Si Evita nos viera

Por Lucila De Ponti, diputada provincial Movimiento Evita

Paco Jamandreu fue el modista, diseñador y amigo de María Eva Duarte desde antes que el pueblo la llamara Evita Perón. Hoy, su apellido le da nombre a una cooperativa textil donde todos los días, de lunes a viernes, un grupo de mujeres llegan y ocupan sus sillas frente a las máquinas de coser, que empiezan a zumbar sostenida y persistentemente hasta ocupar todo el espacio del sonido. En ese enorme espacio de trabajo ubicado en el barrio Empalme Graneros, el ruido de las máquinas que cosen se choca en el aire con los chillidos irritantes de las amoladoras cortando madera o hierro, con los gritos alborotados de las nenas en el jardincito, con el trap que escuchan los pibes trabajando en la serigrafía o los chasquidos de la vieja máquina de Luis en la marroquinería.

Algunas de esas máquinas de coser llegaron a la cooperativa como bienes de uso adquiridos en la ejecución de un proyecto productivo del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación hace más de 10 años. Otras fueron adquiridas con los recursos obtenidos por el trabajo que esas primeras máquinas fundadoras fueron generando. Las mujeres que trabajan en la cooperativa forman parte del programa Potenciar Trabajo y reciben el salario social complementario que les permite tener una base de ingresos, a lo que le suman los recursos que juntan con la comercialización de las prendas que ahí se confeccionan. Ellas sueñan con que la marca de ropa Jamandreu pueda seguir creciendo e incrementando sus ventas así algún día, quizás, a ellas también las llamen emprendedoras o, por qué no, pequeñas empresarias. Aunque parezca lejano, empezaron con muy poco, y como se sabe, soñar no cuesta nada.

Imagino que a Evita tampoco le costó nada soñar con que todas las costureras que cosían a mano, como Doña Juana su madre, pudieran tener una máquina de coser que les sirviera para trabajar en mejores condiciones. Ni soñar con una Argentina de trabajadores con derechos, donde los cabecitas negras no estuvieran excluidos de la posibilidad de pensar un futuro, donde ellas también pudieran soñar. Y no me lo imagino porque caprichosamente quiero elegir recrearme esa idea del pasado, sino porque me resulta imposible no establecer un paralelismo entre lo que Eva significó para la sociedad argentina de mediados del Siglo XX, lo que Eva y el peronismo representaron en términos de derechos conquistados, y los desafíos que tenemos hoy para seguir caminando por la huella trazada. Toda la acción y la marca de Evita en la política tuvo que ver con visibilizar y reconocer sujetos sociales hasta entonces excluidos del status mínimo de derechos que garantiza la ciudadanía. Y de los derechos que a partir de entonces comenzaría a garantizar la condición del trabajo.

¿Cómo pensar hoy en un proceso de ampliación y conquista de derechos que permita redibujar el mapa de la estructura social a partir de la superación de la única grieta que debería ser ineludible en la conversación pública, la brecha de la desigualdad y la pobreza? ¿Cómo se construye una nueva institucionalidad que pueda garantizar la satisfacción de las necesidad más básicas y las protecciones imprescindibles para el conjunto? Son, entre otros, interrogantes fundamentales de este tiempo, los primeros de la lista si queremos mirarnos en el espejo de Evita y su enorme gesta.

Creo que ella siempre supo que un proceso de transformación tan grande en favor de las mayorías no puede lograrse sin la fuerza de las mayorías. El pueblo, los humildes, los descamisados, las cabecitas negras, no eran, en la cosmovisión de Eva, destinatarios inertes de las políticas diseñadas y ejecutadas por otros. Eran sujetos protagonistas y hacedores de las políticas públicas. El peronismo de Eva no fue solamente el de un gobierno de los trabajadores y las mujeres ocupando espacios de poder que hasta entonces les estaban vedados. Fue en su forma y en su espíritu el fin de la cancelación de la política para los humildes. Fue el gobierno de una política que no residía solamente en el palacio, que no se hacía solamente desde un escritorio.

El peronismo de Eva era el gobierno de los comunes, la invitación permanente y constante a la sociedad a ser protagonista de su presente a través de la gestión capilar y territorializada de las políticas públicas, desde abajo hacia arriba y de la periferia al centro se hacia la política como Eva la entendió. Ella supo que no existía posibilidad de dar vuelta la tortilla de la historia si no era con la potencia de la comunidad organizada empujando los límites de una realidad que siempre le había sido esquiva, de una dignidad que siempre le había sido negada.

Reivindicar la capacidad de las mayorías de organizarse en la búsqueda de su bienestar frente a la soledad de la exclusión permanente, intentando imaginar y construir escenarios posibles de integración pero también la posibilidad de intervenir con voz propia en el debate político, es reivindicar el legado de Eva.

Cuando voy a la cooperativa, donde las mujeres trabajan, donde sus hijos están cuidados, donde un plato de comida se sirve cada mediodía en la mesa, donde los jóvenes encuentran oportunidades, ahí se ve más clara la democracia como realmente queremos que sea, como creemos que puede ser. Cuando voy a la cooperativa Jamandreu pienso, ojala Evita las vea.

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