El presidente de la política

Acuerdos y consensos en la gestión naciente de Alberto Fernández.

Un orden de gobierno neoliberal se explica fácil: usan siempre un mismo manual, con los mismos objetivos. Son tan predecibles como desastrosos. No asombran, sólo destrozan. No crean desde la política, liberan al mercado y le dan marco y promoción a su fuerza arrasadora.

El triunfo de Alberto Fernández se debe más a la crisis generada por Cambiemos que a otra cosa. Además de sufrir la malaria en carne propia, su electorado leyó las enseñanzas de la elección de 2015. Había que pegar primero, después no hay garantías. Nada de votar a Lavagna o Del Caño. Las primarias fueron la primera vuelta y la primera vuelta el ballotage, todos los votantes de Fernández supieron eso. Y por eso la diferencia de votantes a Fernández entre las primarias y las generales fue mínima: se jugaron a todo, de una. El sistema político conoció así un particular interregno, el del (no) presidente Fernández.

¿Es ese 48% plenamente de Fernández? Está claro que no o que, en verdad, el poder no debe obnubilarse con las cifras, siempre pasajeras, de adhesión electoral. Pero sí está claro que ese 48% tiene un único mandato: parar la peor crisis desde el 2001. Eso es lo que se va a medir en las elecciones de 2021.

La herramienta que planteó el gobierno es la política, la política, la política. Dicho tres veces: se viene un tiempo de roscas monumentales. Cada problema tiene su consejo, su acuerdo, su mesa de diálogo, según anunció Fernández en su discurso de asunción. El gran homenajeado en las palabras del 10 de diciembre fue Raúl Alfonsín, pero la referencia política real fue Eduardo Duhalde. La serie de mesas y acuerdos del 2002 fueron la clave para enderezar las variables macroeconómicas, contener la pobreza y salir jugando para adelante en 2003.

Es que cuando la política vuelve, vuelven esos acuerdos pero, también, vuelven los conflictos con los factores reales de poder –las corporaciones, el mercado– y vuelve la creación, lo más o menos impredecible. ¿Buscará Fernández quebrar la Mesa de Enlace con una segmentación de retenciones que logre que se cobre mucho más al puñadito de terratenientes que se hace llamar “el campo”? ¿Qué relación se entablará con China y sus monumentales inversiones programadas en el país?

Esas mesas y acuerdos que promete Fernández también suponen reconocimientos y nuevas agendas de prioridades. Hace 20 años, las organizaciones de la economía popular apenas tenían algunos representantes, como movimientos piqueteros o territoriales. Hoy sin sentar la economía social, solidaria y cooperativa a la mesa se pierde una porción gigante del PBI y de la producción popular de empleo.

También hace 20 años, los sectores más concentrados del mercado no salían igual de fortalecidos de la crisis; salieron del 2001 pidiendo la pesificación asimétrica, prenda con la cual Duhalde los encuadró. Durante el macrismo, las ganancias siderales de los rentistas –el campo exportador, los bancos, las empresas de servicios, incluyendo a los grandes medios– los dejan con una fuerza de presión inmejorable.

Política, política, política. Para los nuevos consensos, para los conflictos por venir, para una nueva agenda. Porque también eso se le pide Alberto: que cambien las discusiones, que surjan nuevos sujetos políticos, pasar de una vez por todas a otra cosa.

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