Ilustración de tapa: Rebo.

Mosquitos: por qué la plaga más antigua de Santa Fe volvió agobiante y recargada este verano.

Donde impera la cuneta y crece el yuyal, a la caída del sol los vecinos corren a los manotazos a guardarse en las casas. El aire se vuelve azul y saliendo del agua estancada se eleva una nube y un estruendo agudo y fuerte como el de la largada de una carrera de Fórmula 1, que no cesa durante las dos horas eternas que demora la llegada definitiva de la noche.

Son los mosquitos, que también dominaron la Costanera, la cancha de fútbol 5, los barrios paquetes y los monoblocks. Aedes Aegypti, urbano y vector del dengue, Aedes Albifasciatus, el bobo marroncito silvestre que dominó este verano, Psorophora, el terror de la isla, agresivo, zancudo y punzante, y Culex Pipiens, el chiquitito que merodea las orejas a la hora de dormir.

La insoportable y pocas veces registrada ola chupasangre que padeció el Gran Santa Fe en el verano de 2021 comenzó exactamente hace 371 años. Hartos de las crecientes del San Javier y de los ataques de los malones bravos de moqoit y de abipones, los 150 vecinos de Santa Fe la Vieja tuvieron la ocurrencia de mudar la ciudad 80 kilómetros al sur, sobre el gigantesco pantano que resulta de la confluencia del río Paraná y el Salado. Diez años después, en 1660, Santa Fe se refundó en un lugar todavía más inundable y, desde entonces, en la tierra húmeda, hundida y calurosa, estamos a los cachetazos todos los veranos.

En 2019, la región sufrió una de las mayores bajantes del Paraná, a tal punto que la laguna Setúbal, que orilla los cinco kilómetros de ancho máximo, quedó reducida a un hilo de menos de 50 metros. La bajante continuó durante todo 2020, siendo la más importante desde 1905. La corriente marina de La Niña, potenciada por el calentamiento global, sumó una sequía absoluta, a la que el hombre le agregó quemas continuas que azotaron las islas del Paraná en toda su extensión. Contra todo, en sus ladinos huevitos, los mosquitos aguantaron, pegados a las rajaduras de la tierra todavía húmeda en lo profundo, en los bordes de las cunetas o en el caucho reseco de una goma en el basural.

El verano 2021 venía hermoso, casi sin los días de 40º C de siempre y sin pinchazos. Pero llegó a principios de febrero la lluvia a toda la cuenca del Paraná, los huevitos se hicieron larva, luego pupa y, en menos de una semana, la horda voladora emergió triunfante del abismo, se elevó por los altos cielos y voló kilómetros hasta caer sobre Sodoma y Gomorra como la Bestia que subirá del abismo en los últimos días.

“Nosotros somos su comida”, dice una mujer apasionada por los mosquitos, Nora Burroni, investigadora de Conicet que está dedicada a detectar cuáles son los olores humanos que atraen al predador. “Esta ola de mosquitos llegó a zonas urbanas no sólo en el Litoral, donde hay muchos arroyos y ríos y donde ocurrieron muchas lluvias después de la sequía, sino también a Buenos Aires, en zonas pampeanas, en Córdoba y Uruguay. Luego de días secos, ocurrieron lluvias importantes y crecidas y se llenaron charcos gigantescos, de hectáreas, en zonas planas, y allí se criaron mosquitos de inundación. Nosotros los denominamos ‘silvestres’ porque no cumplen todo su ciclo de vida en la ciudad. Los huevos de estos mosquitos pueden estar esperando entre ocho meses y un año, depende de la especie. La explosión se produce porque de todos los charcos gigantescos emergen los adultos en una sola vez. Por convección esos mosquitos son elevados, sin dañarse, y en la altura son llevados por el viento a las ciudades”.

El tema del verano

Como los precios y la pandemia, el mosquito en Santa Fe fue tema de la conversación cotidiana y de los medios y las redes sociales. Aparte de picar y de hacer ruido, en Santa Fe los mosquitos son tantos que se ven. Se ven las nubes contrastando en la tardecita y se ve el alboroto de puntitos negros hostigando al salir a la vida con el rocío de la mañana.

“¡Fumigación, fumigación!”, fue el clamor de la segunda quincena de febrero. Ciudadanos, hippies y libertarios se tomaron de la mano para reclamar al Estado una densa nube tóxica definitiva para terminar con el mal. No está en el horizonte lograr igual consenso respecto de la inflación y los cuidados contra el coronavirus.

“Las fumigaciones se hacen en función de la cantidad de mosquitos que se ven y se perciben. La idea es fumigar lo menos posible y sólo en espacios públicos con adulticidas, para evitar la resistencia que se pueda generar en los mosquitos y para no trabajar sobre las larvas, en función de que ahí estaríamos matando larvas de otros insectos beneficiosos, sobre todo para combatir el Aedes Aegypti”, explica Edgardo Seguro, secretario de Ambiente de la Municipalidad.

