El contagio

La calle, por José Luis Pagés
El pensamiento público merece un análisis detenido, así que
el Señor Secretario nos ayuda a interpretar el mensaje del día.
Todos llegamos a las seis cuando el Prefecto de Disciplina
toma asistencia y nos revisa el cuello de la camisa, el largo del pelo, uñas y
orejas. A las siete se enciende la pantalla y aparece Nuestro Guía Espiritual
con su chaqueta blanca y sus galones dorados. Apenas termina el discurso el
Secretario repite los párrafos salientes y a uno u otro pregunta si entendió
bien. Recién entonces el Ordenanza en Jefe llega con el mate y nosotros
hablamos de cualquier cosa para ayudar al paso de las horas.
Los compañeros nos turnamos para ocupar una silla, atender a
las visitas o asomarnos al balcón que da a la Plaza del Pueblo.
La gente que sube la escalera olvida en el camino el motivo
que la trajo al mostrador. No saben decir para qué nos necesitan de modo que
nosotros no sabemos qué podemos ofrecer. De cualquier manera los recibimos con
una sonrisa y los despedimos con una palmada. Se van agradecidos y prometen
volver.
Esa es nuestra rutina mientras charlamos todo lo que nos
viene en gana con la más absoluta libertad.
Pero hoy todo fue diferente, tan diferente que me quedé
pasmado. El Gordo Díaz, que siempre estuvo entre los primeros, llegó a media
mañana.
—Tarde –observó el Señor Secretario.
Agitado y sudoroso el Gordo se justificó:
—Cuando venía para acá vi cómo agarraron al cadete del
almacén y a pesar de los gritos “¡Soy el Carlitos de acá a la vuelta!”, se lo
llevaron igual.
—¿Quiénes hicieron eso? –se alarmó el Secretario.
—¡Esos de Ética Ciudadana lo engancharon al Carlitos!
—¡Usted no vio nada, no me venga con pavadas! –bramó el
Secretario.
—No, no… le juro que vi cómo lo agarraban de los pelos y lo
molían a palos.
—¡Silencio!
—Yo… –insistió el Gordo, pero el Prefecto de Disciplina
escoltado por el Ordenanza en Jefe lo retiró por la fuerza.
Luego, lejos de buscar la escalera, el grupo giró a la
derecha y se encaminó a la boca de un ascensor que se pagó, pero no se instaló
nunca.
Mentí, dije que estaba en el baño cuando ocurrió el
incidente y así pude salir. A los otros, a esos que vieron y escucharon, los
inyectaron y dejaron en cuarentena.
Publicada en Pausa #149, miércoles 11 de marzo de 2015.
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