La represión y el descontrol empañaron el dolor de un pueblo

El féretro de Maradona es trasladado de apuro ante la irrupción de hinchas en las Casa de Gobierno.

Un funeral de una brevedad peligrosa, represión en las calles, desmadre en Casa de Gobierno, roña en las redes sociales, degradación del homenaje al mayor ídolo popular. 

En un momento de la tarde, simultáneamente corría el rumor de que iban a evacuar al presidente de la Nación y de que el féretro iba a ser llevado en helicóptero hasta su sepulcro. A pocas cuadras de la Casa Rosada, las fuerzas de seguridad desplegaban una acción represiva digna del macrismo. Adentro de la Casa Rosada, decenas de hinchas le cantaban al ídolo en el patio tras haber salteado rejas. En las redes sociales, oficialismo y oposición se enlodaban mutuamente por el fracaso de lo que debió ser uno de los momentos más emotivos de la historia Argentina: la despedida de Diego Armando Maradona, quizá la última figura que nos hizo llorar de alegría a todos, al mismo tiempo.

El primer error: despedir a Maradona en apenas un puñado de horas. Mucho antes que eso, con buena razón se dirá, el error es haber pretendido despedir a Maradona en plena pandemia. Vale la acción de gobierno ante el peso de los hechos: el pueblo lo iba a despedir como fuera y de todos modos, el gobernante ante el hecho consumado tiene que decidir y organizar. Dar cauce. Y ahí es donde cobra relevancia el error fundamental, que terminaría con el desmadre: se pretendió encauzar el fervor popular en apenas 10 horas.

Ante el inminente fin del breve velatorio, se combinó la angustia de quienes estaban irremediablemente lejos y la habitual predisposición de los uniformados para pegar. Lo que comenzó como un cerco para dividir a quienes sí podían llegar a entrar a despedir al Diego de quienes no iban a poder terminó con la cacería de las motos negras de la policía de la ciudad. Cerca de Casa de Gobierno, las vallas cedieron a la presión y la gente irrumpió al Patio de las Palmeras. Una clásico descontrol de los 80 y 90, en la previa al ingreso a un estadio.

Por los medios de comunicación, Luis Morales, subsecretario de Seguridad de la Nación, le echó todo el fardo a la Ciudad. "El gobierno nacional no tiene jurisdicción como para ordenar tal represión. Y si la tuviese no hubiera ordenado semejante represión", afirmó en el programa radial Pasaron Cosas. "No dimos ni la indicación de despejar ni de reprimir", agregó. "Recién los jefes se comunicaron con las autoridades de Seguridad de la Ciudad solicitando que les pidieron que terminen. Hay familias, niños chicos", expresó. Para completar, el ministro del Interior, Wado de Pedro, le puso nombre y apellido a la represión.

La imputación del ministro, (muy probablemente) cierta o no, funciona a la vez como una confesión de que la sensación de descontrol, pasmosa en ese momento, tenía raíces muy profundas. Es impotencia pura, que se solapa sobre la primera impericia –la duración del velorio– que desencadenó algo que estaba cantado, es una muestra de que, más de una vez, muy poco puede sostenerse el gobierno en sus intenciones. Fue una escapada de tortuga en vivo para todo el planeta.

Cuarenta minutos antes, autoridades máximas del Poder Ejecutivo salieron al balcón a calmar la cosa, como si estuvieran en el escenario donde se luce el grupo filodramático de una vecinal.

La oposición no perdió la oportunidad de hincar el diente. No perdió esa oportunidad en pleno vigor de las restricciones de circulación, menos prurito va a tener en la despedida del ídolo de la zurda.

La tempestad finalmente menguó y el cuerpo del futbolista partió bien entrada la tarde, a las 17:45, en coche fúnebre. Diego sigue muy por encima de todos nosotros. Que descanse en paz.

 

 

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