Cubiertos con ropas de seguridad, los municipales fumigaron parques, plazas y paseos de avenidas durante las últimas semanas. Se utilizó derribante de baja toxicidad y se roció en horarios con poca afluencia de gente en todas las zonas de la ciudad. “Está comprobado que la efectividad es muy baja. Se hace para que baje la molestia en los habitantes. Es mejor usar repelente”, dice el funcionario. Acaso la medida sea un paliativo que tiene más el sentido político de saciar la furiosa demanda que otra cosa.

La fumigación opera de dos modos dañinos. Al no matar a todos los mosquitos quedan vivos los más fuertes, operando una selección artificial que deja a los más resistentes en óptimas condiciones de reproducción. Por otro lado, una fumigación que afecte a huevos y larvas mata también a los predadores del mosquito.

“La otra estrategia que da resultado es cortar el pasto y los yuyos, que son lugares propicios para el adulto. En cuanto a las zanjas, uno trata de que el escurrimiento sea normal. El corrimiento del agua es una ayuda y mantener los yuyos cortos también lo es”, señala Seguro. En las cátedras de Entomología sanitaria y de Control de plagas y vectores de la UNL, la licenciada en Saneamiento Ambiental Haydee Peña apunta a lo mismo: “Hay que eliminar los sitios de crianza, pequeños recipientes que puedan contener agua, hacer una buena gestión de residuos, un problema que tenemos en el norte, donde hay muchas cunetas: los residuos obstruyen la circulación del agua y hay una condición favorable para que el mosquito pueda desarrollarse”. Peña también rescata el cuidado de las libélulas o aguaciles, de los sapos y los murciélagos, “tan rechazados por la sociedad”.

Burroni prefiere huir: “El método para no ser picado tanto por ese mosquito silvestre es usar tiempo de aire libre distinto al momento que él usa con más actividad de picadura, el atardecer y el amanecer. Evitando estar afuera en esos momentos estamos huyéndole a la locura. Luego, la tela mosquitera, que nuestros abuelos usaban más, y volver a las ventanas y puertas con mosquiteros. En el caso de los bebés ponerles un tul, porque hacen ronchas grandes y se pueden infectar. Los repelentes caseros no los aconsejo porque no son seguros para Aedes Aegypti”. Como si fuera islera, continuó: “Lo más efectivo es hacer humo. Un poco de humo con hierba fresca en el fondo, controlando eso en un recipiente para que no haya incendio. O bosta de vaca, aunque eso no se puede hacer en la ciudad”.

Las mascotas también sufren. “Obvio que les molestan, como a cualquier ser vivo. Pican, duelen y hacen roncha. Si las pican en zonas sensibles, como los párpados, la nariz, los labios, la orejas, están irritados”, dice el veterinario José Moscovich. “Además hay enfermedades que se transmiten por picadura de mosquitos. En aves está la viruela aviar, un virus que puede estar alojado en el mosquito. En los conejos, la mixomatosis, que puede llegar a ser mortal. En perros está la leishmaniasis, que es zoonótica, se transmite a humanos también por picadura”. Los animales no tienen manos para cachetearse, tampoco se pueden usar repelentes químicos: “A los perros no se les puede poner, porque se lamen. Hay que tener a los animales chiquitos en ambientes con tules y con espirales. Sobre los animales vienen pipetas con cipermetrina, que sí pueden servir”, explica Moscovich.

Los dulces

“Las hembras emiten feromonas, los mosquitos machos se acercan, copulan y luego se separan. La hembra vive más y puede copular con distintos machos. Las hembras son las que pican sangre. Lo hacen para poder tener proteínas para poder elaborar los huevos y dejarlos en distintos lugares”, explica Nora Burroni sobre el ciclo de vida del insecto.

Como sabemos todos los santafesinos, algunos somos más ricos para la picadura y otros menos. A los más ricos les decimos “dulces” o que tienen “la sangre dulce”. Burroni reseña cómo escogen las víctimas: “Las señales que nosotros emitimos son: tener cierta temperatura, porque eso indica que somos un cuerpo que está vivo; nuestra respiración, cuando exhalamos hay un alto porcentaje de dióxido de carbono, señal muy importante para la hembra; la mezcla de sudores y olores de nuestra piel. No todos emitimos esa combinación de olores ni emitimos la misma cantidad de sudor. Las personas que transpiran más o se bañan menos son más atractivas. Pero hay personas que recién bañadas son atractivas para los mosquitos, eso es porque ya tienen una combinación especial de olores que resultan más atractivos”.

Todo vuelve

¿Por qué semejante condena? “Los mosquitos, como cualquier insecto volador, son excelentes polinizadores. Una flor puede ser el resultado de un mosquito molesto que vemos a diario”, justifica Haydee Peña.

