La ponencia que leyó el autor en el encuentro Poesía Litoral 2019, en la Casa de la Cultura de Santa Fe.

Cuando se piensa en el litoral, la primera imagen que suele evocarse es la del río. El río, la costa, los isleños. Un cuadro de Juan Arancio.

Eso mismo me pasó al ser convocado para hablar sobre el litoral como inspiración.

¿Tengo algún cuento con ríos?, pensé. Pude recordar solo uno en el que un grupo de amigos van a pescar a Colastiné, pasan la noche en una isla y por accidente toman una sopa de hongos alucinógenos que les hace soñar un encuentro con una tribu de atractivas pobladoras originarias.

Por suerte, la convocatoria venía con distintos listados como una forma de definir qué es el litoral: una lista de provincias (Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe, Formosa, Chaco), de territorios (selvas, bosques, lagunas, esteros, bañados...), de ríos, de árboles autóctonos, de animales, de próceres, de poetas. ¡Y de industrias! Esto fue lo que más me llamó la atención: metalúrgica, agrícola, ganadera, textil, alimenticia...

 

Si usamos esta definición, amplia, y no la del imaginario, creo que mi novela Las lagunas es, de los textos que tengo publicados, el que más elementos litoraleños tiene, por lo que me voy a centrar en ella.

Transcurre en Carlos Pellegrini, un típico pueblo del interior de Santa Fe. El pueblo en el que crecí y un pueblo que, como muchos otros, es una posible cara del litoral.

Por Carlos Pellegrini no pasa ningún río y la corriente natural de agua más cercana está a casi cien kilómetros de distancia. Esto quiere decir que los chicos de mi pueblo no tienen la experiencia de ir en bicicleta a pescar. No en un río verdadero, al menos. Había sí algunos, los más aventureros, que tiraban una línea en una laguna o en un arroyo temporal de esos que se forman en el medio de algún campo luego de una lluvia fuerte. Anguilas y ranas eran entonces nuestros dorados y moncholos.

 

Hablando de campos, el de la novela es un pueblo netamente agropecuario. De soja y vacas. Y ahí tenemos dos industrias del listado, la agrícola y la ganadera. De eso sí escribí. Es algo que conozco, ya que además de crecer en un pueblo cuya economía es movida por estas dos industrias, mis padres son ingenieros agrónomos y palabras como siembra, sequía, silos, rastrojo, roya, pulgones, alfalfa, rollos, engorde, Hereford eran comunes para mí.

Me pregunto: ¿Por qué es más litoraleño un pescador en su canoa que un peón que se levanta a la madrugada a ordeñar? ¿Por qué es más poética la imagen de una rama de sauce llorón que se inclina sobre un brazo del Paraná que la de una planta de maíz que crece fuerte y muestra sus dientes brillantes? Quiero pensar un poco sobre esto.

 

Las lagunas es una novela policial y comienza así:

“Carlos Pellegrini era un pueblo con tres lagunas: la laguna de Cano, la laguna de sangre y la laguna del bajo del Roly Perotti”.

Y a continuación se describe brevemente cada una de ellas:

“La laguna de Cano llevaba ese nombre por estar ubicada en los terrenos del viejo Cano, un hombre solitario que vivía en una casilla de metal a orillas del agua.

La del bajo del Roly Perotti no era una laguna de verdad. Esa depresión natural del terreno en uno de sus campos se transformaba en laguna cuando las lluvias superaban la capacidad de absorción del suelo. Entonces los chicos del pueblo, provistos de cámaras de tractores infladas en la gomería, llegaban en bicicleta hasta el lugar. No bien lo hacían, dejaban tiradas las bicis contra el alambrado y saltaban al agua.

La laguna de Sangre estaba ubicada detrás del frigorífico y debía su denominación a los desechos vertidos en el proceso de faenamiento, que le daban al agua un color rojizo.

Con pastizales siempre altos y moscas y moscardones que revoloteaban por todos lados, el lugar era un foco de contaminación”.

