Un emotivo drama llamado deseo

“Desobediencia” es una película centrada en una comunidad judía ortodoxa, donde dos mujeres se reencuentran entre el romance prohibido y los imperativos religiosos.

En el templo, el rabino habla sobre la creación del Señor y remarca que los seres humanos “somos la única criatura que tiene libre albedrío”. Poco después, el respetado religioso fallece. Es así como la comunidad judía ortodoxa de un barrio de Londres entra en proceso de duelo sin esperar que la hija Ronit regrese para el funeral de su padre. Sin embargo, su llegada se produce y así comienza a desarrollarse una historia de amor, deseo, decisiones y libertad. El arribo de esta mujer desde Nueva York es el punto de partida de Desobediencia (Disobedience, Reino Unido/Estados Unidos, 2017), un drama que bien sabe atrapar tanto por su calidad cinematográfica como por la tensión que sostiene en ese tipo de silencios que hablan, en esas miradas y gestos que manifiestan emociones latentes.

Rachel Weisz se luce en el rol de una fotógrafa que se alejó de su lugar de crianza. La peli se centra en la comunidad judía ortodoxa.

En la línea de Poco Ortodoxa –aquella serie que ilustra el conjunto de tradiciones e inflexibles preceptos que, particularmente, las mujeres deben acatar en una comunidad judía más que similar–, esta realización de Sebastián Lelio (nacido en Mendoza, nacionalizado chileno y ganador del Oscar por Una mujer fantástica) hace que el encuentro actoral entre Rachel Weisz y Rachel McAdams sea una conjunción perfecta al momento de interpretar a una fotógrafa, Ronit Krushka, que se marchó de su lugar de crianza para ejercer su libre albedrío –precisamente– en la gran ciudad estadounidense, y, en paralelo, Esti que cumplió con lo impuesto por los jefes espirituales al conducirla hacia el matrimonio. Era el matrimonio el que pondría las cosas en su lugar, luego que ambas mujeres siendo más jóvenes mantuviesen un encuentro amoroso. Una eligió (o huyó) y la otra, en respeto a su fe y sin mayores posibilidades, se mantuvo casada con Dovid (Alessandro Nivola), el elegido para suceder, ahora, al rabino. Vale decir, al líder de la hermandad social, ritual, cultural y religiosa. Cuestión para nada menor desde el principio al fin del largometraje.

A propósito, el registro melodramático del filme se sostiene en la certera dirección de Lelio para narrar las angustias contenidas y la sexualidad reprimida. Sin estridencias, aquel deseo de la adolescencia aflora en los sentimientos y en los cuerpos de ambas mujeres, haciéndose vida. En gran medida, la desobediencia del título del filme se manifiesta en la historia personal escrita en lo corporal. Ese foco narrativo se consuma en la fotografía, el vestuario, la banda de sonido y la ambientación de viviendas y calles, donde parece imperar una penumbra tensa, real y simbólica.

Del mandato a la liberación

Al margen de una de las escenas de sexo –que no deja de ser un grito orgásmico y bello de libertad–, el reencuentro entre Ronit y Esti favorece la puesta en discusión sobre las mujeres que “desaparecen detrás del apellido del marido” en contraposición al deber del matrimonio ligado indefectiblemente a la maternidad porque “envejecer sola, sin familia” es envejecer “sin alegrías”, dicho todo esto en una cena familiar. Para la fotógrafa (excelente actuación de Weisz), neoyorquina por elección, autónoma y autosuficiente, el discurso de la tradición sobreviene cual reliquia medieval. Pero para Esti (espléndida McAdams), las cosas se presentan mucho más difíciles. En efecto, plantarse frente a su esposo equivale, ni más ni menos, que hacerlo frente a una serie de mandatos y obligaciones patriarcales que se contradicen con el libre albedrío. Ahora bien, ni una es tan libre ni la otra se resiste tanto al desacato. De hecho, en los conflictos y rechazos personales que atraviesan una y otra se arraiga el meollo de la trama.

La película –basada en la novela homónima de la británica Naomi Alderman– se vuelve una perla interesante para quienes disfrutan de ese cine que no requiere de superproducciones ni cuantiosos aportes técnicos para poner en imágenes el valor de la condición humana. Suficiente razón para rescatarla del común denominador que rige la oferta publicitaria de Netflix, donde se la puede hallar.

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