La rebelión de los veganos

Ése fue uno de los títulos, la prensa amarilla se hizo un festín, muchos, de una forma u otra, tomaron a la broma algo tan espantoso.

No sin cierta maldad, sus detractores los habían bautizado seres de luz, tenían entre 25 y 35 años, intentaban una vida en armonía con la naturaleza. Los burlistas remarcaban que concebían a la naturaleza sin ferocidad, ni conflicto, ni violencia, algo así como la naturaleza de las películas de Disney. Lo cierto es que formaban comunidades en zonas de poco asfalto y mucha vegetación, practicaban meditación y distintas formas de desarrollo espiritual (le llamaban búsquedas), creían en muchas formas de energía y, algunos, hasta en viajes en el tiempo. Tenían una notable sensibilidad ecológica y no comían carne. Impusieron rápidamente un neologismo: veganos.  Se llamaba así a quienes practicaban una dieta vegetariana más estricta que la tradicional.

Practicaban el parto natural en sus casas y no elegían el nombre de sus hijos, los mismos bebés, según un misterioso método que incluía un péndulo, dictaban su nombre a sus padres. Casi ninguno elegía nombres comunes, lo cual es verosímil. Protegían a sus hijos del mundo del consumo del que habían sido víctimas, no les compraban casi nada y como suele ser, les impusieron sus estrictas costumbres alimenticias. La primera generación de niños veganos, se los llamaba.

Ahora recuerdo una escena, en la plaza de Rincón: un nene con pelo muy largo lloraba porque no le compraban un helado como a muchos otros nenes. Tomábamos un porrón con un amigo y me dijo que todo iba a terminar más o menos cómo pasó. Pensé que exageraba.

También recuerdo haber visto al protagonista, no sé qué nombre había elegido en el seno materno, pero después todos lo conocieron como Leo. Así lo decidió a los 15 años, luego de iniciarse en drogas sintéticas a base de ayahuasca y chamico y de saber, para siempre, que era un león.

Se hablaba de niños índigos, cristal o arco iris, eran seres superiores, telépatas e intuitivos, semillas estelares que habían venido a educar a sus padres. Muchos le decían “el elegido”, no fue a la escuela y se lo consentía o mejor dicho, se lo obedecía en todo. No tuvo una vida fácil.

Con el tiempo las comunidades se fueron dispersando y las búsquedas se diversificaron. No ajenos a ciertas tendencias, muchas familias se separaron y ensamblaron. Sin embargo, Leo seguía liderando un intenso grupo de su generación, que fue perfeccionando métodos de sometimiento a sus padres. Por alguna razón, lo único que conservaban y respetaban de su crianza era la dieta vegana. Sé que les intrigaba salvar al mundo digital, que realizaban juegos para mí incomprensibles y rituales cada vez más salvajes, donde el exceso extremo de drogas y sexo no eran el fin sino el medio, aunque no sabría precisar hacia qué.

Hay quienes dicen que en el último ritual, cada integrante supo, como Leo, qué animal o forma de vida era. Lo que siguió es demasiado desagradable de repetir: padres descuidados que no se encerraron apropiadamente, parricidio, parrilla.

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