¿Qué es un lugar horrible?

¿Qué es un lugar horrible? Se preguntaba mi amiga, la que murió de esa enfermedad horrible que toma y nadie quiere nombrar, que te toma hasta el nombre. Decía: sos un número de una carpeta que llevan de un lado para el otro, una carpeta llena de placas, estudios, papeles, de cosas que no sos vos. Así como a esa carpeta te tratan, te mueven de un lado a otro, te pinchan, te sacan partes, te examinan, como si fueras un mueble, pero no te miran, sos el paciente, no saben quién sos vos.  En la sala de espera para rayos ella leyó “YO” rayado en la pared, marcado, requete marcado. ¿Cuántas veces ese yo estuvo ahí, cuánta fuerza imprimió con su mano para no desaparecer? ¿Cuántos poemas escribió Nati sobre esto?

¿Qué es un lugar horrible? Un lugar a dónde no te querés quedar, del que querés escapar, pero también un lugar que te gustaría cambiar, marcar para no desaparecer. ¿Cuántos espacios que habitamos a diario no se nos vuelven por ratos lugares horribles? ¿Cuántas rayas hay en sus paredes, en sus muebles, cuántos nombres, cuántas rejas, cuánto de hostilidad?

¿Cuántas veces quisimos escapar con Nati de la facultad, de esa clases monológicas, de ese lenguaje  artificial y armado, de la ausencia de bancos y lugares de esparcimiento, de los pasillos agobiantes adonde no entraba con la silla, cuántas veces tuvimos ganas de insultar a profesores que no entendían que la vida con su felicidad y sus enfermedades era más importante que una materia?  Y cuántas otras nos quisimos quedar, escuchando debatiendo, construyendo conocimiento con otros que sí habilitaban espacio para eso, y lo hacían desde el lugar más natural, más vivo del lenguaje que es el del lenguaje poético de lo cotidiano. ¿Cómo y cuánto se puede hacer de un horrible panóptico no una burbuja sino un hermoso hogar de paredes permeables?

Hoy una pija de papel me apunta, un rato antes un pibe hizo un comentario pavo de mí que nada tenía de inocente aunque él no lo sepa, me descalificaba como docente por ser minita. Ahora me río tomo un trago de agua, estoy sola en aula, tocó el timbre y los chicos salieron corriendo, hacía media hora que decían me quiero ir y se agolpaban en las ventanas y la puerta. Este lugar gede a murciélagos, después de un rato te acostumbrás, pero es horrible, viven en el cielorraso, se los escucha aletear, chillar. Todos los días ellos están ahí aunque no los vemos colgando patas arriba del techo y todos los días los pibes están acá debajo aunque ellos no los vean sentados derechitos en sus bancos. Afuera el bando sigue, pero es a agua podrida de la zanja, afuera la calle se te pega a la suela. ¿Sonará a minita quejosa esto de asumir que un lugar es horrible? Mis zapatos están hechos percha de tanto pisar barro sí, pero no es por los zapatos, ni porque no me banco el olor, es porque naturalizamos el horror, el malestar, el abandono, y la queja, el dedo señalando la falta debería a veces servir para motorizar un cambio. Las paredes de este aula están limpias y quedan bien con el color de las cortinas (que tratan de volver más amables las rejas). Ningún pibe las rayó, la pija está en la hoja, ellos mismos pintaron el aula con los profes. ¿Será que duran porque esa construcción fue colectiva?

¿Cuánto hacemos o dejamos de hacer para que los espacios que habitamos sean lindos, amables, circule el afecto, y la importancia de la particularidad del otro y la propia, cuánto de la obligación borra esto, cuánto de la falta de cuidado, de límites sanos desdibuja todo? Sería hermoso poder decirnos todos los días: estoy acá porque quiero estar acá, porque me siento bien y quiero compartir este momento que nunca más va a ser con ustedes y  quiero escuchar qué piensan, que tienen para decir, mejorar, cuál es su nombre, cuál es nuestra marca, para que nunca nunca nos borren .

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