Gobierna la vieja patria financiera

En pesos o en dólares y con tasas altísimas, los timberos fueron los ganadores del año.

Más que la mineras, los productores de cereales o los importadores, los grandes ganadores del ciclo Cambiemos son los bancos y los especuladores. Durante 2016 fueron obteniendo todas las herramientas necesarias para desenvolverse a su gusto en la economía nacional y en 2017, en apenas un año, ya lograron lo que siempre consiguen: la fragilidad de todo el sistema económico en general, el segundo más volátil del mundo después de Turquía, según los anarcotroscokirchneristas de la agencia Standard & Poor’s.

El presidente del Banco Central Federico Sturzenegger y el ministro de Finanzas Luis Caputo son los conductores reales de la economía. Ellos mantienen el dólar a raya –como en la Convertibilidad, esa es la base de toda la política económica, aun cuando pegue saltitos que están controlados por la cantidad de reservas disponibles– dándole a la maquinita en niveles inconcebibles. La maquinita, la famosa maquinita, no es solamente la que imprime billetes. Mucho más nociva es la maquinita que imprime pagarés a troche moche, porque funcionan como los billetes y, además, hipotecan a futuro.

Sturzenegger es la principal razón por la cual las inversiones reales no se van a producir. Son tan altas las tasas de interés que él fija –del 38% al 25%– que no tiene el más mínimo sentido poner el oro en maquinaria. El volumen de las mentadas Lebacs –unos pagarés en pesos del Banco Central, que pueden comprar tanto bancos como particulares– se multiplicó tres veces entre diciembre de 2015 y octubre de 2017, acelerando su incremento durante el último año. Cuando un chanchullo financiero crece de ese modo –una curva exponencial, que pasa de ser más o menos horizontal a doblarse y levantar de modo vertical– el manual lo llama “burbuja”. No le importa eso a los inversores, que ante el primer temblor se pasarán al dólar, para fugarse del país. Así es como el peso de los capitales especulativos respecto de las inversiones concretas, siempre mirando los dólares que vienen desde el exterior, pasó de representar el 0,91% en 2015 al 76,3% en 2016 y el 535% en 2017. La inversión productiva extranjera cayó y la timbera se fue por las nubes. Los dólares entran, se pasan a pesos, crecen con las tasas, vuelven a ser dólares y se van. Es la antiquísima bicicleta financiera.

El anodino Luis Caputo será recordado dentro de un siglo: por él se emitió un bono de deuda externa que se pagará en ese plazo delirante, a tasas ruinosas. Durante su gestión la deuda en dólares prácticamente se duplicó en términos absolutos y en su relación respecto del PBI. Rompió la barrera de los 300 mil millones de dólares (algo que nunca pasó en la historia argentina) y le otorgó al país el primer lugar mundial en el ránking de emisores de deuda entre 2016 y 2017, según la agencia piquetera y planera Bloomberg.

¿Para qué se utilizó ese feroz endeudamiento? Pues para pagar deuda vieja –no con recursos genuinos, desendeudando– y para sostener el libre ingreso y salida de los dólares que vienen a timbear y, con ello, mantener el precio del dólar, evitando una devaluación que se traslade a los precios internos.

Este procedimiento no es una novedad del 2017, su consolidación sí lo es. No hay otra política económica para darle cierta contención al proyecto de Cambiemos. El costo es monumental, la sangría es continua y el país parece un cocainómano más limado que Tony Montana. Sin embargo, estos enjuagues le dieron gobernabilidad a los bolsillos exhaustos por los tarifazos y las paritarias con salarios para abajo, porque permitieron tener dominio sobre el precio del dólar: si encima había devaluación, el cóctel hubiera sido incontenible.

Pero este volátil globo financiero parece no tener otro destino. El terror de admitir el triunfo de Cristina Kirchner en las primarias tenía que ver con una licitación de Lebacs a dos días de las elecciones, la premura para sacar la reforma previsional también (había licitación de Lebacs al otro día). Cualquier cimbronazo pone en riesgo todo el castillo de naipes y, ante el riesgo, los tahúres van a lo seguro, el verde Washington.

Mientras tanto, la generación real de divisas, el ingreso de dólares por el comercio exterior, la diferencia entre lo que se exporta e importa, también marcó otro récord. Todavía no terminó el año y el déficit de la balanza comercial argentina es en 2017 el más alto en toda su historia. No somos el supermercado del mundo, sino un casino que puso en la banca de una mesa de black jack a un generoso y perverso idiota.

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