Fiesta actoral en Finlandia

La dramaturgia de Ricardo Monti encuentra una convincente puesta .
En la penumbra de la sala se adivinan algunos espectros. La
ingeniería necesaria para hacer entrar todas las sillas posibles se justifica
con dos causas evidentes: la primera es que el tiempo de tolerancia se agotó y
que Finlandia está a punto de comenzar; la segunda, es que es su última función
de esta seguidilla de marzo en la 3068 (San Martín 3068). Cuando están todos
acomodados y la puerta de ingreso se cierra, ya estaba sucediendo. Es que la
propuesta escrita por el dramaturgo Ricardo Monti, como el teatro todo e
incluso como cualquier otra puesta artística, antes que plantear situaciones
inéditas, se remonta a re-presentar problemas ya en curso (y, por ponerlo así,
de solución imposible): el ejercicio del poder, la conciencia de clase, los
parámetros adecuados para la imposición de justicia, el amor, el erotismo, la
identidad nacional.
Una pareja de hermanos (Flavia del Rosso y Cristian Buffa)
que da cuenta de un estado permanente de trance, librada de pudor, sostiene la
condición expectante del público durante los 70 minutos que abarca la obra.
Lévi-Strauss y sus reflexiones acerca de la dualidad cultura-naturaleza –en el
caso concreto del incesto– encuentran resucitada la polémica mientras los
Mezzogiorno (“mediodía”, en italiano) esquivan y aciertan los resplandores del
escenario diseñados por el propio Buffa, en conjunto con Federico Toobe y Rubén
von der Thüsen. Precisamente este último, figura saliente del teatro local, es
el que presta su cuerpo para Beltrami, un militar que durante la noche previa a
la batalla definitiva siente caer sobre sí el peso del deber ser, mandato que
es cuestionado por los demás personajes lindantes.
El despliegue corporal y escénico del elenco de Finlandia es sobresaliente en la apuesta de darle carne a la angustia y el sexo.
La madrugada acaece sin precisión geográfica, mas un
recorrido dantesco hace tambalear la seguridad íntima de un imponente Beltrami
(vestuario –Cecilia Mazetti– y maquillaje –Solange Vetcher– aportan mucho), al
que a la llegada del alba le tocará dictar el destino de una pareja de
enamorados que escandaliza a la patria.
La analogía es casi manifiesta: la historia de Camila y el
sacerdote jesuita Ladislao, polémico y trágico romance que contribuyó a la
caída de Rosas, es la referencia elegida para la obra cuya puesta en escena es
trabajo de Marina Vázquez. Mientras tanto, Polilla (Hernán Rosa) es un ayudante
que desnuda sus emociones e intenta echar algo de luz sobre su contrariado jefe
militar.
La ya conocida promesa de “fiesta de la actuación” es acaso
modesta, pues hay varios elementos que colocan a los actores como vencedores
del desafío que implica un libro con una letra frondosa. La palabra se erige
como el recurso clave, que exige tanto la pronunciación verborrágica,
ítalo-española, poética y musical de los Mezzogiorno, como la firmeza en jaque
de Beltrami y el cálido ensayo de Polilla que sale y entra de escena como un
mensajero de aquello que no está a la vista.

La coreografía (también de Mazetti) de los personajes no
deja blancos ni siquiera cuando se refugian en el espacio sombrío. Lucas
Ruscitti (diseño y realización del atrezzo), Agustín Falco y Laura Mó (diseño
gráfico, prensa y difusión audiovisual) son los nombres que completan la lista
del Grupo Finisterre, que no contento con el éxito de las temporadas
anteriores, se tomará sólo un mes de descanso para volver al ruedo en mayo. Las
funciones se retomarán entonces, el próximo mes en La 3068.
Publicada en Pausa #151, miércoles 8 de abril de 2015.
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