 

El capítulo 1 termina con un regreso a la primera laguna, la única “laguna real” y en la que alguna forma de vida es posible:

“La mañana del domingo 27 de febrero de 1994, Wilson Zapata y un amigo fueron a pescar ahí. El viejo Cano dormía profundamente en su reducto y los chicos se habían instalado en la orilla con una caña de pescar para atrapar una anguila o alguna de las otras pocas especies que habitaban ese espejo opaco. Sin embargo, transcurrió toda la mañana sin que la línea se tensara. Wilson maldijo su falta de suerte, se levantó, pateó una latita de gaseosa y se dispuso a recoger la línea. Sintió que algo le oponía resistencia. Llamó a su amigo y juntos tiraron de la caña. Cuando por fin pudieron retirar del agua el objeto en el que se había enganchado el anzuelo, descubrieron, cubierta por una especie de crema viscosa, una calavera humana”.

Y la acción se pone en movimiento.

 

La oficial Dana Carrique llega al pueblo para investigar el caso y siguiendo a este personaje, el lector visita distintas escenografías en las que podemos apreciar elementos de las industrias mencionadas.

Ejemplo 1: un campo sembrado. En una escena, la oficial atraviesa un sembradío de soja para llegar hasta la laguna del bajo que queda en el centro. Se narra:

“Sorprendía el corte abrupto del verde oscuro y fresco de las hojas al amarillo descolorido y seco del rastrojo. Pero más sorprendía ver cómo la tierra dura a la que estaban agarrados esos pastizales iba mutando en barro en dirección al agua”.

Ejemplo 2: el frigorífico, destino final de la cadena ganadera. Un exempleado recuerda:

“Trabajé varios años en el frigorífico. Entré a los dieciocho. Al principio, barría nomás. El agua con sangre. En realidad, era la sangre pegada a los pisos más los baldazos de agua que tiraba para despegarla. Baldeaba y barría con una escoba de paja. Yo trabajaba cuando ya no quedaba nadie, cuando la producción paraba. Mi trabajo empezaba cuando las vacas no estaban más. Cuando ya las habían tumbado, colgado y achurado. A mí me tocaba limpiar. Como el que ordena la casa después de una fiesta. Me gustaba ese trabajo. Era tranquilo”.

 

Por supuesto, esta no es la única novela con campos y ganado como escenario. Así que voy a aprovechar la ocasión para hacer tres recomendaciones.

Sin ir muy lejos, en la misma colección que Las lagunas, está Vacas de Belén Sigot una novela coral que transcurre en una geografía espejada a la de Carlos Pellegrini, pero en la provincia de Entre Ríos. También un pueblo chico, también campos verdes, también explotaciones de ganado. Aunque Vacas hace foco en un aspecto que Las lagunas no aborda: ¿Cómo se mantienen verdes esos campos? ¿Hasta dónde la mano del hombre es beneficiosa en su afán de modificar la naturaleza y ponerla a su servicio?

Una novela que se ocupa del problema de los agrotóxicos en el agro es Distancia de rescate de Samanta Schweblin, en la que un niño es víctima del uso, abuso e incorrecta manipulación de herbicidas.

Cierro la triada con una novela que leí mientras escribía Las lagunas y que me aportó mucha información sobre el proceso de faenamiento. De ganados y de hombres de Ana Paula Maia es una novela brasileña en la que un grupo de vacas enloquece y se tiran todas de un barranco. El protagonista es un aturdidor, es decir el encargado de noquear a las vacas antes de que las maten.

 

A propósito de vacas, esta semana recibí un email de una señora que vive en un sexto piso sobre una avenida en Capital Federal. Me decía:

“Antes de ayer a la noche empecé tu novela y ya la terminé. Me gustó mucho. Es entretenida y tiene suspenso. Además, aprendí sobre cosas ajenas a mí. Por ejemplo, la vaca. Creo que debo haber visto tres vacas en toda mi vida”.

Me dio gracia. Para mí, las Holando-argentino sobre fondo verde son parte del paisaje y parece que para un lector a quinientos kilómetros pueden ser también algo exótico a la espera de ser descubierto entre las tapas de un libro.

Tal vez el río ganó, en la literatura, protagonismo sobre el campo porque es la imagen más vieja del tiempo.

A lo mejor es verdad que una vaca pastando es más aburrida que un pez que dibuja formas en el agua o que un camión que lleva granos de una planta de silos al puerto tiene menos historias que contar que una barcaza que cruza personas entre dos orillas.

O no.

El litoral es más que un río en el que nadan los dorados que te vas a comer a la parrilla.

Yo nací lejos del río, así que los materiales que tengo para escribir son otros.

Pero, en definitiva, más importante que sobre qué escribimos o desde dónde escribimos, es sentarse y hacerlo.

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