El máximo responsable, Carlos Reutemann, ni siquiera fue acusado; pero el movimiento de inundados sostiene la memoria hace 19 años. Foto: José Almeida.

De aquello que decimos somos responsables. ¿Cómo es posible leer, interpretar, exprimir los dichos hasta sacarle su jugo? El psicoanálisis y el fin ético de darle lugar al deseo de cada quien. Una respuesta al pedido del amo de turno.

En el año 2003, mientras gran parte del pueblo santafesino padecía los efectos de la trágica inundación de aquel 29 de abril, una exclamación proveniente de altos funcionarios se escuchaba: “¿Dónde están los psicólogos?”; se caía en la cuenta que la dimensión subjetiva era algo a atender. Más aún, se descubría lo que permanece no pocas veces velado: a la experiencia traumática vivida en el cuerpo y en lo social, le corresponden efectos en la vida anímica. Sin embargo, el reclamo de los responsables de la catástrofe hídrica no se constituía en demanda de asistencia a la población afectada; más bien, cobraba matiz de acto que pone en el ojo de la tormenta cualquier otro factor que no los impliquen. En la exigencia de asistencia psicológica, permanece dicho y oculto a la vez que quienes la enuncian nada tienen que ver con aquello que sucede. Así, detrás de un llamado de auxilio, permanece agazapada la idea de control social, interviniendo sobre las respuestas sintomáticas de quienes reclamaban que asuman la responsabilidad de lo acontecido.

En nuestra columna, pondremos sobre el escenario a los dichos, palabras que brotan a gritos, otras que se presentan mudas y aquellas que enmudecen. En fin, leer en ellas lo que se dice a pesar de las intenciones, más allá o más acá de lo que comunican. El psicoanálisis constituye nuestra herramienta fundamental en esta tarea. Servirnos de él, con el fin de propiciar una pausa que tensione el devenir cotidiano, es nuestro propósito. Después de todo, el discurso analítico ya ha salteado los muros del consultorio para devenir legado cultural al cual tenemos derecho a apelar, a partir de una posición ética: de aquello que decimos somos responsables.

Leer entrelíneas no es interpretar lo que alguien quiso decir, no implica bucear en el universo infinito de especulaciones acerca de lo que pretendió decir. La invitación es a volver a leer, a transitar una vez más por el camino de lo evidente y dado, a sabiendas de que esa marcha adquirirá nuevos sentidos, a los que cada quien reconocerá como propio. Así, quienes trabajan en instituciones de salud han podido tomar el pedido desresponsabilizador para hacerse un lugar a partir del cual cobre valor de acto de palabra el malestar, la bronca, la indignación de quienes fueron arrasados y arrasadas por el agua y por las decisiones políticas que condujeron a la inundación.

Luego, el pedido de apaciguar el dolor fue respondido a medias, lo que instaura la dimensión de la demanda, implicándose e implicando en la búsqueda de justicia y la instauración de marcas. La elaboración del malestar no es sin estas marcas, aquellas que activan la memoria y que se erigen en guardianas de lo justo.

¿Cómo es posible leer, interpretar, exprimir los dichos hasta sacarle su jugo? El psicoanálisis es el marco y la vía de ingreso –parafraseando a Freud, cuando afirmaba que el sueño era la vía regia de acceso al inconsciente que nos habita– para producir lecturas de época. El psicoanálisis está, allí donde un sujeto habla, como puede, como le sale, tanto de sus infortunios como de las respuestas que se elaboraron para hacer frente a él. Así es como, en las sutilizas del discurso del “¿Dónde están los psicólogos?” está el psicoanálisis, con el fin ético de darle lugar al deseo de cada quien. Está, entonces, en aquellos intersticios por los cuales se posibilita una respuesta, que no responda tal cual viene, al pedido del amo de turno.

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