Hoy anduve por la ciudad como una loca. En mi autito verde por las calles con el escape medio limado. Bruuum bruuum el autito verde. Marchando a 60, esquivando autos.
Primero fui a la Biblioteca Pedagógica, después a Villa California y Rincón. Luego de nuevo al centro, al Normal. Y al shopping. Todavía después a María Selva, y finalmente a mi casa.
Entré el autito verde a la cochera al final del día. Ninguno de los dos tiene ganas de volver a salir.
El Beto me recibe; él, por el contrario, estuvo encerrado todo el día tras los barrotes que dan a la calle ruidosa.
Aunque los dos necesitaríamos un poco de ejercicio, sólo atino a darme una ducha caliente, abrirme un porrón, y sentarme a escribir en la cama. Somos dos animales estresados.
Yo hoy con mi autito verde pasé al lado de arroyos, bañados, sobrevolé lagunas arriba de los puentes. Brum brum, hay que llegar a horario.
Allá abajo, en el agua, entre los camalotes, los carrizales y el barro, las garzas, los carpinchos, los teros y las brujas me escucharon pasar.
Vivo en un barrio nuevo, ahora. El barrio más urbano en el que haya vivido en mi vida. Muchos autos, avenidas, carteles. La laguna lejísimos. Nunca en toda mi vida viví tan lejos de la laguna.
Claro que me hace falta, pero también trato de ver las cosas interesantes y nuevas de mi vida mediterránea.
En los últimos pocos años, sin buscarlo, con todas las mudanzas, fui conociendo y curtiendo mucho más de Santa Fe que en toda mi vida anterior. Y eso que me faltaría conocer bocha. Del noroeste conozco poco y nada.
Pero estos últimos años anduve descubriendo los barrios por los que antes pasaba el tren, al borde de cuyas vías ahora florecen improvisados jardincitos, y con la última gestión radical, renovados espacios verdes con unos senderos de cemento que sepultaron para siempre la memoria de las vías; bancos de cemento y madera, graffitis y murales en las paredes, una que otra virgencita.
Publicada en Pausa #163, miércoles 14 de octubre de 2015