En todo el país, fueron las protagonistas del año.

Los docentes, las mujeres, los organismos de derechos humanos, la CGT disidente y la CGT del triunvirato huyendo de sus bases, los sindicatos, las organizaciones sociales, las CTA, los estudiantes, los científicos, los discapacitados y sus familiares, los ciudadanos con sus cacerolas el 18 y 19 de diciembre, los familiares de los 44 marinos del  ARA San Juan son sólo algunos de los sujetos que ocuparon un lugar que fue uno de los protagonistas de 2017: la plaza. También la plaza fue la sede de la renovada rabia de las fuerzas represivas, en cumplimiento de limpiar de política el lugar y devolverlo al uso de las palomas y el silencio.

Tras un 2016 relativamente calmo ante la crisis de despidos y pérdida del poder adquisitivo, en el 2017 el músculo de la protesta social salió de su pereza. Bastante entumecido, de a poco comenzó a mostrar una dinámica propia y a recuperar viejos conocimientos de autodefensa ante las represiones. En las plazas se trabaron los primeros lazos de unidad de la oposición, en las calles se van cocinando los nuevos liderazgos y van emergiendo los programas políticos que le darán respuesta a los problemas sociales que todavía ni siquiera se ven, pero están.

Suele decirse que las protestas no solucionan nada, que marchar no sirve, que al final todo se arregla en otro lugar, a puertas cerradas. Es cierto que las manifestaciones no lograron que se abra la Paritaria Nacional Docente, ni frenaron la reforma previsional. Tampoco las tomas de fábricas o edificios públicos detuvieron los despidos. Pero también es cierto que en la calle las mujeres avanzaron este año hasta la ley de paridad y que no se hubiera anulado el 2x1 a los genocidas sin miles de personas afirmando su descontento.

Defender la plaza es nutrir a la democracia en su rasgo más esencial, que no es el de la pavota generación de consensos sino el de la gestión pacífica de los conflictos. En la plaza la democracia se vuelve acto popular y no mera delegación del poder en el voto. Por eso, lentamente y con un efecto que puede demorar años, pero que llega, en la plaza se van escribiendo las palabras que nombrarán a los nuevos sujetos sociales y sus acciones políticas transformadoras.

La confluencia de sindicatos tradicionales, que nuclean a la crema de los trabajadores, y organizaciones como la CTEP, representantes del fondo de la olla, es un fenómeno histórico que se dio por la plaza. Desde el primer terremoto del mercado laboral, en los 90, los sindicatos se desentendieron de los desocupados y precarizados, hoy se unen a ellos.

Quedan para 2018 las plazas de la reforma laboral y de las próximas paritarias. Seguramente, habrá muchas otras. La protesta social seguirá para darle carne a lo mejor de la democracia: la participación política popular.

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