El paso de los sentidos en torno a la luz

La creación de Suárez usa la no figuración, los dibujos, las líneas: los cuadros provocan un estado sinestésico sobre el cuerpo de quien observa. Foto: Aimé Luna

La obra de la artista plástica Eugenia Suárez motiva el cuerpo y los sentidos.

Lo único que sé sobre escribir es que hay una verdad en el engranaje descubierto que uno tenía, y después el resto es montarse la maquinaria para esa pieza, y que a veces esa pieza va conectada al corazón, otras al cerebro, otras al no lugar de los humores, otras a la sangre. Me pasa algo similar pero del lado de la recepción, cuando estoy viendo una obra plástica de Eugenia Suárez, Mauge, artista residente en Santa Fe y originaria de Formosa.

En El paso de los sentidos (Delta Espacio) Mauge utiliza en esta muestra la no figuración. Pero para alguien como yo que escribe y necesita de la figura y del símbolo ¡oh esplendor! los cuadros de Mauge hablan y provocan un estado sinestésico sobre el cuerpo de quien mira. Voy a intentar decirlo en una enumeración evocativa:

al mirar, las obras golpean como rimas, con sonidos, con ritmo van directo al cuerpo y a sus extensiones posibles: piel ampliada, erizamiento de los pelos, estómago y humores expandiéndose y alojando sonidos (como esa experiencia universal de acercar el oído a la panza de otre, eso mismo, con esas regurgitaciones), raspadura del pensamiento, pies pesados resonando en el piso del invierno y del verano, palmas huecas que retumban en la espalda, chupamiento y globar de la sangre

circuitos expandiéndose, ojos cegados y frotados, luces titilando atrás de la cegadura, y flotando en la vista hasta resolver una figura que sigue moviéndose y dando color.

El día de la muestra hacía mucho calor. Delta estaba rebosante. Se fue poblando de a poco, yo fui una de las primeras en llegar y el hecho de ir con mi hijo permitió que no estuviera del todo concentrada en la experiencia artística, sino que el lazo con la expectación fuera y viniera, en random (es un modo privilegiado de ver las cosas, un pie acá y otro también allá). La artista iba y venía entre los presentes y dejaba un pequeño rastro explosivo: Mauge hablando de su enfermedad, Mauge llorando, Mauge contando a un grupo de personas la técnica de sus obras, Mauge agradeciendo, Mauge temblando, Mauge tomando cerveza, Mauge saltando de alegría. Un escarabajo que busca el núcleo de pica y luz, batiendo caparazones hacia la luz, entre la gente.

 

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Y las obras, los dibujos, que son líneas. Los dibujos son centro, hacia una luz que aparece como un spot sectorizado, sobre estas líneas de colores. No todos los colores, porque son colores apagados que obtienen de la luz una magnificencia densa, que puede tocarse, en la gama de los colores de la tierra que la naturaleza deja después de haber llovido, o secado, quiero decir, son colores que nombran procesos, como por ejemplo: líquenes, o musgo.

Usa la técnica del dibujo con hilos de algodón y papel, algo parecido a lo que ví cuando era niña en la casa de mi abuela Maruca, quien tenía cuadros tejidos con hilos. El artista era un vecino, Don Teófilo, un señor enorme de ojos criollos y bigote finito, que siempre invitaba a los niños del barrio a visitar su taller lleno de cuadros y piezas gigantes de origami colgadas del techo. Papel, clavos, hilos, manos moviéndose sobre la madera o sobre los pliegues, con eso podías armar una cosa extraña que iba multiplicándose y atándose como hacen las arañas con los hilos que salen de su boca, alrededor del foco de la luz, en las esquinas de las ventanas, debajo de los aleros, donde la luz se aparece, y también se apaga. Teófilo, con su nombre hilo de dios, hacía el Rey Momo de papel, gigante, para la quema en el carnaval. No se me borra de la memoria ese ese símbolo y ese pragma: una figura con corona, un rey de papel, incendiándose al son de los pies de todos los niños.

Dibujar debe tener que ver con algo de la infancia por su aparición para reorganizar la realidad. Mis alumnos lo hacen todo el tiempo en secundaria: cuando no pueden decir, dibujan. A veces los apruebo con estos dibujos (shhh). Dice Mauge que los dibujos de El paso de los sentidos forman parte de un conjunto más amplio y maleable, imágenes que estuvieron siempre en ella. “¿En qué nos transformamos mientras dibujamos? ¿Podemos dibujar desde la oscuridad?” se pregunta la artista, quien hereda de su madre y del Paraguay los borbotones abiertos del ñandutí o tela de araña, un tejido circular hecho con hilos finos en torno a un centro.

Pienso en el desborde de las obras de Mauge: la técnica, la maquinaria siempre lo es casi todo, pero ¿cómo explicar que una obra está golpeando adentro de tu cuerpo para salir y también golpea en el cuerpo del espectador, lo percute, le da ecos, lo enciende, le tira lazos, lo ilumina? La obra como un punto y un hilo, un trazar sobre ambas cosas multiplicadas, un sonar que esos hilos, ese tendido, compone y rasga sobre sí para incendiarse afuera, en otros cuerpos, alrededor de la luz.

La obra puede verse hasta el 10 de diciembre en Delta Espacio (Necochea 3799).

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