Acompañamiento, escucha y respeto: un grupo de hermanas víctimas de abuso creó, en julio de este año, un espacio de contención en Rincón que destapó uno de los casos de violencia sexual más grandes de Santa Fe.

San José del Rincón está conmovida y movilizada luego de que más de una veintena de casos de abusos a menores salieran a la luz en los últimos dos meses. Hoy, la perversidad con la que durante casi una década –entre 2010 y 2019– se manejaron el entrenador deportivo Walter Sales (42 años) y su pareja Sheila N.A. (30 años), tiene en shock a la ciudad costera que por años confió en el imputado la educación deportiva de sus niños, niñas y adolescentes.

El jueves 29 de julio la Justicia definió la prisión preventiva de la pareja tras imputarlos por abuso sexual gravemente ultrajante y corrupción de menores cometidos contra niñes que, al momento de los hechos, tenían entre 11 y 15 años. Según informó el fiscal Matías Broggi luego de la audiencia, a las cinco denuncias iniciales se sumaron nuevas y ya son 14 contra el entrenador y 11 contra la mujer.

Como suele suceder en los casos de abuso sexual infantil, luego de que las primeras víctimas lograran denunciar el accionar de estos sujetos, muchas otras decidieron romper el silencio. Pero terminar con años de secretos, dolor y vergüenza no es fácil ni gratuito. Esto lo saben Virginia y sus hermanas, fundadoras del grupo Pañuelos Amarillos Rincón. “Cuando nosotras fuimos a denunciar a nuestro progenitor no nos quisieron tomar la denuncia, nos hicieron volver a nuestra casa y nos recomendaron que no digamos nada porque él era un hombre conocido. Ahí nos dimos cuenta de que acá en Rincón no íbamos a poder hacer esa denuncia”, cuenta Virginia en diálogo con Pausa. “Después de eso formamos el grupo, para dar contención a otras víctimas que habían pasado por lo mismo que nosotras”, agrega.

El caso de las fundadoras del grupo también es una muestra de cómo opera el silencio en los casos de abusos y de lo fundamental que resulta ponerlo en palabras para que otras personas también puedan hablar. En una reunión entre hermanas, una de ellas pudo contar los abusos que había sufrido siendo una niña y encontró que no era la única. En 2019 pudieron hacer la denuncia y lograr la condena a 16 años de su progenitor, C. A. O, por abusos sexuales y violencia de género cometidos entre 1984 y 2015 contra su expareja, hijas, hijos, hijastras y nietas.

“Esta investigación sienta un precedente y es uno de los denominados leading case en la provincia de Santa Fe”, resaltó al momento de conocerse la condena, a principios de junio, la fiscal Alejandra Del Río Ayala, ya que se juzgaron hechos ocurridos hace más de 20 años. “Desde una mirada tradicional de la prescripción, no hubiéramos podido investigar gran parte de los abusos y tampoco se hubiera llegado a una condena por esos hechos delictivos. Tras una apelación que presentamos, el camarista Bruno Netri entendió que los ilícitos no estaban prescriptos y habilitó la posibilidad de seguir investigando lo que había ocurrido en esa familia”, indicó la funcionaria del Ministerio Público de la Acusación.

Efecto dominó

Virginia y sus hermanas pasaron por lo que pasan muchas víctimas de abusos: que el violador esté en tu casa, que sea de tu propia familia, que ejerza tal nivel de control y de terror sobre la víctima que la silencie por completo durante años, que en algún momento alguien pueda hablar y se encuentre con que no fue la única, y que a la hora de denunciar el Estado cierre las puertas. Y ahí es donde, una vez más, aparecen las redes de mujeres para abrir esas puertas y tender la mano.

“No sabés a donde tenés que ir a denunciar, qué pasos seguir, qué pasa después de la denuncia”, dice Virginia. “Cuando una toma la decisión de denunciar es muy difícil, tiene muchas consecuencias, trae miedo, vergüenza, y como nosotras ya lo habíamos pasado, y lo habíamos pasado solas, pensamos que sería importante ayudar a otras personas que están pasando por lo mismo, acompañarlas en su proceso, cuando ya se deciden a hablar”.

—Ustedes no solo lograron la condena de su progenitor sino habilitar un espacio para que otras personas se animen a denunciar. ¿Cómo se dio eso?

