Ruidos

Si yo fuera sorda, este barrio estaría muy bien. De hecho los feriados, como semana santa que la calle estuvo desierta, está muy bien.

A las 7 de la mañana de un día laboral ya se pudre todo. Los motores de los autos, máquinas viejas que en Latinoamérica siguen rodando hasta fundirse, zumban día y noche.

En la esquina está la plaza Escalante, con sus pájaros y sus palos borrachos; hasta antes de la tormenta tenía también dos árboles plateados. Los palos borrachos en primavera largan algodón que navega en unos barquitos de corteza.

Pero yo no pude conectarme realmente con nada de eso porque me falta el silencio.

Igual, sé que si quiero sobrevivir no tengo que pensarlo, acostumbrarme.

Me lo tomo como un momento donde desarrollar otras estrategias. Reflexiono mucho sobre la biofilia, y la cantidad de malestar acumulado por alejarse tan insensatamente de la naturaleza.

Yo no concibo una vida sin naturaleza; me parece una vida ensimismada, ciega. Aunque sé también que hay gente generosa, sensible, que parece no necesitarla. Eso me asombra poderosamente. Supongo que si alguien nunca la experimentó demasiado, no siente su ausencia.

Pienso que es un momento donde aprender de lo discreto en vez de lo desmesurado. Vivir en departamento me hace pensar sobre lo abierto y lo cerrado, si sentirse confinado tiene que ver con los espacios físicos o podemos ensanchar el  mundo sólo con nuestro cráneo, como dice Graciela Montes, gracias al “espacio poético” que construimos adentro nuestro.

Releyendo Poética del espacio de Bachellard, me pregunto si tienen confín las ensoñaciones, cuál es la relación entre ensoñación y espacios abiertos, cómo son diferentes las ensoñaciones de los espacios abiertos y los cerrados.

En este patio diminuto siento que me está siendo dada una escala de observación microscópica que ante la inmensidad me perdía. Que ahora se requiere de mí una mirada detallista sobre el mundo y sus cosas. Que es mi momento de desarrollar la mirada del entomólogo, el que observa insectos.

En el pequeño patio juego con la luz y la sombra. Me gusta verlas desplazarse. Acá la luz en vez de derramarse, hace dibujos geométricos sobre el piso y las paredes al asomarse por los tapiales. Esos dibujos me hacen prestar más atención al movimiento del sol.

A las plantas las observo mejor, porque son menos y las tengo más cerca. Y como dependen de mí, trato de entender mejor sus necesidades, por qué algunas se mueren tan pronto y otras se ponen todas floripondiosas, cómo algunas parecen muertas pero al cabo de unas semanas renacen.

Publicada en Pausa #169, jueves 31 de marzo de 2016

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