El ruido de los autos y los colectivos prohíbe el silencio de las tardes en la zona de bulevar, es un ambiente hostil para el oído que no está acostumbrado. A Marilina Bertoldi, apoyada sobre sus codos en la baranda que hace como un balcón inmediato a la calle, parece que el ruido no la incomoda, mira el tránsito sin hablar: “esta semana tuve que hablar mucho porque tocaron tres fechas seguidas en lugares distintos, fue como una llamada cada media hora más o menos, pero es algo de lo que hay que hacerse cargo cuando se intenta sostener un proyecto solista”, cuenta después de una larga prueba de sonido.

Su disco del año pasado, Sexo con modelos, tuvo muy buen rebote, para ser modestos: estuvo nominado a Mejor Álbum de Rock en los últimos Latin Grammy, junto con Andrea Álvarez, Massacre, Spinetta y Los Fabulosos Cadillacs, que se terminaron llevando el premio. Hace varios años que pisa los escenarios, sacando cinco discos en seis años (Somos por partes y Fuego al universo con su banda anterior, la Connor Questa; y El peso del aire suspirado y La presencia de las cosas que se van, además del último, como solista). Siempre con algo más que insinuar, su idea es mostrar por partes, es hábil para transformar lo ambiguo en insinuación: “A mí me interesa mucho la sensualidad y por eso la trabajé en los últimos dos discos. El generar el clima de la insinuación y la sensualidad pero de una manera muy poco clara, indirecta, pero no con el artista como algo en exhibición sino como el que genera un clima para que el que escuche vibre, para que se pongan cachondos, que en este momento considero que es el tipo de sensación que quiero despertar en quien escucha”.

Marilina se fue de Sunchales a los 17 años, directamente para caer en Buenos Aires: “por ahí cuando sea una mujer grande voy a querer volver seguramente a un lugar tranquilo como Sunchales, pero ahora lo que necesito es la energía de la ciudad”. En Capital, entonces, se recibió de Directora de Arte en Publicidad al mismo tiempo en el que empezaba a ser una cantante youtuber con visibilidad creciente con juegos musicales tipo “cuando no te salga una letra hacela en inglés y de amor” y ahí se la ve a ella intentando hacer lo que promete.

Aún con el título en mano, Marilina sabía en su foro íntimo que lo que ama es hacer música (“me gustaría poder ser más original para decirlo, pero no”) como justificativo de todo lo demás, cantando se lamenta, cantando piensa, cantando imagina. Es su forma de encarar su vida, sin altanería, se nota en cómo le tiemblan las manos antes de empezar una canción: “con la guitarra tengo una relación tan imperfecta que me encanta, con el canto no me pasa tanto pero es porque supongo que no me importa cómo salga mi voz, aunque los nervios no se van nunca. Siempre sentí como verso eso de cuando dicen ‘es lo mismo tocar para 20 o para 1000’, ¡ni ahí! Cuando estás por salir y sabés que está hasta las manos y que gritan cosas y que piden, se arma un juego de seducciones porque yo trato de hacer notar que esto lo preparé para vos, así que prestame atención. Cuando se da, es grandioso conseguir esa atención, porque así yo también disfruto y eso es lo que busco”, conversa con Pausa tirada en el sillón blanco del camarín.

Foto: Florencia Martínez
El instrumento que mejor domina Marilina es su voz. Foto: Florencia Martínez

Si bien con la Connor Questa venía en alza, la disolución fue un paso necesario ante una bipolaridad artística que la desbordaba. “Me era muy difícil ser solista al mismo tiempo que componía para la banda, me obsesionaba en no repetirme y no era libre de la manera en que quería”. En medio de todo esto, salir al ruedo en grupo también conlleva grandes beneficios: “en el tiempo de la banda aprendí lo importante que es tener un buen equipo de trabajo, esa experiencia me sirvió para hacer ahora lo mío, porque las decisiones finales en un proyecto solista recaen sobre uno mismo, la contención cuando se está en una banda es clave en ese sentido; un ejemplo mínimo son las notas, siempre teniendo que hablar de mí, no creo tener cosas muy interesantes para decir, ser el último responsable te empuja a tener que responder por vos, es una cuestión más íntima. En una banda se tiene que dar una química que tiene que ver con una ideología. Siendo solo, se va más por las sensaciones personales y no las colectivas”.

Dicho esto, queda más claro que no importa tanto el qué, sino el cómo: “creo que lo que estoy pudiendo hacer mejor es despojar a las canciones de género, son mensajes neutros desde ese aspecto, entonces hay una ambigüedad que colabora a la idea de base que es montar un clima, dar el golpe exacto para dejarte como yo quiero”.

La prueba de sonido se apaga y avisan que ya se está por dar puerta, Marilina reacciona con un suspiro debatido entre el arrastre de todo lo que se hizo y la ansiedad por empezar a tocar. Mañana irá a Córdoba y pasado en Rosario, también se asoman fechas en Uruguay, hasta puede llegar a salir algo todavía más lejos, la repercusión de su disco más nuevo la llevó a ser reseñada por Billboard USA, pero ella no pierde el eje: “el artista solo en excepciones puede acceder a las formalidades y condiciones ideales, no debería costar tanto poder concentrarse en su verdadero trabajo. Por suerte en Argentina la tradición rockera es estable y mantiene una tradición y una legitimación concreta, pero en muchos ámbitos todavía hay que pelear por el reconocimiento, para mucha gente –que en muchos casos se benefician con nuestro trabajo– no merecemos ser reconocidos como trabajadores”.

La noche se viene encima, el show es todo lo que Marilina esperaba, baja y se abraza con mamá María Elena, los plomos apagan los equipos, en el oído el eco se mantiene.

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