Metafísica

La idea de ir a la cancha como primera cita a Juan Carlos le parece, por lo menos, rara, pero por fin, frente a su espíritu de naturaleza alerta se impone la felicidad del ritual por venir.

Azucena tiene una idea más compleja de la noción de cita y especialmente del concepto que forma junto con la condición de primera. Pero, en un gesto conciliador, propone ir un rato más temprano y tomar algo en uno de los bares de por ahí.

El primer cartel que lee Juan Carlos lo intimida un poco “Por favor no cortar sobre la mesa” le asusta el tipo de clientes que puedan ir a ese bar o al menos la idea que los dueños tienen de ellos, lo comenta con  Azucena, que sonríe, feliz de que las mesas sean de madera.

—¿Qué hay? —pregunta Juan Carlos al mozo con la vista en la precaria carta.

—Todo —contesta el mozo, con certeza y calma.

En la tele pasan el final de una película que ninguno de los dos vio. Azucena le cuenta a Juan Carlos la novela que está escribiendo en la que los viejos por razones misteriosas empiezan a asesinar a los chicos, mientras que los de edad intermedia, en general, se mantienen neutrales o indiferentes. Juan Carlos escucha con atención y no agrega nada, el argumento lo tensiona y el tema, sin saber por qué, le resulta del todo incómodo. Hace una seña imprecisa al mozo, quien, haciendo alarde de sus competencias paralingüísticas se acerca con otro plato de maní. Casi todo lo de Azucena le genera una especie de terror que vive con perplejidad y fascinación. El primer maní del segundo platito que muerde Juan Carlos le recuerda, cruel, un viejo y persistente dolor de muela.

Los momentos previos al partido son los más vistosos. Juan Carlos mira al arquero del otro equipo precalentando, es petiso y compacto, petiso y macizo, piensa. Parece un arquero de metegol, levanta los bracitos juntos como un robot, agarra una pelota, la suelta y en menos de un segundo agarra otra y así hasta llegar a siete. Azucena mira con detalle el movimiento detrás del arco, el hacer laborioso de los soldaditos colgando las banderas. Piensa en el futuro de estos chicos tan chicos condenados a sobrevivir en la ley del rico y en la ley del narco, piensa que muchos van a morir a tiros, que muchos va a matar a tiros, alternando la tumba con guetos de cemento y lata.

El partido es intenso y angustiante. La vuelta es silenciosa y lenta. Azucena no puede hablar de la bronca que tiene, solo espera que pase el tiempo necesario para poder pensar en otra cosa, hacer como si todo eso nunca hubiera ocurrido hasta que finalmente así sea. Juan Carlos se queja: “también para qué lo pone 3 a 0 abajo, lo tiró a los leones”. Después se calla el resto del camino, y vuelve a sentir la muela inoportuna. Desde una de las cuadras de la avenida por la que caminan se ve el edificio turquesa. Juan Carlos no tiene explicación pero algunas veces lo ve terminado y reluciente y otras en plena construcción, así, sucesivamente. Nunca mencionó el asunto a nadie. Juan Carlos está convencido de que no tiene ninguna otra alucinación y que por tanto esa tampoco lo es, pero bueno, así como la odontología se hizo más fácil, la ontología se volvió más difícil.

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