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A Jorge Viola, en el recuerdo

Cuánta gente que está sola, piensa Fátima. Lleva bajo el brazo su póster de Madonna y uno solo de los tres bolsos. Deja la pensión de noche.

Anoche le pegó una trompada a la jefa de mozas y se fue, nunca le había pegado a nadie, todavía le duele la mano.

Hace dos años llegó a Capital, durmió una noche en las escaleras del Congreso y otra noche en el Obelisco. A los dieciséis se fue de su casa, estuvo poco más de un año en Córdoba trabajando en el bar de una tía y después la cosa se complicó. Tomó un colectivo a Capital.

Al tercer día consiguió trabajo en un bar y se metió en una pensión. Trabajó en distintos bares, muchas horas, vivió en muchas pensiones, estudió teatro, estudió cine. Durmió poco. Se enamoró, se desenamoró. Decidió volver.

Fátima se las arregló para llamar a su madre casi todos los días, para decirle que estaba bien.

Fátima tiene que pasar su tercera noche en la calle, a la mañana le prometieron pagarle una parte de lo que le deben, luego piensa tomar un colectivo a Santa Fe. Para ver a su mamá, para ver…

El plan es caminar un poco por Palermo como despedida, le gustaría ir a La boca pero es tarde y el bolso es pesado. Se sienta en Plaza Serrano, mira los bares, mira la gente, poco movimiento, pasa la noche.

Es de mañana y son pocos los negocios que abren. El bar que ella espera no es uno de ellos. Fátima camina, da vueltas. Compra café en la calle, compra galletas, desayuna en la plaza. Vuelve a caminar, algo pasa y no sabe qué. Ve un kiosco de revistas que está cerrando, pregunta. El hombre le habla casi gritando, entre cortado; ella tiene sueño, cansancio; el hombre habla de saqueos y cosas que ella no entiende. Cuenta la plata que le queda, toma un colectivo a Retiro. En Retiro ve imágenes de gente comiendo restos del piso, peleando como palomas, como perros, ve imágenes de balas y piedras, humo, mucho humo, negro.

Compra un pasaje aunque todo es incierto. El micro demora en salir. El viaje es un infierno, los cortes son constantes y a cada rato Fátima ve en vivo las imágenes que vio en televisión. En el colectivo mucha gente entra en pánico, llantos apenas reprimidos, ganas de gritar, muchas ganas… Fátima imagina a su mamá mirando televisión, Fátima le dijo que llegaba esa tarde. Esa tarde que ya es y ni siquiera alcanzó un tercio del camino y no se sabe.

Fátima le pide el teléfono a la mujer que está a su lado. La mujer le dice que sí, pero que un poco más tarde, Fátima entiende que es por una razón de corta o larga distancia, junta paciencia, como puede, como siempre.

La mujer tiene ropa hindú, Fátima piensa que hace yoga o algo así, lo cierto es que es una de las pocas personas del pasaje que conserva una envidiable o exasperante calma, la gente que no se ve alterada parece más bien resignada a cualquier cosa.

El colectivo para en algún lugar del Gran Buenos Aires, desde la ventanilla ve el saqueo a un hipermercado, es como una ventana pantalla, se sienten impactos de balas o piedras, muchos se tiran al piso. Hay quienes rezan, hay quienes lloran, hay quienes hacen de cuenta que no están ahí. La mujer yoga se sienta como chinito y junta sus dedos, medita o intenta alguna magia, Fátima se mantiene quieta, alerta, en los instantes más insoportables hace sonar una canción fuerte, muy fuerte en su cabeza, mira por la ventana las corridas, las piedras, las balas, el humo, cierra los ojos. Por alguna razón aparece un claro recuerdo que no recuerda haber recordado antes, es en la escuela primaria, un acto escolar, ella es la hija de San Martín y escucha sus consejos, ella no tiene ningún texto en la dramatización, solo tiene que escuchar y asentir.

Sebastián hace de San Martín, ella gusta de Sebastián y cree que Sebastián gusta de ella. Sebastián tiene un poncho colgado al hombro y talco en el pelo porque es un San Martín viejo. Cuando termina el acto muchos felicitan a Sebastián, nadie a ella, ella también lo felicita, ella está contenta.

El ruido del motor la saca del recuerdo, la marcha se reanuda y hay algo de calma.
Fátima vuelve a pedirle el teléfono a su compañera de asiento, vuelve a explicarle por qué lo necesita, le ofrece pagarle la llamada, aunque sabe que no tiene un centavo más, que regateó el precio del boleto hasta que se lo vendieron por lástima o porque daba igual. La mujer, en tono tranquilo, vuelve a decirle que sí, que no se preocupe, que nada malo va a pasar, que espere un rato hasta que hayan avanzado un poco más…

Pasan casi dos horas sin interrupción, hay quienes logran dormir, la mujer del teléfono también se duerme, es de noche.

El teléfono está sobre las piernas de la mujer yoga, Fátima sabe sólo dos cosas de yoga, una es el saludo: Namasté, “mi alma saluda a tu alma”, otra es que Nachiketas es alguien relacionado a la muerte, no sabe bien por qué sabe esto, sólo le interesa el teléfono que duerme sobre esas piernas.

Piensa una, dos y tres veces, respira hondo, se arrepiente, se detiene…. Empuja un poco con su brazo el cuerpo de Nachiquetas (así decide llamarla), no se despierta. Vuelve a respirar hondo y como quién no quiere la cosa, en un segundo el teléfono está en su mano. Fátima siente el peso del teléfono en todo su cuerpo, se levanta despacio, va al baño.

—Mamá, estoy bien, estoy en el colectivo, llego a la mañana, te quiero.

Fátima vuelve a su lugar, deja suavemente el teléfono sobre las piernas dormidas. Reclina el asiento, cierra los ojos, vuelve a sentir el dolor en la mano. Sonríe apenas. Escucha una canción de cuna: duerme, duerme, negrito. Respira. Se duerme.

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