Una clase, una obra

Escena y aula, ¿en qué se parecen? ¿Se puede incidir en el tiempo del mundo o hay que ir detrás? Una relectura de Rebelión en la granja en una secundaria.

Doy clases en una secundaria pública que integra alumnos y alumnas con capacidades diferentes. Con los terceros años estamos leyendo Rebelión en la granja, de Orwell. Nunca un texto tan posible de enlazar con el clima de época, aunque esté escrito con el fondo histórico de la Revolución Rusa y la Guerra Fría. Pero no lo leemos en ese contexto, leemos la revolución posible de los personajes y las tensiones de lo comunitario con el poder.

Pregunto al curso más desorganizado, si alguien quiere leer en voz alta. Venimos trabajando la voz fuera de la currícula: volvieron mudos después de pandemia y el barbijo es un refugio para no hablar. Pasan del murmullo al grito pelado para decir que no se aguantan. Pero esta vez, han pasado esas tormentas: la de verse vulnerables y poder hablar de eso después de la fiesta de la primavera y su baile de renacer.

Levanta la mano B. Tiene autismo leve. Yo me lanzo, sorprendida, al ofrecimiento de B., quien arranca sin pausa, ubica el párrafo y lee, con una media voz. En diferentes lugares del aula, cinco o seis chicos y chicas piden silencio al resto. “¡Nos callamos, lee B.!”

El aula se limpia de voces y risas. Solamente B. se oye. Le pido que empiece de nuevo. El ulular de la lectura de B. es de transmisión con interferencias: trastabilla, retoma, repite, vuelve a empezar, hace pausas, respira, dispone su cuerpo como una roca redonda y firme. El aula entera, oye. Leen en silencio las mismas palabras que B., en los libros o en el celu. No interrumpe nadie. Dejan correr esta melodía altibaja, de ida y vuelta sobre las oraciones, hasta que B. se calla. Mira el frente. Todos levantan la vista del libro. El aula estalla en un aplauso. Aplauden un rato largo y sin decir nada, B. se ríe, se le ensancha la cara. Yo lloro y río a la vez.

En esta realidad, en este mundo, está el toque. No siempre. Pero un curso de adolescentes que esperan el tiempo de B., que le disponen el escenario del silencio alrededor de su voz, que se dejan estar en ese acompañar, en esa decisión, sí está. Mientras el otro lee, hacen ese silencio material, denso de casa, ladrillo por ladrillo. Dicen acá podés leer.

La rebelión es saltar a ese vacío: alguien lee por primera vez en un aula pospandémica, en un tiempo que no es el de la rapidez de nada. No importa si el mundo no nos espera. ¿Se puede incidir en el tiempo del mundo o hay que ir detrás? ¿Qué aprendizaje hay acá? A rapidez, lentitud y media. A resultado, escucha. A individualismo, silencio. A diferencia, aula compañera.

También, fui al teatro después de mucho tiempo, incluso mucho tiempo pre pandémico atrás. Fui a ver la Comedia Universitaria 2020. Obra: Las hortensias también mueren, de Javier Bonatti, Lautaro Ruatta y Julieta Vigo. La obra superpone muchas historias: dos actores que van a un mundial de teatro, un director que se suicida, las vidas de actor y actriz, la de otros actores de cine y teatro y al menos dos o tres planos más que narran la argentinidad. Es una obra multiforme, cambiante, como el virus coronado. Se mete en el cuerpo con densidad y alegría. Mientras avanzaba la obra, reía y lloraba con doble mascarita y me preguntaba si era posible una pedagogía de la actuación y la dirección.

¿Qué es esto que pasa en el cuerpo de dos actores y un director, que insisten en escribir y ensayar en pandemia? ¿Qué pasa en el cuerpo de alumnes y docentes en un aula? ¿Fue verdad la insistencia delante de las pantallas en ensayos y clases virtuales? ¿Fuimos Dave y fuimos HAL 9000 teniendo miedo y hablándonos en otra Odisea? ¿Ladislao, estás ahí, a tu lado Camila? ¿Salgo de una clase o de una obra en la clase y en la obra? La escuela es así a veces, un aula es una escena: una y mil voces que hacen una sola, discordante, superpuesta, cambiante. Un bullicio adolescente en el cual afloran los panics atacks, la risa, el grito, el silencio, la diferencia, el silencio, las voces, el ritual, el ritual.

Escena y aula, ¿en qué se parecen? Son danzas con otros, anillos de fuego, rutinas que abren paso al toque vital. No siempre y cada tanto, pero lo vemos, como el humo que dibuja algo más que no estaba ahí en la escena, entre los personajes. Rebelarse es dar tiempo a un espacio que no existe y amar ese holograma verdadero. No es feo este mundo así, aunque insista en decirnos lo contrario.

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