—A raíz de que salió nuestra condena nos unimos a otro caso, de una compañera que denunció a su tío, un transportista, que está con prisión preventiva. Ahí decidimos abrir la página de Facebook de Pañuelos Amarillos Rincón con la idea, en realidad, de ver si había más víctimas de este transportista. Pero publicamos la página y en menos de una semana teníamos un montón de testimonios, de chicas y chicos contando sus casos, fue una semana súper intensa, muchísima gente nos habló.

“Somos un grupo de hermanas, que estuvimos en tu situación, queremos acompañarte, escucharte y por sobre todo respetarte”. Con este mensaje, el pasado 17 de julio, comenzó Pañuelos Amarillos Rincón. Las integrantes del grupo, que hoy son siete, nunca imaginaron que esa fanpage iba a ser el puntapié inicial para destapar uno de los casos de abuso y corrupción de menores más importante de Santa Fe y que hoy tiene, al menos, 14 víctimas. “De este último caso del entrenador, la primera denunciante se acercó al grupo y le hicimos el acompañamiento. Luego comenzaron a llegar todos los otros casos, que ahora ya maneja la justicia”, comenta Virginia. “Es un efecto dominó: cuando una habla sobre su violador empiezan a aparecer más víctimas y esto también era lo que queríamos hacer visible, que siempre esta clase de personas no tienen una sola víctima, suelen ser muchas. Por eso pensamos en la página de Facebook y ahí empezaron a llegar muchos testimonios. Hay quienes se nos acercan porque solo quieren contarlo, sacárselo de adentro, no necesariamente llegar a la denuncia, y eso también es importante”.

—¿Cómo recibió Rincón este aluvión de casos y denuncias?

—Estos casos golpearon mucho a Rincón, porque los abusadores son personas muy conocidas de acá, a quienes uno le brindaba su confianza. Cuando las familias de las víctimas de este último caso convocaron a la marcha fue muchísima gente, fue mucho el apoyo. Estos hechos ocurrían, ocurren y tenemos que hacer algo para que dejen de ocurrir. Creo que es un compromiso que tenemos que asumir todos como sociedad, porque lamentablemente estas personas están entre nosotros, caminando por nuestras calles.

—¿Qué relación tienen ustedes como grupo con el Estado?

—Las víctimas nos escriben y después nosotras vamos derivando a organismos del Estado, a la comisaría de la mujer o a donde corresponda. La Dirección de Género de Rincón está trabajando bien, así que recomendamos que se acerquen a ese espacio, porque si bien nosotras podemos ayudar, escuchar, acompañar, no somos profesionales, acompañamos desde nuestra experiencia.

El impacto de la visibilización de estos casos y del surgimiento de Pañuelos Amarillos también es cuantificable: en lo que va del año, la Dirección de Género, Niñez y Familia de Rincón recepcionó unas 100 denuncias de violencia de género, de las cuales aproximadamente el 35% corresponde a abusos sexuales. En todo 2020 el organismo había recibido 70 denuncias.

Transformar el dolor

Histórica y culturalmente se ha construido la figura del violador como la de un extraño que nos asalta en medio de una calle oscura. Pero esos casos son los menos. Lo que siempre nos ocultaron, como buena estrategia del patriarcado, es que como ocurre también en los casos de violencia machista, el agresor suele estar en casa: ocho de cada diez abusadores son familiares o conocidos de la víctima.

Los feminismos han corrido ese velo, pero eso no hace menos doloroso el proceso. “Todavía es un tema complejo, la vergüenza sigue estando. Todas las víctimas que nos han contactado sufrieron los abusos en su niñez y adolescencia, ahora ya son personas adultas”, afirma Virginia. “Hace 10 años atrás no íbamos a estar en una plaza manifestándonos contra un violador o abusador, no íbamos a tener ese espacio. Hoy lo tenemos y eso es fundamental, hacerlo visible y que para quien lo necesite encuentre un grupo que te va a contener, apoyar y, sobre todo, te va a creer”.

—Ayudar a otras personas que pasaron por lo mismo ¿es una forma de transformar el dolor propio en otra cosa?

—Yo creo que sí, más allá de que cada una trae su historia detrás, podemos decir “nos pasó esto, marcó parte de nuestra vida” pero hacemos algo para transformarlo, que pueda salir algo bueno de todo lo malo que nos pasó. Y si desde nuestra experiencia podemos ayudar a otras personas, eso sería genial. Queremos que quien nos lea y nos escuche sepa que le creemos, que no está sola y que ahora podemos denunciar, que nos escuchan. Y a la sociedad decirle que ya no se pueden ocultar estas cosas y mirar para otro lado: es un compromiso que todos tenemos que tomar de ahora en adelante.

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