Playa Norte, la resistencia y el derecho a la tierra y el techo

Foto: Mauricio Centurion

Tras la resistencia a las topadoras, resurge la esperanza. A través de un convenio, el Estado comienza a reconocer los derechos de quienes habitan los barrios del noreste.

“Caletas náuticas”, anuncia el intendente y replica el diario. “Esa Liliana Berraz mete ranchos para hacer quilombo nomás”, decía el empleadito político del funcionario menor. “A las manzanitas no les importa el barrio, la gente está mucho mejor en Nueva Esperanza”, agrega la funcionaria. “Viven en un reservorio”, dice otro funcionario. “Está todo tomado por Los Rojas”, cuenta el cronista policial y se repite en las notas la habitual serie de pobreza, pibes, narcos y violencia. “Está todo tomado por Los Rojas”, dicen los vecinos de Guadalupe residencial organizados en una Vecinal efímera al solo efecto de empujar la erradicación. “Ahí no hay un basural clandestino porque no está autorizado ningún basural”, advierte el ujier. Y así, todos los años, durante casi 15 años.

–¿En estos años sentiste alguna vez que se iba todo al carajo? ¿Que no iban a poder frenar la avanzada sobre el barrio?

–¿Vos sabés que no? –desafía Liliana Berraz.

Tocar

Pasando French y Riobamba está el barrio Playa Norte. Actualmente son cerca de 120 familias, en otros tiempos fueron casi 200. Desde siempre son tierras privadas, de las familias Funes y Acuña. Como sucede hoy con La Carbonilla en los terrenos del Ferrocarril Belgrano, para el interés inmobiliario Playa Norte es un grano de pobreza en uno de los culos más lindos de la ciudad: el acceso al humedal de la Setúbal y la vieja playa que lleva al Monte Zapatero y Chaco Chico. Para sus habitantes, Playa Norte son más de 30 años de historia y arraigo. Para Playa Norte, Liliana Berraz es la persona que sostuvo ese arraigo y lo llevó a una esperanza nueva y real.

“Cuando me recibí del secundario empecé una carrera universitaria y me enganché con un proyecto de ir a trabajar con los wichis del Chaco, en el Impenetrable. Allá me fui. Hice cursos de enfermería, de radioaficionado, para ir al medio del monte. El proyecto venía de la Pastoral Aborigen de los Curas del Tercer Mundo, era armar una cooperativa de trabajo con la explotación del quebracho y era como ir a romper un sistema económico donde la producción del algodón explotaba a todos estos grupos, que viajaban hasta 200 kilómetros caminando para la cosecha y hasta perdían en el camino a sus hijos. Una cosa terrible. Este proyecto significó la radicación de los wichi en sus pueblos cercanos al Bermejo. También hacíamos educación con los chiquitos, prácticamente expulsados de las escuelas donde iban los criollos. Fundamos una escuela wichi, aprendí el idioma. Y dábamos educación para adultos. Estuve como cinco o seis años. Había curas, monjas, estábamos con las Ligas Agrarias. Y, como nosotros, había chicos y chicas jóvenes con todo el idealismo de poner un grano de arena para que se reconozcan derechos. Por supuesto tuvo la contra de todos los intereses económicos. Era la época de Isabel, entraron las Tres A, nos hicieron bolsa. Algunos terminaron presos. Se vino toda la cuestión pesada del Proceso. No salimos todas ni todos vivos”, recuerda Liliana sobre su juventud.

A sus 48 años, ya había vuelto hacía rato a Santa Fe y trabajaba como docente en escuelas rurales y de la zona. Por la puerta de su casa, en Guadalupe, comenzaron a pasar mujeres que revolvían la basura para sacar comida. Era el 2001. Las mujeres iban con sus hijos, de bolsa en bolsa. Salían de Playa Norte y caminaban por todo Guadalupe buscando para comer.

“Una vez que vos tocás la piel de los excluidos, de los que más sufren, no te podés despegar más”, dice Liliana.

El cuerpo

Entonces organizó primero a las vecinas de su manzana (esta, también, es una historia de mujeres, como Nidia Aranda, Rosa Lamas, Verónica Burete o Norma Molina, habitantes de Playa Norte). La consigna era fácil: cada manzana juntaba ropa, comida, medicamentos para una familia concreta de Playa Norte. Manzanas Solidarias. Liliana coordinaba la movida nacida del estallido, 60 manzanas de Guadalupe se plegaron cuando la crisis estaba en su peor momento. “Se sabía a qué familia se le estaba dando una mano, la coordinadora entablaba una relación personal con el papá, la mamá, los chicos. La coordinadora de manzana aprendió un montón de lo que es vivir en la exclusión, del sacrificio que se hace, de los hechos heroicos que tiñen a todos los sectores más empobrecidos”, recuerda Liliana.

