Mi hermana empezó con el número 13 y así siguió con todas las supersticiones que pudo aprender o inventar. Yo creo que nunca fui supersticioso, pero siempre me dio un poco de lástima mi hermana. Después de todo no era tan difícil evitar 13 comensales, no sucedía tan seguido y era cuestión de ingenio y predisposición, mucha gente lo hizo durante mucho tiempo con total naturalidad. Mi hermana era buena.

Cuando amplió el margen de su terror directamente al número impar, se puso todo más difícil. A veces se resolvía con ella levantándose de la mesa y a veces de maneras más incómoda, siempre mamá sufría y la comida le caía mal. A mí también, casi siempre, porque estaba todo el tiempo pendiente que llegara alguien más, adivinaba el sufrimiento de mi hermana y me preguntaba quién estaría más loco. Pero también recordaba la hamaca del patio donde en silencio tomábamos helado de agua y éramos felices.

Una navidad le regalé a uno de mis sobrinos un muñeco de plástico, era como un superhéroe con forma o rasgos de gato. Sin querer, mi sobrino pinchó a su hermanito con las pequeñas orejas puntiagudas del muñeco. El llanto le duró solo unos minutos hasta que se olvidó y volvió a jugar, pero el llanto de mi hermana duró el resto de la noche. Al día siguiente Mamá se cayó y se fisuró un brazo. Esa misma tarde mi hermana le trajo dos muñecos a mi sobrino más grande y se los cambió por el que le había regalado yo. Era el muñeco. Un gato negro, qué buen regalo.

A la noche tuvimos que subir a la terraza y yo, que lo había traído, tuve que tirar el muñeco lo más lejos posible, hacia atrás,  por sobre mi hombro izquierdo y luego, con igual mecánica, tres puñados de sal. El número de personas necesarias para la ceremonia, extrañamente, fue siete. Mi hermana se mostró casi satisfecha porque el gato negro llegó hasta la otra vereda.

A la semana siguiente, un auto atropelló y mató al nieto de la vecina de enfrente, donde cayó el muñeco, lo velaron ahí. Por suerte mi hermana estuvo encerrada varios días y no se enteró. Yo recordé que cuando éramos chicos en la pared de esa casa habían escrito: Qué risa, todos lloraban.

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