Derivas

Nosotros
no sabemos, sabes,
nosotros
no sabemos
qué es
lo válido.

Paul Celan

 

Para Nelly Sachs

¿Y en qué momento este momento se transformó en otra cosa? ¿La repetición de la soledad, no se altera? ¿Es lo mismo que aparece y vuelve a presentarse, una y otra vez, con su mismo rostro, con su misma nada? ¿No decías que estabas acostumbrada, desde que la hija se fue a estudiar a otra ciudad, a estar sola? ¿Mentías? ¿Te mentías? ¿Es de otro tipo, de otra clase, el encierro? ¿Acaso cuando anoche soñaste que perdías el celular y te asustabas será porque estás perdiendo cosas triviales que ya sabés son inconsistentes, que imitan una comunicación que ya está clausurada quizás desde antes de todo esto, de la pandemia y el encierro? Como cuando se da vuelta un guante. ¿Es el mismo, pero su reverso admite otra verdad, oculta quizá, pero es lo que está pegada a la mano, en contacto con la piel?, y que existe como el sol, siempre, cuando se levanta el día y parece ofrecer una nueva oportunidad, un estarse alerta porque todo se dispone a recomenzar. ¿Y se repite, verdadera y obediente, se vuelve a creer que uno hoy no va a morir, con semejante claridad que impide que, entre lo negro, el no saber qué es lo válido?

¿Sabés qué es la soledad o te lo imaginás? ¿Look at all the lonely people? Los realmente despojados, los que se protegen del frío con mantas hechas de papel de diario, vos los viste, los viste en toda su miseria y en todo su empecinamiento. ¿De qué te quejás? Pero no nos hicieron para tener la experiencia del otro como si fuera una sombra una prolongación del cuerpo de uno, cuando quizá sí debería ser. ¿Qué decía el que decía que el individuo es un invento occidental, que surge con los relatos sobre Sócrates? Jesús, John Lennon diría el Miki. Éste es mi cuerpo, mi circunstancia, mi vida.

¿Y extrañás justamente, qué, los viajecitos a Buenos Aires, abrazar a tu hermana, a su familia, dos o tres días de bares y conversaciones hasta la madrugada acerca de nada, de los hijos que nos van alcanzando con su edad y nos miman y no nos quieren y acaso nos pasó lo mismo cuando fuimos hijos, y los cigarrillos y el mate hasta la madrugada y cambiarnos un pulóver una camisa un pantalón? ¿Y de paso ver a Roberto para, asimismo dado que la conversación con otros te gusta te engrandece te consuela, contarnos de libros, de amigos, de nada, y reírse y un poco de política?

No obstante, hay devenires y estallidos súbitos que acercan una palmadita en el hombro, alguien que te alcanza una sopa un libro una medalla para que desde lejos el espanto enmudezca por un segundo. Juan que entra, con toda su estatura y su sonrisa y el abrazo no se termina nunca porque tanto tiempo y tu cabeza no alcanza su hombro y va y descansa en el pecho largamente como larga es la confianza y el amor.

Las tres amigas que retoman un diálogo preexistente, interminable, ya no hablamos de amantes nos reímos y sí de nietes, las de ellas y también del que vendrá y que está siendo esperado casi con devoción, esperanza –que Kafka dice que hay mucha, pero no para nosotros– pero palpable ya en la pancita de la hija que sonríe como si tuviera un secreto maravilloso que pronto podrá compartir, pero ahora anida en su interior, el misterio que romperá sus propios sellos por sí mismo.

La novela de Claudia, En pampa y la vía la nombra, la lealtad que se renueva y te sorprende. Por unas horas dejarás de abstenerte de la lectura y, al cerrarla, te quedará la sensación de lo nuevo, cómo otra puede mostrarse en el lenguaje y a la vez preservarse, y nombrar las cosas del mundo exterior mientras el mundo del alma, entre los pliegues de la palabra, en un movimiento de ir y venir, atisba, se atreve, se retrae, se ilumina.

A veces Alejandro, un vino, una película, un poema, algunas risas, apenas tocándonos con la punta de los dedos, inventándonos una amistad, cierta paz, afuera hace frío. O Gabriel, con toda su sonrisa y sus relatos de Suiza, de exposiciones y pérdidas, amores perdidos y amigos encontrados. Los mensajes que llegan desde lejos te extraño cuando esto termine va un asadito. Y siempre la hija, la pelea y el abrazo, fuerte y pilar, que a veces se hace pequeña y a veces se agiganta en el intento de olvidar que lo que hoy es fuego alegre mañana pueden ser cenizas.

La soledad, sí, el encierro y el querer establecer una nueva normalidad hecha de la iluminación que los disparos producen en la noche. ¿Qué?

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