Jóvenes desnudos bajo el arco iris de fuego

(me cago) en las ingles sin axilas de Dios-inventamuertos
en el suave & múltiple rumor que hacen 2 lágrimas
en el mar: en sus desiertos & en mí mismo.

Mario Santiago

Más de una vez, Borges se tomó el trabajo de aclarar que todo el rollo de Boedo y Florida fue un invento, una broma pergeñada por amigotes de copas en algún bar. No obstante, todavía, miles de estudiantes repiten en exámenes los nombres de cada grupo, etc.  Creo que algo parecido pasó con el ahora mítico Infrarrealismo, luego del arrollador éxito de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. En ambos casos la ficción, determina o construye realidad, como supo hacer el Quijote años atrás.

El Infrarrealismo duró poco más de un año,  fue inventado a mediados de los 70 por Bolaño y Mario Santiago, más un grupo variable de jóvenes revoltosos, con  el aliento de los beatniks, la vanguardia peruana de Hora Cero,  el dadaísmo, Marx y Rimbaud.  Quizás  fueron el eslabón perdido en entre el jipismo y el punk. No compartían una estética sino un gesto de rechazo y guerra permanente hacia toda la literatura oficial mejicana. Es decir, sus fundamentos eran políticos y perfectamente podrían ser expresados  por la genial Violencia Rivas.

Su primera acción fue expulsar a Juan Bañuelos del taller literario que dirigía y que los tenía como talleristas, finalmente los únicos expulsados de la Unam fueron ellos. Se dedicaban a vagabundear por las calles y los bares del DF, leían y escribían poesía, fundaban constantemente revistas y antologías que nadie quería publicar. Irrumpían como bárbaros en recitales de poesía y eventos literarios.

Eran amigos de una nieta de Trotsky. Vendían marihuana y soñaban con secuestrar a Octavio Paz. Poco después Santiago se fue a Jerulasem sin un centavo siguiendo a un amor no correspondido y Bolaño, luego de una ruptura amorosa se fue a Barcelona donde vivía su madre. Fin.

Bolaño recrea, de manera algo paródica, aquellas andanzas en su monumental novela. Habían pasado muchos años, Roberto llevaba finalmente una vida sedentaria y familiar y sus amigos, Fressan y Villoro, eran gente mucho más civilizada que aquellos pelilargos.

Pero Mario Santiago sí llevó en el pellejo el infrarrealismo hasta su fin. En su irreconstruible itinerario, devino por varios países ejerciendo diversos oficios y delitos menores, volvió a México, incorporó a su nombre autoimpuesto el apellido Pampasquiero:

Mi cuerpo es 1 sapo drogado en los burdeles
No uso bitácora ni sombra
Este cuajo de sangre que ves
Es mi patria-píldora
Mi botón de despegue
Mi gruñido.

Dicen que Mario Santiago era una furia, leía bajo la ducha, y escribía versos compulsivamente en el margen de los libros y en el cualquier soporte que tuviera a mano. Vivió en un presente permanente. Recién  en los noventa publicó una antología y breve poemario, para sus fieles no era un poeta sino un poema vivo permanente. Para sus detractores, un alcohólico drogadicto desquiciado y violento. Una de sus costumbres era cruzar las calles con los ojos cerrados. Desde 1980 tuvo que andar con un bastón por ese motivo.  

En cualquier momento acontece el  poema
ese aleteo de moscas afónicas sobre
el envoltorio que nadie acierta a descifrar cuánto tiene de basura y cuánto de milagro.

Mario Santiago se hizo famoso como Ulises Lima, uno de los protagonistas de Los detectives, pero nunca leyó la novela, un día después de que Bolaño terminara de corregirla, murió atropellado en una calle cualquiera.

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