Enamorar para desalambrar

La saga de les hermanes Etchevehere nos da una maravillosa oportunidad: un culebrón que se escribe solo. Un momento único para expropiarle el Paz Martínez a la derecha.

A priori, felicitaré a Dolores Etchevehere y todes les compañeres del Proyecto Artigas por haber logrado sostener algo en este año en el que las energías están por el piso. Que un grupo de insurrectes tengan ideas, fuerzas y ganas de hacer algo productivo en este 2020 del horror ya debería ser motivo de celebración. Que ese proyecto indigne a Feinmann ya parece un sueño. Deberían reconocerles su labor en el Congreso pero, sabemos, eso no sucederá.

Yo les miro desde mi sillón, con el pijama roído de tanto usarlo 24/7, y pienso que pudieron sostener lo insostenible cuando yo no pude siquiera darle vida a mi masa madre. Aún meses después, mi casa sigue oliendo a calzoncillo de Boy Olmi. Amo a Boy, todes le amamos, pero sabemos que probablemente es un hombre que se ducha sólo cada dos lunas crecientes pues eso refuerza su indiscutida intensidad.

En fin, la tenemos ahí a Dolores en cadena nacional, con su profunda aura de maestra de matemáticas, sosteniendo una trinchera necesaria, urgente. Veo en su semblante, en sus formas, en su rictus frente a las cámaras hostiles de los móviles de TN algo de la Érica Rivas que se le planta a Darín y lo desarma en dos móviles de Intrusos. He aquí el quid de la cuestión, amigues: Dolores es Érica Rivas, esto es una novela, y debemos controlar la narrativa antes de que lo haga Suar. No jodo. Estamos hablando de un señor que registró el término “femicidio” para usarlo en futuras novelas. Me da pavor y no me deja dormir por las noches lo que Adrián puede llegar a hacer con eso, y no quería sufrir más en soledad. Ojalá ustedes estén tan mal como yo y esto les haya arruinado definitivamente el 2020.

Mi plan es que alguien (Tristán Bauer) lea esta columna y produzca (con la plata de todes) una novela (escrita por el fantasma de Migré y yo) en la que exploremos el insondable mundo de la alcurnia rural argentina como nunca antes. Y digo “como nunca antes” porque si la memoria no me falla ya tuvimos intentos de examinar por arriba y de forma irresponsable el magnífico mundo de nuestra pampa. Tengo la vaga imagen de Soledad Silveyra y Osvaldo Laport haciendo el delicioso arriba de un caballo a pelo. De nuevo, no me quiero quedar sólo yo con esta imagen. Hoy estoy muy en esta de socializar los traumas. Lo siento, pero no me arrepiento.

Viendo que esta idea evidentemente se va a terminar materializando, creo que debemos centrar la trama en la mismísima Dolores y sus hermanos, pues no hay nada que nos guste más que un buen culebrón con ribetes y dobles lecturas incestuosas. Propongo que busquemos a dos buenos varones argentinos para interpretar a los Etchevehere masculinos. Obviamente Gabriel Corrado debe hacer del ex ministro pues no sólo tiene el aire suficiente de patrón de estancia y CEO de una empresa fantasma que precisamos, sino que además tomará el papel como una especie de militancia libertaria que le dará el toque de realismo que precisamos. Una carmela en el pelo, una camisa arremangada color celeste clarito y ya estamos. Del hermano menos conocido, pero probablemente más polémico, puede hacer Segundo Cernadas, que de paso es el ahijado real de Patricia Bullrich.

Esto es real, es chequeable, y me coloca en un #ModoMarcelaTauro del que me es muy difícil salir. En futuras columnas puedo explayarme sobre todo el conocimiento inservible e imposible de borrar que acumulo sobre la farándula y la política argentina. Hoy quiero que nos concentremos en el diamante en bruto que tenemos en nuestras manos.

Patricia Bullrich puede hacer alguna que otra aparición en nuestra trama, pero sólo como personaje recurrente. Debe, y no puedo enfatizarlo lo suficiente, interpretarla Soledad Silveyra. El mismísimo Migré me lo está susurrando al oído. O quizás es simplemente la contractura que tengo en el cuello después de 48 horas corridas de jugar al Batman Arkham Asylum en la computadora. Deberán confiar en mi con los ojos cerrados y el corazón abierto, como Migré realmente lo hubiera querido.

