Intemperie

Fuma mucho, si te molesta venite acá o abrí la ventana, le digo a Celia, la mujer que va a cuidar a papá esta noche, mientras junto mis cosas.

Está bien, yo también fumo alguno a veces, contesta ella, tímida.

Entonces bienvenida porque esta es una casa de fumadores, le dice mamá, con un alivio que se parece al entusiasmo. El alivio no está relacionado con el hábito de fumar sino con el de dormir, y es un alivio compartido por mí y mis hermanos. Hace dos semanas operaron a papá y a la noche le duele mucho la cintura y no duerme, se levanta a cada rato.

Desde entonces rotamos para que alguien quede siempre con él. Mientras podemos, también armamos cigarrillos con tabaco, papel y filtro. Los vamos guardando en cajas de Benson que papá antes se encargó de vaciar a buen ritmo.

Vuelvo en bicicleta parando en todos los kioscos abiertos. Son muchos, en cada uno repito dos preguntas que cientos o miles ya hicieron y recibo siempre la misma respuesta a la primera y otras muy diversas, a la segunda. La cantidad de explicaciones y perspectivas ante la falta de cigarrillos se multiplica. Veo cada vez más gente haciendo lo que yo hago, parecen zombies, no exagero, lo mismo debo parecer yo.

Recuerdo que una mujer, en la cola del cajero, me preguntó dónde había conseguido cigarrillos, evitó la palabra cigarrillos, dijo “dónde los conseguiste”. Lo preguntó educadamente, incluso preguntó primero si me podía hacer una pregunta. Lo cierto es que ni un borde del atado se veía, solo la forma de la caja bajo la tela del pantalón. Me impresionó un poco, saqué el paquete y le ofrecí uno, agradeció, dijo que sólo fumaba a la noche. Le volví a ofrecer, aconsejándole que lo guardara para la noche, dijo que no, que gracias. Me pareció que le temblaba un poco el labio superior.

Ese fue mi último atado, hace muchos días. Había pedido tabaco en el kiosco más frecuente, y en cambio me dieron, en una bolsa blanca, dos Chéster de veinte, la gloria misma. Me pidieron que los guardara en la mochila y que no le diera el dato a nadie.

En todas las series y películas los zombies atacan. No soy un experto, pero me arriesgaría a decir que es lo primero que hacen. Entonces no entiendo que a nadie se le haya ocurrido pensar en eso. En este tiempo se habló mucho más de zombies que lo habitual, por qué nadie lo pensó. Pedaleo, busco con la mirada luces brillantes, pedaleo, me bajo de la bicicleta, pregunto, escucho, vuelvo a pedalear. Pienso en Celia, me cayó bien. Cruzo la avenida medio a contramano porque vi un kiosco enfrente que se me pasó. Pedaleo, vuelvo a pensar en Celia, pienso en su bolso blanco, sobre su falda, bajo sus manos. Después la imagino fumando en la ventana abierta de la pieza de papá, mirando la noche. Pedaleo más fuerte y trato de poner mi mente en blanco, para que no se configure entera en una sola pregunta a punto de convertirse en otra cosa. Pedaleo.

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