¿Qué forma tiene lo doméstico?

La autora Raquel Minetti junto a Lucas Mercado, el editor de su último libro.

Reseña de “Programa Doméstico”, el nuevo libro de Raquel Minetti, por Analía Giordanino.

¿Quién oye lo doméstico? ¿Qué forma tiene? Atrás de las cosas, con las cosas, entre las cosas. Antes de las posiciones, hay movimiento. Programa Doméstico de Raquel Minetti es una obra en movimiento. Cuenta una vida en diversos planos: el cuerpo, la maternidad, el arte, la docencia, la amistad, los proyectos, el amor, la muerte. En el inicio y el final del libro aparece la clave de la obra: mirar la realidad como un fantasma que ocupa y desocupa, como un cuerpo que percute y avanza sobre el espacio y el tiempo, y sobre esa resonancia plástica, hace obra. El trabajo de Raquel (y el de Lucas Mercado como editor al reunir los materiales) está dado por el apalabramiento: disponer materiales narrativos en torno a una obra-vida y dejar que sean esos materiales los que hablen.

Mientras avanzamos en la lectura, oímos una voz en primer plano, en susurros, entrecortada, que abre o cierra pasajes con el presente y el pasado, que le levanta el volumen a una madre fantasma: la palabra pura que suena sobre la experiencia. Lo visible se hace invisible y queda expuesta una geometría nueva que no es la de la autobiografía sino la de la voz intersticial.

La obra puede leerse como una biografía y también como un libro de notas reunidas sobre la docencia y el arte. La aparente dispersión de la composición en Programa Doméstico señala que no todo es forma, ni siquiera la escritura. “De acuerdo a cómo se ubica la forma, el espacio se carga de significado”, dice Raquel.

La obra comienza con un pasaje de la infancia, el iniciático encargo de pintar un bambi para las vecinas de la casa materna. La primera vez que Raquel dibuja para otros tiene el espesor de una escena de Puig o de las Meninas de Velázquez: las voces familiares fundantes, el espejo múltiple. Pero medida que avanza la lectura, esta voz se abre, como un objeto bajo los cambios de la luz. Es un acierto haber organizado la obra desde el yo biográfico hacia la apertura, la mezcla y el muteo final de la primera persona en los seis capítulos de la obra: Quién soy, Pensar la obra, Secuencias cotidianas, Escritos para acompañarse, Pensar una obra y Notas recuperadas.

La obra está atravesada por la pandemia. Pero vuelve nueva la mirada plástica sobre el mundo: la pandemia como doblez de todos los planos, igual que un papel, y entonces aparecen palabras como llaves tribales para traer la infancia y los muertos, las palabras que recorren casas y traen a la presencia amantes y amores, las acciones repetidas que se nombran como blindaje para el extrañamiento del afuera, el extrañamiento del adentro mediante las listas que invocan el propio cuerpo, la respiración que reencuentra el bufido (“respirás como un buey”, le decía la madre) y lo transforma en el rumiar sobre la llanura, sobre la casa, en ese traslado que hacen nuestros cuerpos de una habitación a otra rearmando el espacio conocido.

Los dos últimos capítulos resplandecen, sorprenden y son un bálsamo para cualquiera que dibuje, pinte, escriba, haga teatro, música o enseñe. En estos capítulos se dice siempre con otros o para otros: los amigos, los hijos, los colectivos artísticos. En ellos está mi parte preferida de Programa Doméstico, las dos páginas de Ensayos para performance: Entrenamiento para caminar todos los días y Tips para intentar la vida o cómo ahuyentar la muerte.

Sobre el final, Raquel vuelve atrás en el tiempo cronológico de su biografía, pero ese rewind da paso a la elevación del plano que siempre está en el devenir de la existencia, el plano de la duda teórica y lúdica, como todo trabajo artístico: “¿Cuántas líneas necesitamos para construir relatos? ¿Cuántas líneas necesitamos para construir un cuerpo o un lugar? Por medio de la línea podemos construir el mundo. El mundo de afuera y el mundo de adentro”.

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