Y aquí la gran apuesta, el efecto sorpresa, el giro en la trama que sorprenderá al pueblo argentino todo: debemos resucitar a Nahuel Mutti para que haga de Grabois. Sé que es tarea difícil su resurrección si consideramos que nunca falleció realmente. En todo caso, desapareció de la escena televisiva, lo que es peor. Una breve “investigación periodística” indica que su CUIT está activo y factura con un monotributo categoría C de manera que no está en condiciones de negarse a formar parte de esto. ¿Quién más puede llegar a sintetizar esa imagen de hippie criado a Toddy y Cablin que precisamos para caracterizar a Juangra? Nadie.

La historia se complejiza cuando, sobre el final de la primera temporada, aparece Leonor Benedetto en el papel de la madre de las criaturas que llevan adelante este Game of Thrones de las pampas. Con poco presupuesto y mucha garra, como si se tratara de una obra clase B en Carlos Paz, podemos sacar adelante este hit. En la vereda de enfrente lo tenemos al Turco García cocinando arroz con rulemanes frente a la atenta mirada de un reptiliano Del Moro, o incluso más lejos a Jay Mamón cantando un cover de Corazón Partío por les niñes del Garraham mientras Angel de Brito asesina a algún influencer en vivo. Es decir, tenemos todo para generar el próximo éxito televisivo.

Y chocarlo. Porque ahí quiero llegar. Necesito que ridiculicemos profundamente a nuestros wannabe Julio Argentino Roca que viven de rentas. Hay rencor e irracionalidad de por medio. No me escondo.

Quiero que hagamos con “el campo” lo que Suar hizo con “el barrio” en Los Roldán o lo que Telefé creó en el germen mismo de la clase media cuando puso por primera vez y ad eternum Casados con hijos al aire. Quiero que nos riamos de una Érica Rivas que mira a cámara y de forma cómplice destroza a sus hermanos más allá de la puja judicial. Quiero que por una vez generemos el relato. Que lo espectacularicemos. Quiero que exista esa palabra, que no sé si está posta en algún diccionario. Quiero que incluso nos riamos de los Juangra del mundo que nos rodea, aliados de todas las causas posibles, parados siempre en la vereda correcta con sus pantalones Ombú y sus suéters comprados en algún viaje al norte. Dolores tiene que ser la más pícara, una Daenerys con mejor final, una Hermione Granger de las pampas, una Princesa Leia capitana de un John Deere. Quiero que la bajada de línea sea sutil como el olor que sale al destapar un tupper con milanesa picada y ensalada rusa en un Chevalier larga distancia. Quiero que La Nación dedique fervorosas críticas de dos páginas al contenido emitido en una simple novelita.

Quiero que Dolores se quede con la tierra y con el corazón de todos los argentinos. Quiero que tengamos tazas con su cara y porta porrones de telgopor con sus frases. Quiero que la amemos hasta destrozarla, como con todos nuestros ídolos.

Quiero que a la cortina musical la haga el Paz Martínez, porque con ciertas cosas no se jode y también es buen momento para expropiárselo a la derecha. Quiero que sea pegadizo y que Marama haga la versión para bailar en el verano. Estas son mis condiciones, y ni Migré ni yo pensamos movernos un ápice de lo que expresamos en estas líneas. De paso, Migré dice que yo merezco quedarme con el 100% de los derechos. Yo le agradezco el gesto, porque me atrasé un toque con las cuotas del monotributo.

Y aquí el verdadero plan: mientras la novela alcanza los 40 puntos de rating y Feinmann despotrica desde su escritorio de fibrofácil y estiércol, nosotres con paciencia empezamos a desalambrar cada campo, campito y campote de esta maravillosa nación. Peor: ponemos en blanco a cada peón, reconocemos a cada hije extramatrimonial y le damos una notebook a cada niñe recolector de algodón.

Y no paramos hasta que el fantasma del primer Etchevehere -o del Momo Venegas- se levante de entre los campos de soja a tirarnos de las patas.

Realmente, ¿tenemos algo mejor que hacer?

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