Vuela patas

El comandante Ramón explica con fingida convicción aspectos elementales de la guerra a una lamentable columna que acaba de incorporarse a las FAL, hace mucho calor, estamos en los estrechos montes del Salvador, donde varios grupos de guerrilleros hambrientos resisten al ejército.¿Por qué no baja a buscarnos el ejército si son más que nosotros? Pregunta un joven chileno, aprendiz de combatiente. Por las vuela patas, contesta, satisfecho, el comandante Ramón.

El ejército había llegado en helicópteros a las alturas del monte, cuando intentaron bajar “ahí mismo empezó la hecatombe de lisiados y paralíticos vestidos de verde”, pronto desistieron. Las vuela patas eran minas de TNT, pero la ventaja que les daba a los guerrilleros era mínima, ya que estaban sembradas de manera caótica y no distinguían uniformes. Las patas que volaban eran de todo el mundo.

El joven chileno que hace la pregunta cuenta con algunas acciones estudiantiles contra la dictadura de Pinochet, un dudoso entrenamiento en cuba y un patético paso por Nicaragua. Se lo conoce como vasco y es el protagonista de Una larga cola de acero una novela tremenda que se puede bajar en pdf. El personaje narrador, lejos de toda retórica revolucionaria, destila una mirada desencantada y melancólica, en constante debate entre el cinismo y la piedad. La novela fue escrita desde la clandestinidad por Ricardo Palma Salamanca, también conocido como el negro, Marco y Rafael, cuya historia es aún mucho más intensa que la de su personaje.

La resistencia a la eterna dictadura chilena mezcló generaciones de militantes, Ricardo Palma Salamanca fue un joven de los 80, nació en 1969, en una familia comunista partidaria del gobierno de Allende. Estudió fotografía y guitarra. Nunca tuvo, según su madre, mayor interés por la militancia, ni por la patria, ni por el comunismo. Luego del golpe, sus padres, profesores de educación física, fueron expulsados de sus trabajos, sus dos hermanas, dirigentes estudiantiles, fueron detenidas y salvajemente torturadas. Dos de sus profesores de secundario, fueron secuestrados y degollados. Posiblemente estos hechos, conjugados con un vacío existencial y odio adolescente fueron empujando al negro Salamanca al Frente Patriótico Manuel Rodríguez.

En sus filas y junto con su superior, amigo y cómplice, Raúl Escobar Poblete, el comandante Emilio (detenido este año en México) formaron una dupla temeraria para los represores impunes. En 1992 un par de fotos de Ricardo se hicieron conocidas en chile y buena parte del mundo, cuando fue detenido, acusado de un secuestro y varios asesinatos o ajusticiamientos, según quién lo mire. Lo condenaron a tres cadenas perpetuas más 15 años de prisión.

Con 22 años y aspecto de poeta maldito Palma Salamanca ya era un veterano de guerra que había pasado a mejor vida a Víctor Valenzuela Montesinos, segundo sargento del ejército y custodio de Pinochet; a Roberto Fuentes Morrison, alias el Wally, jefe del llamado Comando Conjunto Antisubversivo; al coronel de carabineros, Luis Fontaine, (responsable, además, del degollamiento de los dos docentes). Detenido, Salamanca  declaró ser autor de la muerte del senador Guzmán, líder político de la derecha chilena y principal ideólogo del régimen pinochetista, pero aclaró que no estaba de acuerdo con esa decisión, ya que Guzmán no había participado directamente de violaciones a derechos humanos ni estaba armado, aceptó participar con la condición de que no dispararía su arma, pero un imprevisto dejó sin efecto dicha prerrogativa.

El 30 de diciembre de 1996, su nombre volvería a sonar en todas partes, la imagen ahora no sería su rostro, sino la de un helicóptero, que en tres minutos se detuvo a pocos metros sobre el patio de la cárcel de máxima seguridad, tiró una especie de canastito blindado en el que subieron y treparon Salamanca y tres guerrilleros más. Mientras, el comandante Emilio disparaba ráfagas de ametralladora a las torres de seguridad apoyado con una pata afuera de la cabina de esa máquina furiosa que se perdía por los cielos de Santiago.

 

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