Ahora sí. Dale. Decilo. Ya podés.

Esa palabra que te fue tan esquiva ya te pertenece. Por siempre. Eternamente.

Vas a despertar de ahora en más, te vas a mirar al espejo… y ya no te van a importar esos kilos de más, esa pelada incipiente, esas estrías que aparecen, esa flacura que a otros asusta, esa celulitis que tanto ocultás, ni esos rulos que te aplasta la humedad.

Nada de eso importa o, mejor dicho, no se compara a sentir esta verdad.

Porque esta verdad se siente. No se chamuya. Nadie te la cuenta.

Pasaron tantos años como fue necesario. Pero hoy es real. Y lo extraordinario: es para siempre.

De ahora en más, a donde vayas te lo van a decir sin temor a equívocos ni como burda provocación del que te sabe en la víspera.

La espera ya terminó.

Y si bien algunos quedaron en el camino antes de tiempo, tenés la certeza de que allá donde estén lo celebran tanto o más como los que estamos acá.

Que hoy hay fiesta en el cielo como en la tierra o donde quiere estén las cenizas de las almas sabaleras.

Y que nosotros, los que estamos acá, los llevamos con nosotros a donde sea necesario pa’ disfrutarlo más. Porque los extrañamos, eh… ¡La puta si los extrañamos!

Por eso se nos aparecen en cada lágrima. Porque esta alegría nos expone a la síntesis que, en ocasiones, nos desnuda la felicidad. En esas lágrimas se condensa la contradicción del quererte acá y tener que invocarte buscando el cielo. Porque te imaginamos saltando, bailando y danzando como nosotros ahora. Pero vos allá, donde sea.

Yo sé que me van a venir los prejuiciosos racionalistas y moralistas de pacatas costumbres a decirme que no puede ser, que es una locura incomprensible que yo me ponga así, que no se puede perder la razón de este modo. Que no estoy bien.

¡¿Qué vas a entender vos?! ¡Si jamás estuve mejor. Jamás!

Si es como el amor cuando se hace carne.

Es la trascendencia más mundana que podamos cabalgar.

Es el grito que crece después de haber estado ahogado.

Es la gloria del que acepta que ya está.

Que ahora sí te podés ir.

Que todo tiene sentido aunque mañana la injusticia universal siga cargándose la vida de tantos. Pero hoy esa injusticia, para muchos de los que la padecen, queda a un lado porque hay qué celebrar.

Se los deseo.

Que tod@s puedan experimentar esta sensación de sana omnipotencia, de fantástica realidad. Aún a aquéllos que en estos días hicieron trabajar como nunca antes a los brujos malos y no dejaron sin probar ningún gualicho para cortar lo que sigue entero.

Porque si llegamos enteros a esta instancia es porque nos hemos bancado tremendos garrotazos. Nos hemos fajado y hemos perdido con los que por siempre te lo van a recordar. Y seguimos acá: creciendo. Celebrando. Siendo cada día más.

Hoy somos los mejores.

La patria y la matria futbolera nos celebran.

Porque la historia marca que el pueblo sabalero ha concretado los éxodos más extraordinarios. Las maestras y maestros en las escuelas saben que para explicarle a los chicos de qué se trató eso que Belgrano ordenó hacer al pueblo jujeño, simplemente les dicen eso que hizo Colón en el ’93 cuando fue a Córdoba; o más recientemente, le muestran la imagen de lo que fue ese viaje a Paraguay. Y los pibes comprenden al toque.

Además, el ejemplo es tan contundente, que a todos los que lo observan les da ganas de ser parte de esa caravana. Experimentar de qué se trata tanta alegría. Vivir en carnaval.

Así que ahora sí. Ya no hay excusas. Ahora podés jugar a Los Chifladitos, como cuando Chaparrón Bonaparte le decía a Lucas Tañeda:

–Dígame, Licenciado.

Y Lucas respondía:

–Licenciado.

–Gracias, muchas gracias…

Ahora podremos jugar pidiéndonos:

–¡Dígame Campeón!

Y cuando te lo digan, vas a sentir es verdad.

Así que de ahora en más, cuando pasen por acá, traigan vino.

La gloria y la estrella ya son la Copa más bella con la que invitar a brindar.

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