Tela étnica

Primero esas dos sillas, una inclinada sobre la otra, bajo la lluvia en el patio. Después la manta peruana cayéndose de un estante, con sus mil rayitas de colores furiosos, imperturbable, doblada en una bolsa y olvidada por un montón de años. Mal día para ordenar, piensa Azucena.

Fue en Sucre, en una plaza, cuando bajaron del mirador. Al mirador llegaron jadeando después de una subida interminable por una calle empedrada, era una tarde nublada y en el bar tomaron café con leche frío, riquísimo. Después de comprar la manta ella se la probó cruzada, como la usan las cholas para cargar a sus bebés, se miraron y sonrieron con esa felicidad imposible de aquellos días.

El mate está demasiado caliente, quedan dos o tres cigarrillos y no para de llover, Azucena se sorprende tatareando una canción de nirvana y mirando la pared humedecida, las manchas primero dibujan un rostro, como casi siempre, you’re face to face with the man who sold the world.

Azucena enciende la radio para sacarse la música de la cabeza y despliega la manta, primero sobre el piso, después la prueba como mantel en las dos mesas y sobre la biblioteca, ninguna de las opciones la convence, vuelve a doblarla, le cambia la bolsa, antes de guardarla está a punto de olerla de cerca, pero no lo hace.

De pronto los paisajes y los años se le mezclan, recuerda otra manta, en otra plaza, una tarde soleada en Potosí o en Cuzco, también otra mirada y otra sonrisa en el acoplado de un camión lleno de gente que da saltos enormes en un camino de montaña ¿O esa manta es ésta? ¿Y la otra entonces? Deja los platos a medio lavar, se seca las manos y busca la caja de las fotos, la duda, lejos de resolverse se multiplica, a la par de la lluvia que ya es chaparrón oscuro.

La gata aparece desde la pieza, se despereza en el medio de la alfombra y trepa a la ventana. Azucena siente que le duele la espalda, apila las fotos de cualquier manera, termina con los platos, prepara café. Arriba de la heladera ve la factura de la luz que todavía no pudo pagar. Se tira en el sillón, vuelca un poco de café en el piso. Piensa que apenas termine va sacar la manta a la calle con la basura y va a caminar tres cuadras bajo la lluvia hasta el kiosco, a la vuelta va apilar las dos sillas debajo del techito.

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