Vivir de la basura: la necesidad versus los tiempos del Estado

    La planta de clasificación de residuos de la ciudad de Santa Fe fue inaugurada en 2010: hoy denuncian su estado de abandono. Foto: Gabriela Carvalho

    El deterioro de la planta de clasificación de residuos dificulta la tarea de quienes viven de vender material reciclable. El Municipio tiene un plan ambiental pero, hasta su concreción, llegar a fin de mes es imposible.

    El olor es penetrante. A medida que va avanzando, una siente que está metiendo la cabeza en un tacho de basura olvidado al sol con grasa de pollo marinando en lixiviado de yerba. Espantarse las moscas es una tarea fútil; a los pocos segundos te conformás con que no se te metan en la boca. Así es el inicio de una visita a la planta de clasificación de residuos de la ciudad.

    El Complejo Ambiental Santa Fe está situado a la vera de la Circunvalación Oeste. Es esa montaña que los santafesinos conocemos como ‘el relleno sanitario’. Este, en verdad, es uno de los dos componentes del complejo. El otro es la mencionada planta. Y en ambos se lleva adelante el tratamiento de la basura en la capital provincial.

    De casa al predio

    Cuando las máquinas no funcionan, los camiones arrojan los residuos en el piso y los clasificadores no tienen otra opción que trabajar manualmente. Foto: Gabriela Carvalho

    El proceso de disposición de los residuos domiciliarios comienza con la recolección que hacen Cliba y Urbafe. Los lunes y jueves, los camiones depositan su carga en la planta de clasificación. Se supone que esos días, los ciudadanos tiran solamente ‘los secos’ (plásticos, latas, vidrios, papel y cartón utilizables). Los martes, miércoles, viernes y domingos, los camiones van derecho al relleno sanitario, por lo que las bolsas solo deberían contener ‘húmedos’ (yerba, restos de comida, papel mojado).

    En Santa Fe no hay reciclado per se. Lo que hay es recuperación de reciclables, a cargo de la asociación civil Dignidad y Vida Sana, que separa esos elementos, hace fardos diferenciados y los vende por kilo a empresas privadas. Hay 70 familias cuya supervivencia depende de ello.

    ¿Cuántos santafesinos conocen este proceso? ¿Cuántos saben que si los lunes y jueves meten todo en la misma bolsa, perjudican a esos laburantes, que cobran menos si el material está sucio? ¿Cuántos son conscientes de que si los demás días tiran reciclables, privan a esas 70 familias de vender más, y dañan el relleno sanitario con objetos que tardan décadas en desintegrarse? Seguramente, muy pocos.

    “La gente tira todo junto. Por eso nosotros reclamamos, a todas las gestiones municipales, que promuevan la clasificación domiciliaria, que hagan campañas”, pide Maricel Ortega, tesorera de la entidad. “Yo quiero creer que la gente no clasifica porque no conoce el laburo que hacemos y las familias que viven de esto. Pero, ¿cómo nos pueden conocer si (los gobiernos) no nos muestran?”, reflexiona.

    El galpón donde se hace la clasificación: la cinta transportadora (izquierda), los bolsones recuperados (centro) y los fardos ya formados (derecha, atrás). Foto: Gabriela Carvalho

    Cada trabajador percibe unos 30 mil pesos cada 25 días. Ese es el lapso que les lleva completar la carga requerida, que es de dos acoplados: uno de cartón (que en su mayoría les suministran Purina, WalMart y Makro), y otro con lo demás. “Si la gente separara y el material llegara como tiene que llegar, nosotros haríamos una carga por semana”, lamenta Maricel. Cada camión lleva 62 fardos, y se necesitan 10 ‘big bags’ (bolsones enormes, similares a los usados para materiales de la construcción), para hacer un solo fardo.

    Lo que reciben por kilo de reciclable va desde los 3 pesos el vidrio hasta los 120 pesos las latas. En el medio están los plásticos, con 56 pesos promedio. Basta con pensar en lo poco que pesa una lata de cerveza o una botella de gaseosa vacías para ver lo difícil que es llegar al kilo.

    Expectativa y realidad

    El relleno sanitario actual, y su planta de recuperación de residuos, se inauguró en noviembre de 2010, con maquinaria moderna que mejoró las condiciones de trabajo y salubridad. “Cuando arrancó era todo hermoso. El predio era hermoso. Pero hoy no, las condiciones son malas”, recuerda apesadumbrado Ricardo Ruiz Díaz, presidente de Dignidad y Vida Sana (DyVS).

    Maricel Ortega, tesorera de la asociación. Con cierta resignación, posa su mano en una maquinaria que ese día no funciona, mientras mira la montaña de basura en planta baja. Foto: Gabriela Carvalho

    En teoría, cuando los camiones llegan los lunes y jueves a la planta clasificadora, depositan la carga en la fosa de la planta baja. Allí, un ‘carancho’ (especie de pulpo mecánico) agarra la basura y la pone en una cinta transportadora que va hacia el primer piso, donde se produce el ‘picoteo’: los operadores van tomando lo que sirve y arrojándolo en pequeños túneles que desembocan en un galpón. Allí se produce la clasificación final y el enfardado.

