Cascada

La pelotera de parientes acusados de ladrones terminaba cuando de tanto revolver, abrir cajones, vaciar roperos y volver a guardar; aparecía la bolsita roja con rayas dentro una lata azul envuelta en papel madera que tanto estaba reclamando mi bisabuela. Ahí recién ella podía comprobar que ni el centímetro, ni la cabeza de un títere, ni mucho menos el libro del doctor Motura, habían sido sustraídos.

Genes de una bisabuela paterna guardatutti o de un abuelo materno chacaritero, aprehensión, miedo a la falta, síndrome de Diógenes, cachivachera, lo que quieran, soy una acumuladora con repentinos y esporádicos ataques de limpieza que me llevan a tirar y regalar, pero al poco tiempo encuentro algo interesante en la basura y bajo el argumento de cómo alguien puede tirar esto, me lo llevo. A veces sirve, lo juro a veces sirve, a veces me rompo la cabeza para que sirva, –miren qué lindos mis manteles de fundas de paraguas– y otras muchas sucede lo que cualquier persona moderna puede vaticinar.

El fin de semana encontramos en la vereda bolsas con libros, bolsas y más bolsas, sacadas de una casa recién vendida que fueron tentación suficiente para llegar tarde al asado del domingo. Un álbum de fotos antiquísimo, muchos libros de medicina, varios de literatura, muchos de autoayuda y religiosos, un organizador de escritorio de cuero de vaca, almanaques, señaladores, cartas, recortes de diario, billetes de lotería (que pienso ir a jugar el sábado). Cargamos todo lo que pudimos hacer entrar en el auto (los de autoayuda también).

¿Qué historias se pueden armar con fragmentos? La ficción es un arma hermosa para zurcir agujeros. Un médico, un médico reconocido, y cristinista (el libro más nuevo es Cartas a Cristina de Mempo Giardenelli), un médico reconocido cristinista pediatra casado con una mujer quizás docente de literatura, quizás poeta, quizás profe de inglés, un matrimonio sin hijos, con sobrinos que mandaban fotos de lejos, quizás sigan lejos. Todo abandonado hace por lo menos unos tres años.

Dejo las cosas a orear en mi patio, y de a poco reviso, selecciono, tiro. En el organizador de escritorio –es tan viejo ese objeto que no sé si se llama así, es como una carpeta o portafolio de cuero con felpa debajo y bolsillos interiores– hoy encontré dos fotos de un mismo niño. Una cuando teñía once meses, está en andador y radiante; y otra cuando tenía dos años y medio ya con ojeras, flacucho y triste, a los costados de la pancita hinchada resaltan las costillas. Deduzco fácilmente que se trata del mismo chico, aunque nunca haya vuelto a ser el mismo. Las únicas anotaciones detrás de las fotos dicen la edad del nene. No hay nombres, fechas, ni lugares. ¿Qué le pasó? ¿Cómo se llamaba? ¿Por qué las imágenes estaban escondidas pero al alcance de la mano de este tipo que ahora no existe más, y yo las tengo porque su casa se vendió a un comerciante anti k y nadie vino a buscar sus cosas? Me pinchan los bordes ribeteados de las fotografías y se me hunden en las yemas de los dedos, me da un estrujón en la boca del estómago esa carita blanco y negro, la enfermedad en un instante, la presencia de lo pasado, de la pérdida. Me queda sólo una certeza: ese nene era un móvil para este hombre, un motivo, todos los motivos.

Los que laburamos con pibes sabemos que cada pibe es un motivo, que todos los pibes valen la pena y la alegría. Los que perdimos, duelen y acompañan y empujan y nos reafirman en la mejor de las certezas. Escribo esta nota y la dejo sin terminar un par de días porque a veces la experiencia cuando es puesta en palabras duele, porque es ahí cuando terminan de caer las fichas –hay agujeros tan reales que la ficción no alcanza a reparar. Como esas cascada de monedas en los fichines, tirás una y si lo hacés bien, esta toca otra que al caer al siguiente escalón mueve otra y así hasta tocar un cúmulo y salen todas de golpe. De golpe por los ojos, y es mejor parar. Pienso en muchos rostros de chicos y chicas que conocí en las escuelas y en los talleres, ¿cuáles quedaron en la memoria, escondidas pero al alcance de la mano? Hay una que se fija y acciona la cascada: la imagen de un pibe de perfil con la visera dada vuelta, no lo no conocí, vi su foto hace unos días, y me hablaron de él, leí sobre él. Un flaquito que andaba en bici y saludaba a los chicos del barrio. Un pibe que había vuelto a la escuela.

A los profes de Elías, a todos los motivos.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí