Foto: Priscila Pereyra / Periódicas

Casa Anfibia activa el feminismo popular en los barrios del norte de la ciudad de Santa Fe. Hábitat, alimentación y nuevas formas de hacer política son la apuesta del espacio.

Pasó otro 8 de marzo y las discusiones que deberían versar sobre las mujeres trabajadoras se diluyen ante las 47 muertas que ya se cobró la violencia machista en este año. ¿Cómo salimos de este loop de crímenes y horror? ¿Qué hacemos mientras esperamos que la Justicia cambie y deje de ser la cueva de privilegiados machistas que es? ¿Qué hacen las mujeres violentadas mientras las licitaciones de los botones antipánico no salen? ¿Cómo erradicamos la violencia de género mientras se profundiza el hambre, la desocupación y el ecocidio?

No hay respuestas simples y concretas para todo eso, pero hay muchas personas y organizaciones pensando por dónde comenzar a salir de este espiral mortal y, también, dando respuestas concretas. Casa Anfibia es una de esas orgas.

“Comenzamos hace tres años siendo un dispositivo de talleres; éramos compañeras que veníamos de otras organizaciones, la mayoría de la izquierda popular, y algunas sueltas que se sumaron”, cuenta Ileana Fusco. La organización está compuesta desde sus orígenes por mujeres y lesbianas, “aunque de a poco se han ido sumando varones trans, varones cis, varones no heterosexuales, una diversidad de masculinidades que se fueron acercando y que hoy son parte del espacio también”, comenta. Casa Anfibia se encuentra hoy en barrio San Agustín, pero el alcance del espacio se extiende por los barrios aledaños del cordón norte de la ciudad de Santa Fe.

Alimentación saludable y Construcción fueron los primeros talleres con los que arrancaron y, sin saberlo en ese momento, ambos fueron claves para lo que sería el 2020 y la llegada del coronavirus. “En plena pandemia comenzamos a dar una copa de leche porque se habían cerrado todas las que había en el barrio”, cuenta Fusco. “Al principio lo hacíamos con donaciones y era una locura, ahora ya pudimos institucionalizarla y le estamos dando esa merienda, tres veces por semana, a unos 250 niñes. El nombre que le pusieron las compañeras es ‘Espacio de cuidado y alimentación’, porque es mucho más que dar una copa de leche, hay actividades para les niñes, apoyo escolar y compañeras cuidando a les hijes de las que cocinan”.

También en plena pandemia una mujer del barrio debió abandonar la casa que compartía con su agresor y se encontró en la calle con sus hijes. “Tuvimos que ayudar a la compañera que necesitaba la casa, y lo hicimos”, cuenta con orgullo La Chancha -dice que no da su nombre porque no se da vuelta cuando la llaman así-, una de las mujeres del barrio que forma parte de Casa Anfibia. “Nosotras no pudimos quedarnos en casa. No paramos. Todo se complicó: el hambre, no tener agua, no poder trabajar, estar todos en la casa, pelear. Creció mucho la violencia de género por eso”, afirma.

El taller de construcción pasó de la teoría a la práctica cuando el grupo decidió ayudar a la compañera a levantar su propio hogar, lejos del puño cerrado de su agresor. La madre de la joven le donó parte de la casa y del terreno y, en apenas dos meses, las integrantes de Casa Anfibia tenían terminado el espacio para vivir. Una respuesta concreta y palpable para que una mujer pueda cortar con el círculo de violencia en el cual vivía, una experiencia práctica y exitosa de cómo la organización colectiva y las convicciones dieron respuesta a dos problemas estructurales: la violencia de género y el acceso a un techo propio. Tomá nota, Estado.

“El primer taller de construcción era eso, tecnicismo y conceptos básicos sobre construcción”, explica Fusco. “Nos dimos cuenta después que a lo que nos había llevado ese eje tan pequeño era a repensar el hábitat en el que, básicamente, se desarrollan nuestras vidas. Se trata de poder pensar las ciudades y los entornos que habitamos desde los feminismos. No es lo mismo estar en situación de calle si sos piba, si sos trans, si sos torta, si tenés pibes o no a cargo. Ante la falta de respuestas de los Estados, y las complejidades de la ruta de la denuncia y la burocracia, empezamos a tejer redes que sean más efectivas para poder salir de esas situaciones de violencias”.

Casa Anfibia esta comenzando con un taller de carpintería de lesbianas y trans.

