El hambre

La de conseguir plata o comida, había llegado a ser una tarea impostergable, cuando escucharon la noticia. Segundos antes, El Tuca se paseaba refunfuñando con las manos inquietas, como si les molestara el resto del cuerpo, incómodas iban del pelo a los dos muslos, a los cigarrillos, entraban y salían de los bolsillos o se agarraban entre sí para sonarse los dedos.

El Chiqui argumentaba en contra del refrán que empieza con “pan para hoy” sosteniendo que, en cualquier caso, era una opción mejor que su contrario, es decir, la promesa de pan para mañana y la certeza de hambre para hoy. También recordaba una escena en la que El Chavo le mostraba al profesor Jirafales su hoja en blanco y le decía que había dibujado una vaca comiendo pasto, la vaca se había ido y al pasto se lo había comido la vaca. Decía que para él, más allá del chiste, esa hoja en blanco sí era un dibujo, después de la palabra ya no era lo mismo que cualquier hoja en blanco, no era el mismo tipo de vacío. Se podía sentir todavía el olor del pasto recién cortado y escuchar los pasos cansados de una vaca flaca que se va.

El Flaco miraba alternativamente al Tuca y al Chiqui, hacía como que escuchaba pero estaba colgado. Imaginaba la ciudad bajo la lluvia y miles de paraguas que se abrían a la vez en la peatonal, un sillón negro y espumoso en una vidriera, que no alcanzaría a comprar si ahorrara toda la vida, un tipo que miraba desde un balcón alto y techado la calle como un río de paraguas de distintos colores y tamaños con cuatro líneas de corrientes cruzadas, después el tipo se sentaba en un sillón igual o mejor que el de la vidriera con un whisky y hablaba de negocios por teléfono. También la gente que se sacaba los abrigos y pilotos mojados, en un bar con olor a café y a tostados, con vapor de cafetera y ventanas con paisaje impresionista. Mientras tanto la vieja que anda con un carrito lleno de bolsas y diarios viejos, no se enteraría de la lluvia y seguiría hablando sola, puteando a sus fantasmas y a todo aquel que la mire.

Volcó un camión de verduras, dijo con su voz de barítono el cantante de ópera, mientras apuraba el paso con su hija de la mano, cada uno con una mochila.

Los tres lo siguieron. El camión estaba sobre la ruta a unos 2 km, El Flaco iba leyendo y memorizando los carteles:

Animales sueltos, avise a la policía

Ceda el paso (con la p borroneada, “CEDA EL FASO”)

Calle cerrada desvío zona obras

Precaución zona con evacuados

Parada de autobús

Bajo la llovizna, un grupo de gente juntaba zanahorias, papas y cebollas. El camionero, lagrimeaba, sentado en una cubierta, mirando a la nada.

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