El complejo tiene forma de B invertida, orientada de norte a sur. La recepción está a la cabeza, la salida de ambulancias y las reservas de oxígeno en la base. Una de las panzas: la administración; la otra, el gimnasio. Ambas de cristal tonalizado. Y entre ellas, dos corredores largos de pulcro porcelanato blanco, como naves de una iglesia: el ala 1 y el ala 2, separadas por dos patios internos con un jardín rodeado de cristales que ilumina los pasillos y cada uno de los offices donde se concentra el personal de enfermería. Frente a ellos, hacia ambos flancos de la construcción, las 20 habitaciones, a izquierda y derecha de los corredores, como naves de una iglesia, con ventanas hacia una media luna de grava negra, y más allá las palmeras que alegran el parque. En Google estas hectáreas todavía están rotuladas con lo que fue hace algunos años: un cementerio.

Viniendo por la ruta, el edificio tiene la apariencia de un motel de lujo. Ladrillos vistos, paredes blancas, un friso de espejos en el pórtico y senderos de cemento que lo rodean. En uno de los lados, un estacionamiento para los coches del personal, con techo de fibra, y en la entrada bancos de metal pintados de blanco, matas de aromáticas, lemons y cactus en macetas largas, rectangulares. Los autos que traen pacientes estacionan en el portal, donde los parientes bajan las sillas de rueda y acomodan a sus enfermos. Las ambulancias dan un rodeo hasta el garaje del fondo. Minutos antes del horario de visitas los visitantes se agolpan frente a las puertas de cristal con rampa y charlan en grupos hasta que abren. Si el día es propicio, sacan a pasear a los internos por el parque, arman grupos en torno a los bancos dispersos en el pasto donde toman mates y se ponen al día. Cuando llueve o hace frío paran en el hall o en la sala de estar frente al televisor. Algunos se quedan a dar de comer a los críticos, los demás se retiran alternando risas y llantos solapados. Gente que viene de lejos y debe partir hacia sus ocupaciones en sus pueblos hasta que se dé otra posibilidad de volver. Los que no reciben visitas se distraen con sus teléfonos o se unen a alguno de los grupos para escuchar noticias y comentarios de familias ajenas con las que van tejiendo lazos de amistad.

La gente suele manifestar su bondad entre los extraños. Más aún cuando los reúne un asunto tan sensible. Con lo que quiero decir que el clima es de correcta buena onda, cuando no de desbocada picardía. Se tejen y destejen parejas y aventuras entre los internos, se dicen cosas sin filtro, subidas de tono. Una vez le adjudicaron a Norby el embarazo de Coca, que esa tarde apenas podía marchar con su botín de ropa robada envuelta entre los pliegues de su vestido. Norby reía de costado. A Coca se le salían los dientes de la carcajada. Los demás engordábamos la historia con detalles y nos descostillábamos de risa.

Continuará...

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