Todas las violencias

Ante la consulta sobre la relación de la organización con los estados municipal y provincial, con las posibilidades o no de articular acciones y políticas, Fusco señala: “Como somos una organización feminista caemos siempre en esto de ‘vayan a hablar con la Secretaría de Género’, como si el único problema que tienen las compañeras es la violencia de género y no la falta de agua. Muchas veces lidiamos con ese encasillamiento, sobre todo cuando las que vamos a sentarnos a la mesa de negociación somos mujeres, lesbianas, jóvenes”.

En esa tarea de pensar en el hábitat, y en una de las articulaciones exitosas con la Municipalidad, Casa Anfibia formó una cuadrilla de recolectoras de basura, que además hacen una tarea clave como el descacharreo y la concientización sobre el manejo de los residuos.

El trabajo sostenido y visible de la organización hace que también crezcan las necesidades que las y los vecinos del barrio les acercan. “Vienen porque saben que trabajamos, nos piden cosas y ojalá pudiéramos resolver todas las necesidades, poder ayudarlos; este espacio generó mucho movimiento en el barrio”, cuenta La Chancha. Consultada sobre cuáles son las necesidades más urgentes hoy en San Agustín, no lo duda: “El agua; no se puede vivir sin el agua; sale poca, sale sucia, enferma a los chicos, contamina el cuerpo”.

La falta de agua o la presión mínima con la que llega a los barrios del noroeste de la ciudad, es un problema histórico que se acrecienta, sobre todo, durante el verano. “Nos vimos obligadas a suspender la copa de leche durante diciembre porque no había agua. Pensar en esa situación en plena pandemia habla de una situación de vulneración de derechos e invisibilización absoluta por parte de todos los Estados y gobiernos”, relata Fusco. “Pero pasó algo piola: en San Agustín existe la Red de Instituciones del barrio, de la cual participamos. Ahí las compañeras plantearon el tema del agua y desde ese lugar se elevó un pedido formal que movió algunas fichas. Hay una promesa del municipio de que este año se van a encarar las obras de infraestructura para que llegue el agua, la presión, desde Santa Marta hasta San Agustín; también nos están haciendo llegar agua en un camión cisterna y se le instaló a la compañera que pone su casa para hacer la copa de leche dos bombas para que pueda tener mejor presión de agua. Todo esto es el resultado de la organización”.

Redes que sostienen

Entender que las violencias que atraviesan a las mujeres y disidencias de los barrios más vulnerados son muchas más que la violencia de género, lleva a buscar, necesariamente, el trabajo en red para poder dar respuestas a ese mundo de necesidades. “Somos actoras políticas y lo hacemos a conciencia. Entendemos que fortalecer esas redes comunitarias termina dando una respuesta y que necesitamos que sea el Estado el que reconozca esas redes porque la mayoría de nosotras, militantes que no somos del barrio, no estamos ahí 24/7”, comenta Fusco.

“Este es un reclamo que le hemos hecho a las áreas de género de los Estados: que acompañamos a las mujeres a denunciar, pero después seguimos siendo nosotras las que ponemos la cara en el barrio cuando esas acciones no funcionan, cuando el botón llega dos semanas después, cuando el chabón rompe la perimetral y no pasa nada. Las respuestas las terminan dando las compañeras sin ningún tipo de reconocimiento por su trabajo. No hace falta formarlas, las promotoras de género ya existen en los barrios y lo que hay que hacer es ponerles condiciones dignas de laburo y reconocer la tarea socio-comunitaria que llevan adelante”, dice la entrevistada.

Foto: Priscila Pereyra / Periódicas

Todas, todes y todos

El lugar de los varones en las luchas feministas es un tema que levanta pasiones y polémicas. Casa Anfibia fue en sus inicios una organización de mujeres y lesbianas, de esta forma se presentaron en el barrio, mostrando sus banderas y convicciones. Cuando se les pregunta a las integrantes si la decisión de incorporar varones fue charlada y problematizada responden enfáticamente: “para nada”.

Fusco explica: “Hace tres años, cuando empezábamos, veníamos de ese feminismo de mujeras, donde no queríamos varones adentro, y también de organizaciones mixtas, hartas de cabezoneadas. Pero sabíamos que ese primer filtro iba a terminar flexibilizandose, porque nuestras compañeras tienen maridos, tienen hijos, porque en muchas actividades vienen y nos ayudan. Se van sumando de a poquito, se acercan, preguntan, y a nosotras nos parece hermoso que eso suceda. Que ellos se pongan al servicio de lo que haya que hacer nos parece que rompe un poco las lógicas en las que estamos acostumbradas a hacer política con los chabones. Entendemos que ahora hay algunos que están dispuestos a poner las manos donde hay que ponerlas y no simplemente a hacer uso de sus privilegios cis-heterosexuales en alguna mesa de negociación, y eso nos parece que nos ayuda a crecer”.

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