Esperanza

Y como escribir es, en cierto modo, entablar una conversación con los lectores, y siendo que escribir cada dos semanas un texto que para nada es extenso, puesto que lo que propongo quincenalmente desde el Pausa se llama columna y no artículo, no parece que me haga falta ni mucho ingenio ni demasiada creatividad, sin embargo, puesta a desgranar un par de ideas, por decirlo así, en algunas palabras, siempre se me hace que no tendré ni la voluntad ni la determinación de hacerlo sin imaginar que los que frecuentan el periódico se pondrán a bostezar inmediatamente, por lo que la tarea empieza a ser trabajosa y fatigante mucho antes de enfrentar el Word en blanco. Así es que me despido antes de empezar dicha conversación: entré a la casa, acepté el café en silencio, mi amistad dialogante me habrá preguntado qué tal estoy y qué es de mi vida, y de pronto me paré, me puse el barbijo y abandoné el living, la casa y el diálogo en un solo trazo.

Y no sin antes pensar en las vicisitudes y comentarios de la prensa que se ocupa de los destinos del país etc, que se dan a conocer en las redes sociales, porque alguien que escribe debería tener en cuenta la serie de acontecimientos que nos ocupan y nos preocupan: por ej, los barcos y Alberto, o la copa de Colón, el arrimarse alegremente en una fiesta en la que casi todos estuvieron expuestos al virus que nos viene alterando, etc. Quien escribe debería saber qué opinar acerca de los constantes movimientos del ir y venir de las noticias, lo cual no es mi caso porque no miro más noticieros ni los quiero ver. Esto es una dificultad, pero me lleva como por un tubo al tema que me interesaba exponer antes de esperar la réplica del otre que se sentó frente al café y me está mirando: los cambios que se producen en la vida durante la pandemia.

Si tu vida como trabajadora activa estuvo signada por una variedad de ocupaciones, como las de dar clases, escribir artículos para libros académicos, crear revistas, evaluaciones, exposiciones en congresos, estudiar, darse espacio para la familia y los amigos, conversar con ellos en reuniones, cenas, agasajos, fiestas, leer libros y ver películas, probar de hacer diversas artesanías, etc., la vida como jubilada en pandemia se presentó, por mucho tiempo, como si uno despertara repentinamente después de un sueño y sólo la nada, la perplejidad y el estupor se hubieran apoderado de uno. Y todo aquello anterior a tu historia personal se hubiera desvanecido, veloz, como un relámpago, en la duración de un pestañeo, un latido: ínfimo, tenue.

Sin embargo, bueno es reconocer que si bien uno es un pobre infeliz que nunca entiende nada y que por más que uno se juzgue con dureza a sí mismo, siempre termina siendo un juguete de los azares y las casualidades, por mucho que nos hagamos los ingeniosos y cambiemos de lugar las letras y nos preguntemos, como si estuviéramos inventando un juego maravilloso, “¿o causalidades?” la cuestión es que la voluntad no llega, como tantas cosas, cuando se la nombra o se la invoca.

A la naturaleza todos estos avatares que el asedio prolongado de enfermedades que este momento produjo, y que incidió grandemente, y lo sigue haciendo sin pausa, sobre las sociedades y las subjetividades, no le importa en absoluto y sigue su curso impertérrita, dejando muertos por allá y algunos nacimientos por acá, siendo leal a sí misma, es decir, sin perturbarse a ojos vista, equivocándose de vez en cuando, por diversión, diría Sterne, y va y te pone por delante una novedad, una necesidad, quizá algo secreto y misterioso, y la máquina vuelve a funcionar como si los paréntesis se hubieran cerrado, y las cosas vuelven a su lugar más lentamente de lo que te gustaría, pero funciona y poco a poco su marcha crece hasta que todo parece normal, y, aunque aquellos lugares estén cambiados, estropeados y/o enrarecidos,  fluye y sigue fluyendo porque la vida es así de boba.

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