Cinta scotch

 

Primero vi la Biblia entre sus manos, cuando se me sentó al lado. Faltaba por lo menos media hora para que pasara el Tata Rápido. Enseguida lo reconocí, lo había escuchado más de una vez predicar con quien tuviera cerca en el viaje de Coronda a Santa Fe o viceversa.

Al principio fue más bien protocolar, saludó y a los pocos segundos estaba hablando del Señor, de la luz y la oscuridad. Yo asentía o contestaba con monosílabos, más bien resignado, y así estuvimos un rato. Cuando me habló de las salidas transitorias lo empecé a escuchar con un poco más de atención y hasta su tono fue mutando lentamente, como si su lengua materna empezara a resonar en los bordes de su discurso repetido y didáctico. Algunas palabras, alguna entonación…

Cuando se acercó un tipo medio loco y vagabundo, que siempre aparecía mangueando puchos con tono más bien picante, lo sacó cagando. Le habló en voz baja, casi en secreto, dos o tres palabras como facazos sacudidos en el aire. Cuando le ofrecí un cigarrillo, miró a los dos lados y después asintió. La primera pitada fue la más profunda que alguna vez había visto, lo quemó hasta la mitad, aguantó el humo, y cuando lo soltó se desparramó en el respaldo de cemento del banco de plaza. Estuvo un rato en silencio, hasta que vimos doblar el cole que esperábamos:

—Que no te pase nunca, ése es el infierno, el infierno posta, nunca, nunca jamás salís de la tumba. Yo hice de todo, hice huelga de hambre, me cosí la boca y me cosí la pija varias veces. Yo no zafo más.

Apagó el cigarrillo, se levantó, se sacudió el pantalón de vestir viejo y se emprolijó la camisa blanca con cuadritos negros. Se paró junto a la puerta y dejó que todos subieran. El Tata estaba lleno, quedamos parados en el pasillo, separados por varias personas, fue un alivio. Lo escuché hablar de Dios a unos adolescentes que volvían de la escuela. Después el cole se fue vaciando y me senté. Venía leyendo cuando me tocó el hombro. Mirá, dijo, parado en el pasillo. Me mostró la Biblia, la abrió y fue soltando todas las páginas con el pulgar hasta llegar a la  tapa. De ahí desenganchó la última hoja de la cubierta y vi, pegada con cinta scotch, una aguja larga y gruesa.

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