Muchas de esas plantas polinizadas se hicieron ceniza bajo las llamas. Durante 2020 hubo más de 8000 focos de incendios sólo en las islas del delta del río Paraná. En el humedal que rodea a Santa Fe y también más al norte, el fuego arrasó con un denso manto de hierba seca, quemando animales e insectos a su paso. Peña considera que falta para saber si semejante alteración del ecosistema tuvo efecto directo: “Muchos investigadores están evaluando cuál es la incidencia, cuál es el perjuicio al que se ha sometido el ecosistema. Es de esperar que cuando se atenta contra el ecosistema, las especies se adapten y efectúen cambios para sobrevivir. Pero si hay una incidencia específica, no se puede afirmar todavía”.

“Estos incendios no tienen que ver con estas poblaciones de mosquitos”, sentencia Burroni, que en seguida mitiga su expresión y apunta a otras causas ambientales antrópicas. “No podemos decir ‘mucho’ que tenga que ver con un desequilibrio generado antes como los incendios, ‘no directamente’. Digo ‘no mucho’ y ‘no directamente’, pero sí la mano del hombre está en la aparición de nuevas zonas inundables. La cantidad de área talada es cada vez más grande, las tierras no quedan fijas por los árboles y arbustos y luego de la cosecha esa tierra queda floja, se mueve y no absorbe lo mismo que una zona boscosa húmeda”, y así se arman las charcas, caldos de cultivo para los mosquitos.

Si no son las quemas para favorecer a los emprendimientos inmobiliarios o la cría de ganado, es la tala para ganar hectáreas cultivables para el agronegocio. Hasta en el mosquito impacta un modelo económico centrado en la mera renta.

Orgullo cosmopolita

Si viniera de visita un antropólogo, porque los antropólogos siempre están viniendo de visita, agradable su semblante y determinados a la traición, elaboraría con el mosquito una compleja teoría más sobre la cultura y la animalidad. Como siempre. Quizá el mosquito ocupe el lugar máximo de la interrupción de la cultura. En el acto público de los políticos, en la caminata romántica, en el sueño profundo o en la espera del colectivo, el mosquito nos recuerda cómo la naturaleza irrumpe con ciega obstinación sobre nuestros esfuerzos y fantasías. Como única respuesta a lo inevitable, nos flagelamos a cachetazos.

El cachetazo en toda ocasión. Es un gesto cortés y aceptado cachetear al otro en el brazo sin avisar o detener la conversación para aproximarse en postura acechante hacia la cabeza del interlocutor y dar luego una palmadita suave y precisa, aplastando el insecto tiernito en la frente o la mollera, anotaría el antropólogo. Los bebés al llegar al año ya aplauden, como fase regular de su desarrollo. En Santa Fe, tratan de aplaudir a los mosquitos que siguen con la mirada, consigna el psicólogo evolutivo.

Inútil orgullo de santafesinos ante el turista, cuando le ofrece desafíos y engaños: soportar el clima tomando cerveza hasta la inconsciencia en el primer caso, invitar a una picadita y asado en la galería, “total los mosquitos no están tan terribles”, en el segundo. Cumbia, calor, lisos y mosquitos, un infierno de mosquitos es Santa Fe.

Pero en la taiga siberiana, en los grandes lagos de Estados Unidos y Canadá y en el sur boscoso de Tierra del Fuego ocurren fenómenos igual de extremos. Los huevos sobreviven meses, incluso debajo del hielo, y cuando llega el calor brotan de golpe a picar desaforados para reproducirse en apenas unas semanas. Somos únicos, pero no estamos solos. El mosquito hace del santafesino un ciudadano del mundo.

En Siberia le hicieron un monumento

En Noyabrsk, plena Siberia, un mosquito de dos metros y medio de alto por tres de ancho fue construido en 2006. La zona sufre los enjambres de mosquitos en las pocas semanitas de calor de tal modo que no faltan los que ruegan por la vuelta de la nieve.

Komarno significa “muchos mosquitos”

En Canadá hay una localidad rural a 70 kilómetros de Winnipeg que se llama Komarno, un nombre ucraniano que significa “muchos mosquitos”. Allí hay un monumento al mosquito de más de cuatro metros, construido en 1984. Hay sitios web de la región que dicen que el mosquito es el ave oficial de la provincia, Manitoba.

Cachetazos por igual

Sea en las calles de tierra de Villa Hipódromo o en el coqueto golf del Jockey Club, que queda al lado, en el corte de cinta de una obra pública y entre las risas borrachas de la peña, el cachetazo corre igual. El mosquito hace vanos nuestros intentos de evitarlo y, sin quererlo, nada de voluntad hay en eso que llamamos naturaleza, reduce desigualdades al mínimo. Todos participamos de esa arrítmica percusión corporal veraniega, aunque esté claro que no es lo mismo vivir con asfalto, desagües y pastito corto o tener el yuyal creciendo en una canaleta estancada en la puerta.

Todo lo interrumpe, supremo hinchapelota, venciendo las cachetadas a fuerza del volumen de la flota. Están en todas partes, a toda hora. Se posan en el techo, en las paredes, en las cortinas, expuestos a ser aplastados, puros ejemplares de una horda superior, rechonchos de la sangre que ya chuparon, de vuelo lento y bajo o posados e inermes, satisfechos como éste acá adelante, que me mira fijo en una de las teclas de la computaplaf.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí