Catástrofes naturales

A Lucio y a Flori

A los humanos nos encanta imaginar nuestra propia extinción, es una de nuestras más afinadas fantasías: presenciar el final de lo que somos, de las cosas que tenemos y del planeta entero. Por eso nos gustan las catástrofes naturales, porque para nosotros, que tenemos una cabeza en modo Hollywood, son escenas con efectos especiales de verdad.

Las imágenes de catástrofes naturales sirven para muchas cosas. Lo más obvio: para recordarnos lo insignificantes que somos como especie, pero también para valorar de manera casi inmediata las vidas que tenemos y además, sencillamente, divertirnos un rato.

En el 2004 vimos un tsunami desde nuestras casas y todos pensamos: qué terrible, cómo esa gente que estaba tirada en un paisaje paradisíaco tomando un margarita, cinco minutos después era un cadáver aplastado por una ola hecha de agua marina y restos de un resort lujoso.

El año pasado nos tocó uno de los sismos en Chile. En los videos vimos lámparas horribles que se movían en los comedores de desconocidos. El sismo nos hizo pensar: si todo esto puede terminarse así, ¿por qué estoy haciendo las cosas que hago? ¿Qué es lo que realmente quiero hacer? Al otro día nos despertamos y seguimos viviendo de manera automática, preocupados por el almuerzo y el trabajo.

Hace algunas semanas nos tocó ver un tornado en Uruguay. Las personas, que ya consideran a sus celulares un miembro más de sus cuerpos, una prótesis cibernética natural, filmaron todo, incluso cuando el viento no los dejaban mantenerse en pie. Hay un video donde un señor filma desde la terraza el avance del tornado, mientras le habla a su esposa.

Empieza: “Mirá el tornado, gorda… Mirá el tornado”. Y aparece la mujer: “Uh, no te puedo creer… Ay es en serio”. Y él, con mucha calma: “Cerrá todas las ventanas que viene p’acá eh… escuchá, empezaron a volar las latas, mirá…”. Y ella: “¡Ay qué horrible!”. Y él: “Escuchá, mirá qué loco… se viene p’acá…  ¡la mierda!”. Nunca apaga su celular sino que lo deja encendido mientras el tornado pasa por encima de su casa. Vi muchas veces ese video, porque la masa oscura que avanza es monumental y contrasta con la serenidad del uruguayo, que habla como si conociera los límites de la naturaleza, o como si tuviera una dosis doble de rivotril. “Quedate quieta, gorda...”, dice en el momento más difícil. Si alguna vez tengo la mala de suerte de tener pasar por uno de esos momentos, me gustaría estar abrazado a ese señor.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí