Ni el dolor ni el horror alcanzan para lamentar la muerte de esa niña. Porque si uno es el otro, si “no preguntes por quién doblan las campanas, ellas doblan por ti”, si “nada humano me es ajeno”, si “por el amor, que nos deja ver a /los otros /tal como los ve la divinidad”, si “dulcemente por tu cabeza pasaban las olas /del que se tiró al mar/ ¿qué pasa con los /hermanitos /que entierraron?”, ¿qué pasa con el alma cuando uno sabe que ella salió de su casa, y fue a bailar un rato, sabiendo que al otro día tenía que viajar, tenía que ir al barrio a juntarse con los cumpas y los niños y alegremente ponerse a militar como lo hacía todas las semanas, con la sonrisa que dicen que siempre se le dibujaba en la cara?

“Perdón” le pedía alguien en twitter, perdón porque el otro es Micaela pero también es el asesino, y el asesino no es sólo uno sino que se multiplica como en un espejo enloquecido y es el juez y es la abogada y es la madre que lo parió y es uno mismo que no sabe cómo parar esto, cómo hacer para que micaelas salgan libres a la calle y vuelvan a casa con el cuerpo entero, sin quebrantos, sin dolor, sin muerte. Porque cómo cuesta dejar que el niño juegue con muñecas, cómo cuesta resistirse a la sonrisa del seductor que en la primera de cambio te borra la cara, cómo cuesta advertir que el tipo es uno más, que te roza el brazo en el ascensor, que te da la misa, que te rodea los hombros con su brazo.

La madre cruza las manos sobre su vientre y recuerda cuando eligieron su nombre, cuando aprendió a caminar, cuando se reía y cuando lloraba, cómo preparaba su futuro yendo a la facultad, agrupándose para mejorar el mundo. Y tuvo tan pocos años, piensa su madre, que en su vientre ya no tiene nada y en su corazón, nada, y en su casa, nada. Las veces que le dijo “no andés sola tan tarde por la calle” y ella se rió, porque las madres atrasamos, porque a esa edad no hay nada que temer, porque la juventud es invencible, y eso lo experimentamos todos, lo sabemos todos. Y a esa edad, los jóvenes tienen razón: la calle es libertad, la calle es de todos.

Los compañeros varones se avergüenzan de ser varones. Uno me escribe, “cómo hacer para contener” tanto dolor. Le digo: no se puede contener. Ahora solamente acompañar en el sufrimiento a su familia, a sus amigos, a sus compañeros, y a ella, solamente pedirle perdón y prometerle, como dijo su padre, que su lucha sigue y sigue hasta que no haya más asesinos de mujeres: ni psicópatas, ni jueces de mierda, ni abogados sin principios, ni madres que no dejen jugar a sus pibes con muñecas y no nos junte más el dolor, sino el amor. El que definió su vida.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí