—Buenas, ¿cómo anda?

—Muy bien, leyendo cosas que valen la pena.

—Ah, pero que interesante. No sabía que era amante de la lectura. ¿Qué está leyendo? ¿Me leería un poquito?

—Sí, cómo no: “Un filósofo produce ideas, un poeta poemas, un sacerdote sermones, un profesor compendios, etc. Un criminal produce delitos. Si miramos más de cerca la vinculación que existe entre esta última rama de la producción y la sociedad en su conjunto, nos liberamos de muchos prejuicios”.

—Ah, pero usted quiere defender lo indefendible. ¿Quiere que le traiga un cuaderno así se pone a tono? Hay que trabajar más porque en este país no trabaja nadie.

—Sí, en eso tiene razón. Nadie le pone el hombro a nada. Nadie se levanta a las 6 de la mañana para tomar un colectivo, que dicho sea de paso baratito le sale. Nadie, pero nadie quiere trabajar.

—Yo digo trabajo de verdad, esos que dan callos en las manos, que rompen la columna. Trabajo de calidad. Hay que pilotear un drone, hacer cerveza artesanal o manejar un Uber.

—Cómo será que nos hemos devaluado, que antes generaba cierta angustia… ver a un ingeniero manejando un taxi o un remis. Ahora ni eso, ni sobran ingenieros y un Uber te tributa en Holanda.

—Querido, adversario: usted es presa del pasado. Se rige por categorías viejas, pasadas de moda. Hasta le diría arcaicas. Es víctima de la ceguera de la historia. El mundo cambió, y hoy somos parte de ese mundo. El único antídoto ante este veneno social que persigue inocentes es mantenerse unidos. Tenemos que aislar a las personas envilecidas que buscan el fracaso de los demás.

—Ahora entiendo por qué Hitler y Macri son tendencia en Twitter. Debe ser porque utilizan nuevas categorías. Más actuales, innovadoras. Hay momentos que tengo la extraña sensación que realizan un ejercicio dadaísta para comunicar ideas. Un cadáver exquisito sin ningún prejuicio, escritura automática para decir lo que no se puede decir. Toman una licuadora, ponen un libro de Osho, le suman unas páginas de Milton Friedman y Friedrich von Hayek. Un par de cucharadas de Coelho y Manes a gusto. Y, para aglutinar, unas pizcas de pastor trasnochado y salen a timbrear.

—A mí me encantaría que me toquen el timbre y poder charlar con el presidente. Y decirle: ¡Ay! Mauricio, No lo puedo creer. Y abrazarlo. Y mostrarle mi comercio, y contarle mis planes. Mirarlo a la cara… esos ojitos azules color cielo. Charlar de Boca y que me explique que la recesión es por ahora y que todo va a estar bien.

—Sí, bueno. Le va a mostrar un negocio vacío porque digamos que plata para comprar…

—La gente no compra por dos razones. No sea nostálgico. ¿Me va a querer contar la historia del salariazo y la revolución productiva? Hoy no se vende porque todas las ventas se hacen por internet, la gente no sale de su casa, está muy entretenida mirando Netflix. Además, no gasta porque está comprando dólares. Como mi tía Cuca, que lo poquito que le queda de la jubilación lo invierte en dólares. El problema macroeconómico es ese, si usted multiplica la cantidad de tías Cucas que atesoran dólares… y ni le digo la gente que viaja, ¡cómo gasta alguna gente! Hasta celulares se compran… y no un modelito simple.

—Claro y la pobreza aumentó por la guerra comercial de China con Estados Unidos.

—No, la pobreza aumentó porque la clase media no supo aprovechar las oportunidades que Macri les brindó.

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