertrudis y
Margarita o Matilde y Estercita y algún apellido más bien resonante como Álzaga
o Argüello, pero me parece que sería traicionar en algo la memoria de mi
bisabuela, quien, dicho sea de paso, se llamaba Genoveva y le decíamos Veva,
aunque ahora que lo escribo pienso que yo siempre dije Beba. También sería
menospreciar la veracidad de la historia, hecho que mi tía Silvia garantiza con
su palabra.
Lo cierto es que eran dos mujeres grandes que vivían solas
en una casa más bien grande. Las dos mujeres eran hermanas y, entre otras
cosas, tenían por costumbre, al menos una de ellas, revisar periódicamente la
casa, especialmente los placares y debajo de todas las camas. El procedimiento
tenía por objetivo descartar o confirmar la presencia de algún ladrón oculto en
alguno de esos sitios. Todos los días de todos los años, al levantarse y cuando
volvían de hacer alguna compra o de trabajar o de pasear, y antes de ir a
dormir, las mujeres, o sólo una de ellas, revisaban o revisaba toda la casa, en
especial los placares y debajo de todas las camas.
Todos los días, todas las tardes y todas las noches, la
pesquisa arrojó resultado negativo y no por eso las mujeres o una de ellas
abandonaron o abandonó ni una sola mañana, ni tarde, ni noche la persistente y
metódica revisación, aún en tiempos en que imagino que la palabra inseguridad tenía
connotaciones bien distintas a las que tiene hoy.
Tal como ya es de preveer, hubo una mañana o tarde o noche
en que, cuando una o las dos mujeres revisaba o revisaban toda la casa y los
placares y debajo de todas las camas, encontraron o encontró debajo de una de
las camas, a un hombre, presumiblemente un ladrón, que estaba escondido ahí.
La mujer, que no llamaré Gertrudis ni Margarita, al ver al
ladrón, le gritó sin sorpresa: “Sabía que un día te iba a encontrar, toda la
vida te busqué”.
Publicada en Pausa #150, miércoles 25 de marzo de 2015.
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