    Eso, claro, en teoría. Porque con el tiempo, las cosas cambiaron. En materia de salubridad, no hace falta ahondar. Ahí están las moscas, las palomas con sus heces, y ese hedor… Ese hedor. Pero lo que más complica la diaria es la constante rotura de las maquinarias, que los obliga al trabajo manual y al ‘atado con alambre’. “Todo lo tenemos que hacer nosotros: arreglar, comprar los repuestos... Porque la Municipalidad demora y el tiempo es crucial para nosotros: no podemos demorar, nos perdemos de sacar y vender el material”, explica Maricel.

    Versión municipal

    Desde la Municipalidad, el secretario de Ambiente Edgardo Seguro admite que “la planta viene sufriendo un deterioro muy importante”, que atribuye a “11 años de un casi nulo mantenimiento”. El mismo se produjo, remarca, porque las sucesivas gestiones “se desentendieron” y firmaron un comodato con Dignidad y Vida Sana que obligaba a la asociación a hacerse cargo de todo, incluyendo los arreglos. En cambio, dice, el gobierno de Emilio Jatón modificó ese comodato, de forma tal que el Ejecutivo está al mando del mantenimiento, y la operación, ahora sí, depende de DyVS.

    También afirma que, más allá del dinero que los trabajadores sacan por la comercialización de materiales, el Municipio realiza “un aporte mensual”, con una retribución a cada uno y el pago de la ART; que se les paga un “convenio iniciativa para operar la planta de procesamiento de aparatos eléctricos y electrónicos en desuso, de 110 mil pesos mensuales”, y que “Milicic –la firma que opera el relleno sanitario- los tiene contratados para tareas de limpieza por 200 mil pesos”. Finalmente, agrega que Nación y Provincia destinan recursos para comida.

    La cinta transportadora de residuos, donde los clasificadores van separando. La mugre con la que les llega el material dificulta el trabajo. Foto: Gabriela Carvalho

    En cuanto a las demoras en la reparación del equipamiento, Seguro las admite sin dudar, pero argumenta: “la Municipalidad es un ente público y tiene controles para cada compra. No se comporta como una fábrica, que si se le rompe algo, lo compra y después ve cómo lo paga: nosotros tenemos una responsabilidad que es la administración de los fondos públicos”.

    La forma de “agilizar” sería, a su entender, no salir a cubrir “emergencias permanentes” sino “poder programar los arreglos”. Para ello, “lo que está haciendo el Estado es gestionar una planta prácticamente nueva”, anticipa.

    El plan, las obras, la necesidad

    En materia ambiental, el relleno sanitario amerita nota aparte. Pero en principio, se puede decir con certeza que lleva 11 años funcionando, y que su probable colapso estaría fijado en 2023. También, que Santa Fe no es la única jurisdicción que deposita sus residuos (supuestamente) orgánicos en él: se suman Monte Vera, Santo Tomé, Sauce Viejo, Candioti, Llambi Campbell, Laguna Paiva y Colonia San José.

    Como solución definitiva a toda situación, dicen en la Municipalidad, ya está diseñada una ampliación del relleno en un terreno contiguo, y una renovación completa de la planta de clasificación. Es un plan integral de 12 millones de dólares, prorrateados en siete años, para el cual se está solicitando financiación de Nación y de Provincia. O sea: una iniciativa a futuro, muy necesaria, pero lenta.

    Mientras tanto, desde el gobierno local urdieron tres estrategias para captar material reciclable, de manera que el mismo llegue sin mediación a la planta de clasificación. La primera es EcoBarrios: en 11 sectores de la ciudad, una vez por semana se recolectan exclusivamente los residuos secos con camiones especiales. La segunda son los EcoPuntos: esas ‘campanas’ que se ven en distintos lugares de Santa Fe, con las inscripciones ‘papel- cartón’, y ‘metal, plástico, vidrio’. La tercera es el EcoCanje, una iniciativa periódica en ciertos eventos.

    Ricardo Ruiz Díaz, presidente de DyVS. Se crió entre la basura y hace 27 años vive de ella. Añora los comienzos de la planta actual: "El predio era hermoso". Foto: Gabriela Carvalho

    “Es raro decir que no hacemos nada. Me hace sentir mal”, confiesa, acongojado, Edgardo Seguro. Aunque comprende: “Yo los entiendo porque (los clasificadores) tienen necesidades que van más allá de lo que nosotros podemos brindarles. Nos falta mucho”. Lo cierto es que desde Dignidad y Vida Sana no desmerecen, e incluso valoran, la labor municipal. Pero sí: tras una década de abandono, y con una inflación salvaje, lo remarcan: “falta, falta”.

    En cualquier caso, parece que, hasta que lleguen las inversiones, habrá que sobrevivir. A las carencias. A las roturas. Y a la pestilencia.

    —Maricel, ¿ustedes están acostumbrados a este olor?

    —Ni lo sentimos.

    —Es impresionante.

    —¿Sí? Para nosotros es normal. Aunque no debería.

    Cuánto se paga el kilo de material reciclable

    • Cartón: 28 pesos/ kilo
    • Papel blanco: 31 pesos
    • Diario: 22 pesos
    • Plástico blanco: 60 pesos
    • Plástico verde: 54 pesos
    • Plástico soplado: 54 pesos
    • Elementos de bazar: 31 pesos
    • Tapitas: 35 pesos
    • Latitas: 120 pesos
    • Chatarra: 16 pesos
    • Vidrio: 3 pesos
    • Tarimas y palettes: 150 pesos cada una

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