El sabor del encuentro

Santa Fe, territorio de ficciones. La escritura de la poesía
en nuestra región, analizada en su relación con el campo editorial y el canon.
Por Larisa Cumin (*)
El otro día sentados en un bar de Bulevar y Rivadavia,
mientras mirábamos cómo un pino resistía a ser engullido por el bache, Ariel
nos contaba que tiene un amigo publicista que rajó para los Baires y que cada
vez que vuelve le señala que el slogan del néctar del cual nos alimentamos es
la explicación del ser santafesino: “Así somos, así nos gusta”. Una especie de
conformismo y orgullo.
Una reconocida figura de las letras rosarinas se preguntó
afirmando si será por el  paisaje  que los santafesinos hacemos una literatura
llana. No tenemos el Panará, pero acá las barrancas se hacen en el asfalto,
doña, si hasta los puentes se caen.
Qué es la literatura santafesina es algo que se pregunta
mucha gente que no es de acá. De acá es la poesía que hacemos y los porrones
que nos tomamos. Voy a limitarme a hablar de poesía (con perdón de la
narrativa) porque ésta es siempre un campo que está por hacerse, y es ahí donde
juega la palabra propia y donde nadie gana.
La poesía santafesina actual es algo que no está. No está en
las aulas de literatura, ni en la
UNL a pesar de que la mayoría de los poetas que la vienen
moviendo ya hace un tiempo hayan pasado por ahí: Callero, Moscovich, Bitar,
Venturini, Giordanino, Radilov Chirov, entre otros. No está en la escuela: el
libro de poesía 30.30 de la Editorial Municipal de Rosario (2013) que
antologó treinta poetas argentinos menores de treinta años entre los que
figuran dos grandes santafesinos (Santiago Pontoni y Rosina Lozeco) fue  donado por el Ministerio de Educación de la Nación  junto a otros libros de poesía a todas las
escuelas del país y en muchas duerme al fondo de una caja; con suerte en la
biblioteca. ¿Es el último estante el lugar de la poesía? Paradójicamente muchos
de los docentes de Lengua y Literatura no se animan a dar poesía contemporánea
local (a veces se arriesgan con alguna novela juvenil ya aceptada por la
crítica porteña) argumentando que de eso no conocen. Esa es la misma excusa que
sostienen varios organizadores de ferias, festivales y concursos literarios de
Santa Fe a la hora de instituir un canon (toda decisión es política) y se
olvidan bastante seguido que lo más importante es jugar de local. Algo parecido
le pasa a la crítica. Nos deslumbramos con el primer brillito porteño que viene
a comer pescado como si el morfi fuera lo único que tenemos para ofrecer, y su
palabra y pose algo que venerar y acatar.
La poesía santafesina no está fija en ninguna parte, es algo
difícil de nombrar y que sin embargo nos está diciendo. Está en un constante
movimiento que va de editoriales independientes, talleres, lecturas,
etcétera. 
La mayoría de los poetas contemporáneos de nuestra ciudad
publica en editoriales independientes locales o no: Ivan Rosado (Rosario),
Diatriba (Santo Tomé), Gigante (Paraná), La gota (Santa Fe), Corteza (Santo
Tomé), Pariente Editora (Paraná), entre otras. Estas editoriales a su vez
llenan las mesitas de las ferias que se organizan en las lecturas y encuentros
de poesía nocturnos donde la espuma que rebalsa del vaso de litro acaba para
siempre con el gesto de las piernas cruzadas y la cucharita chocando contra la
taza. Acá se lee sin escenarios, sin velas, se lee lo que se está produciendo,
y se aplaude y se chifla como en un recital.
Las tiradas de libros de poemas suelen ser de pocos
ejemplares, nadie escribe ni edita poesía esperando ganar mucha plata. La
poesía es algo que se banca con el deseo y está en el diálogo, el de los poetas
que se escuchan y se leen. Está en los grupos de gente que se organiza para
armar lecturas, eventos, ferias desde abajo. Está en las plaquetas y fanzines
que se venden por pocas monedas. Está en el ir y venir de los poetas que cruzan
el río (aunque no siempre lo nombren) 
para ir a a leer, escuchar, dar o tomar talleres. Eso de las fronteras
es un tema difícil y hoy hay muchas formas de atravesarlas: Santoto, Paraná,
Concordia, Rosario, Avellaneda, Reconquista, Sunchales, Buenos Aires, Córdoba,
están  también presentes en la  poesía local.
Muchos de los poetas locales dan talleres de literatura: en
librerías, en su casa, en barrios, para adultos, para jóvenes, para gente que
escribe o no, para niños y niñas; o dan clases de lengua y literatura. La
poesía y la docencia son dos cosas que no pueden pensarse separadas, si es que
se siente al acto de enseñar como algo por hacerse, nunca determinado y como un
constante aprendizaje y hacer con otros. La poesía es una práctica que no
sucede sólo en la soledad de un escritorio y una computadora. La poesía es
encuentro. Los poetas jóvenes leen y se encuentran con los que ya hace un
tiempo vienen escribiendo. Los poetas contemporáneos leen a sus antecesores
(algunos de los cercanos espacialmente: Ortiz., Urondo, Zelarayán, Inchauspe) y
los reescriben para pasar la posta. Los ríos ya no nos atraviesan, nosotros los
atravesamos: “Lo que hacen esas garzas con sus reflejos/ yo ya lo aprendí a
hacer en Corel”, escribió el Fer pensando en Juanele.
(*) Docente, escritora integrante del clan poético La Chochán.
Publicada en Pausa #161, miércoles 9 de septiembre de 2015
Pedí tu ejemplar en estos kioscos
Foto: Héctor Bruschini

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí