Réquiem por Confetti

Confetti fue, sin dudas, un ser extraordinario, nadie lo quería, eso está claro, terrible vigilante era Confetti. Saber de él y sentir el deseo irrenunciable de que una hélice de helicóptero lo cortara como fiambre o alucinar el zumbido de un millón de abejas tapándole cada centímetro cuadrado de su piel, eran experiencias bien distintas, intensas e inspiradas y la lista de esas experiencias podría seguir hasta agotar a los presentes y las palabras mismas y  ese no es el propósito, desde luego.

Todos sabemos bien quién fue y qué hizo esta mugre, pero muy a nuestro pesar, corresponde hacer un breve repaso. Al principio, cuando se instalaba media hora en los cajeros del centro a la hora pico la primera semana del mes y salía vestido de superhéroe, hubo gente que lo festejaba como  bromista y hasta como esteta, incluso se oyó hablar de cultura popular y no sé qué otras mierdas. Seguramente no era el caso de quienes perdían su tiempo por la supuesta gracia de este pelotudo. Tal fue su impunidad que nunca consideró que en esas largas colas de gente frustrada y estresada al límite, había policías a quienes que se les puede escapar un tiro, colectiveros que le pueden errar al freno, anestesistas, cirujanos, dentistas, abogados, por nombrar solo algunos.

Nació nadie sabe bien cuándo, en ese pueblo del orto, feo como muchos y triste como pocos. Hubo amantes de la sociología que señalaron y remarcaron esta condición como atenuante cuando no como justificación. Estimo que era gente universitaria que veraneaba lejos ese enero de fuego en que Confetti dejó sin luz a toda la ciudad por 24 días y 9 horas. Seguramente tampoco fueron invadidos por sus ratas ni afectados por la inundación de mierda, y acá vale un largo y piadoso etcétera. Lo importante ahora es saber que por muchas generaciones, los habitantes de ese pueblo verdaderamente maldito, vivirán entre el oprobio, la ignominia y la condena social. Hecho que, aunque pueda sensibilizar a gente de buen corazón, no deja de ser rotundamente justo.

Jamás se le conoció estudio, ni ocupación que no fuera joder la paciencia y la vida de todo el mundo sin distinguir, edad, clase, género o credo, tenía un fuerte sentido ecuménico, hay que reconocerlo. Luego de un tiempo sin noticias, apareció con lo que esperamos haya sido su última astucia, ese cartel burlesco y obsceno que todos sabemos flameando en el cielo con su musiquita.

Por eso estamos aquí reunidos, para afrontar la hora más temida, esta nueva desaparición, inexplicable e inadmisible. Si bien las estadísticas son elocuentes respecto de las posibilidades de sobrevivir a un avión derribado por misil, nadie puede sustraerse de la angustia desesperante de no tener un cuerpo que profanar a gusto, hasta por fin estar en condiciones de realizar el debido y necesario duelo. Por último, solo quiero destacar que el odio, el asco y la bronca que le tenemos a Confetti, las ganas ardientes de verlo sufrir de la forma más dolorosa y humillante posible, de alguna forma nos ha mantenido atentos, solidarios y empáticos y así debemos seguir, la concha de su madre, así, vamo carajo, vamo. Muchas gracia.

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