Sin título, ni nada

Variopinta, por Federico Coutaz
Lo primero es el ínfimo chispeo de una pava en el fuego. Es
madrugada de lunes o martes, ruidos lejanos, como efectos sonoros y mucho
sueño. Después el mate humeante, los cigarrillos, los apuntes desparramados en
la mesa y tu risa rebotando en el eco de la noche. Esa carcajada que rompe la
charla susurrante. Si caía yerba en la fotocopia, ya estaba, por las dudas, las
velas de Nidia, puro amor.
Mañana en el garaje, otro mate, los criollitos y alguien
llega a cada rato. Un rayo de sol entra por las claraboyas y se enreda en tus
rulos.
Una vez caminábamos tarde, volviendo de los bares y nos
bardearon desde un balcón, yo les leí a los gritos unas páginas de ese libro
espantoso (que por respeto y superstición no puedo nombrar), alguien se asustó
y agitaba para que nos fuéramos, vos te reías con ganas, te reías sin parar y
la vida era así, ridícula y divertida.
No entiendo cómo, pero te me morís a cada rato. Sacudo la
cabeza, me rasco, puteo y nada, tu nombre y nada. Silencio. Vacío. Silencio. Un
abismo sin música ni luz, ¿te acordás?
A veces me exasperaba tu generosidad sin límites, tu
generosidad sin vos. Pero es cierto que supe aprovecharme y que te debo tanto
que prefiero no hacer cuentas.
Los diarios hablaron de vos y no cantamos. Tus dedos largos,
tu abrazo fuerte. Tus ojos rojos de llanto apenas.
Y todas las fotos que tanto odiabas,  qué tiempo raro… Me guardo la tuya, tapándote
la cara, como una boluda, como siempre…
Escuché o leí “hondo pesar” y “última gira”; cómo nos
hubiéramos reído. Fue un verdadero éxito el velorio, lo sabías. Hasta llovió y
hubo sol, arco iris y luna azul, ¡caete de culo!
Cómo te quiero, la puta madre, cómo duele, dónde estás.
Publicada en Pausa #159, miércoles 12 de agosto de 2015
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