Choriplanero como pocos

    Todo paladar político aprecia sabor y utilidad del noble emparedado de embutido.

    UN AÑO DE MACRI | Aún con el achique del Estado, el año se fue y el déficit no bajó en nada respecto a 2016.

    El gobierno achicó el Estado y recortó numerosas políticas públicas, el presupuesto 2017 va para atrás en salud y educación y vivienda y tantas otras cosas, pero el año se fue y el déficit no bajó en nada respecto a 2016. Mauricio Macri despilfarra como Cristina Fernández, pero no entrega netbooks y se financia con deuda externa.

    Un importante punto a favor en el gasto: extendió la Asignación Universal a los hijos de los monotributistas. Cumplió su promesa de campaña y zanjó una incomprensible injusticia.

    Varios puntos en contra: la política previsional. Su reparación histórica es una infame suba que va de $50 a $500, en la mayoría de los casos. Su pensión universal es todavía más aberrante. Cortó con las moratorias que venían desde 2003, que salvaron a la mitad de los jubilados actuales –que sí trabajaron toda su vida, en total precariedad o en el hogar, como ama de casa– y, en su lugar, inventó un retiro donde se percibe el 80% de la mínima. Siniestro mecanismo, el pobre aumento de la punta de la pirámide se paga, a largo plazo, con los recortes a los que más padecieron la explotación laboral.

    Justamente, tras una muy importante movilización de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), Macri abrió el diálogo, frenó lo que iba a ser una derrota legislativa y declaró la emergencia social. En cifras, son 30 mil millones de pesos más para el sector más hundido de los trabajadores: changueros, cooperativistas, informales.

    En forma global, el gasto social creció. Macri aprendió cual fue la diferencia entre Carlos Menem y Fernando De la Rúa: el primero creó el Plan Trabajar y con ello el modelo de gobernabilidad social de los excluidos del salario, el segundo redujo ese plan a la nada –si bien creó el Plan de Emergencia Laboral–, rompió todos los lazos con el movimiento piquetero y así terminó. Luego, Eduardo Duhalde inventaría el Plan de Emergencia Alimentaria y el mítico Jefes y Jefas de Hogar Desocupados, el movimiento piquetero ordenaría la distribución y la gobernabilidad se recuperaría a medias: Kosteki y Santillán son asesinados en una de las tantísimas movilizaciones en reclamo de planes. Con los planes, las organizaciones sociales sobreviven, se organizan y ganan herramientas para la calle, fuera de la heterogeneidad que hay entre el Movimiento Evita, la Corriente Clasista y Combativa, La Dignidad o el Movimiento de Trabajadores Excluidos de Juan Grabois.

    Cuando el gobierno se vanagloria de su sensibilidad da prueba de cómo ha reventado el mercado laboral y ha convertido en concesión lo que antes era derecho. El dirigente piquetero de Santa Rosa de Lima, Rubén Sala, lo explica mejor: “Lo que nos pasó durante un montón de años es que no teníamos compañeros que fueran a buscar programas sociales o que no tuvieran mercadería. Nos pasó durante bastante tiempo. Nos dedicamos a otra cosa, a formar cooperativas. Hoy ha recrudecido y nosotros empezamos a gestionar programas sociales nuevamente. Algunas cosas se han conseguido del gobierno municipal y nacional. El gobierno municipal sabe bien. A lo mejor públicamente pueden decir que vamos bien, pero ellos saben que vamos mal”.

    Pasaron 20 años desde que Menem maquinara el procedimiento de control social neoliberal que hoy Macri replica y que algunos dirigentes de la CTEP admiten: los planes son para contener un estallido. Pero tras dos décadas más de consolidación del núcleo duro de la pobreza, el panorama es completamente distinto hasta en la cantidad de fierros, las economías delictivas, la vida sin cloaca, las generaciones apiladas que ven el downtown como una amenaza o una quimera, nunca una promesa.

    Después de un año que fue récord histórico negativo en, por ejemplo, el consumo de carne, leche, vino y cigarrillos, es difícil saber hasta qué punto la gestión choriplanera de la pobreza podrá mantener tranquilas las aguas ante la tempestad económica.

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