El acceso al agua potable es una de las principales demandas del barrio. Además, reclaman mejoras de vivienda, trazado de calles, un salón de usos múltiples y espacios verdes. Foto: Mauricio Centurion

Con el tiempo, la solidaridad de Guadalupe fue apagándose. Sin embargo, esa red inicial se fue nutriendo de músicos, veterinarios, abogados, personas que le fueron dando a la organización su perfil presente de acción territorial. Apoyo escolar, talleres de música, computación, una huerta, mejoras en el barrio, una placita, viajes con la pibada. Y mucho, mucho cuerpo, de todos los vecinos y de Liliana, Liliana rescatando soldaditos, parada delante del camión con basura de demolición de Mallozi, enfrentando a las patotas municipales de la Guardia de Seguridad Institucional en el medio de la noche, recorriendo todo el espinel de instituciones del Estado para reclamar, en orden:

  • Que existe un barrio donde quieren extender la Costanera como si nada.
  • Que existe un barrio donde quieren meter un área residencial con caletas náuticas.
  • Que existe un barrio al lado de donde se arma un levantamiento de terreno a puro volquete tirado sobre el humedal.
  • Que existe un barrio donde dicen que hay un reservorio y que, por eso, no es necesario traer bombas de extracción de agua para evitar que la gente se inunde.
  • Que existe un barrio y que no es necesario erradicar por fuerza, extorsión o engaño a decenas de familias a una tierra lisa y sin nada, a las que durante años a duras penas se les dio unos quinchitos infames por vivienda, contra el derrumbe de las casas que ya tenían.
  • Que existe un barrio y que nadie tiene autoridad para entrar a demoler porque sí la vivienda de nadie, menos con tropa parapolicial municipal y apoyo oficial armado.

Durante casi 15 años, la Municipalidad representó sólo el interés inmobiliario sobre esas tierras. Al hostigamiento, el barrio le respondió con resistencia. Hasta que esa resistencia dio un paso más.

De los pobres

“El empoderamiento de los vecinos y que empiecen a conocer sus derechos y que se defiendan como barrio definió que terminemos este proceso con un convenio que es paradigmático. Están las tres esferas del Estado en una misma línea”, celebra Liliana.

El 7 de octubre la Nación, la Provincia y la Municipalidad firmaron un convenio con Manzanas Solidarias y las organizaciones que siempre fueron aliadas, Tramas Derecho en Movimiento y Canoa, para iniciar de una vez mejoras desde el Estado sobre el barrio. Por ahora, se apunta a lo estructural: servicios –casi no hay agua, por ejemplo– y regularización dominial. Pero, además, se contempla mejoras de vivienda, trazado de calles, salones de uso comunitario, espacios verdes. “Sin esos derechos, todos los demás son imposibles de respetar. Los derechos humanos en estos barrios pasan fundamentalmente por el derecho al hábitat”, dice Liliana.

El convenio se da en el marco del Registro Nacional de Barrios Populares y de su ley. Es un avance único por la articulación que supone y el presupuesto que implica. Un giro de 180 grados que puso las expectativas del barrio por las nubes. También, un reconocimiento definitivo a las organizaciones, que ya en 2014 –con la ayuda del MOI– elaboraron un anteproyecto sobre cómo debían mejorarse el barrio y lo presentaron al Concejo. Cerca de 160 páginas de planos, propuestas y sueños, que incorporan el humedal de la playa al barrio, como espacio educativo y de reserva ecológica.

–El anteproyecto para nosotros es una bisagra. No fue más resistir y resistir, sino marcar: desde acá, estos son nuestros derechos, esto es lo que nosotros proponemos. Nuestra propuesta era ir desde ahí para adelante, nada para atrás. Estábamos firmes. Fue un proyecto que hicimos durante dos años o más. Recorrimos todas las familias, nos reunimos con todos, medimos los terrenos, fue sumamente participativo.

–¿Se va a utilizar ese anteproyecto en el marco del convenio?

–Todo se basa en eso.

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