Yo la busqué por cielo y tierra y estaba acá al lado de mi casa*, dijo más de una vez la Negrita, con la voz quebrada.

Se llamaba Alejandra Fernández, pero para todo el mundo fue la Negrita Ravelo. La Negrita era una mujer grande y todavía trabajaba. Pero la mayor parte del tiempo era madre de Plaza de Mayo y buscaba a María Esther, su hija no vidente, secuestrada en Rosario el 15 de septiembre del 77 junto a Emilio Vega, su compañero también no vidente. La Negrita repitió esa fecha incansablemente y absolutamente todos los jueves a las 17.30 fue a hacer la ronda de las Madres a la plaza y los otros días atendía el local o salía a vender el diario, iba a reuniones, escuelas, actos, marchas y así por el resto de su vida activa.

La Negrita vendía flores en el cementerio y no tenía dónde dejar una a su hija y a su yerno. La Negrita perdió todo lo que tenía intentando recuperar la casa de María Esther que los milicos usurparon hasta el 94. Cuando le entregaron la casa, dijo que ella no quería cuatro ladrillos locos, dijo que ella quería a su hija y a su yerno con vida. Contó que no podían mirarla a la cara.

La Negrita se levantaba a preparar un té cada vez que alguien llegaba al local de las Madres en invierno. La Negrita decía, llevalo, yo te presto, cuando alguien hojeaba el diario de las Madres y no tenía plata, mientras tanto lo pagaba de su bolsillo.

Esta es mi arma, repetía cada vez que sacaba el pañuelo de la cartera para ponérselo lenta y firmemente. Le gustaba recordar entre risas que una empleada de El Litoral, una vez, mientras esperaban en el hall, la escuchó preguntarle a la Queca si había traído su arma, entonces fue a avisar que estaban las Madres de Plaza de Mayo y que estaban armadas. La Negrita se reía mucho pero también sabía poner una cara de perro que metía miedo.

Treintaicinco años después de remover cielo y tierra, identificaron los restos de María Esther, la Pinina, en la fosa común encontrada en Campo San Pedro. La Negrita nunca pudo recuperarse de ese segundo golpe, nunca terminó de asumir “esos huesitos” como los restos de su hija. Hasta el último momento mantuvo la esperanza de encontrarla viva, quizás en algún remoto convento de monjas, por su condición. A pesar de todo el horror en detalle que bien sabía, no podía asumir que fueran tan cobardes de matar a una chica ciega.

La Negrita se apagó este 8 de abril y otro pañuelo se hizo estrella.

* Tomado de Mirar la tierra hasta encontrarte. Hugo Kofman, María Muratore Ediciones, Santa Fe, 2013.

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