Foto: Natalia Leiderman

1. Entre Cine y Letras había diferentes pasadizos por los cuales circulaba la militancia, la amistad y el amor. Reuniones para las jornadas del 69, en el humo de los Parisiennes, jornadas semanales en cine club para ver todo, reuniones de los grupos de filosofía de Aldo Oliva, vinos después de las reuniones, encuentros fortuitos (yo estaba con mi amiga Laura en el bar de la galería y tenía sobre la mesita el libro de poemas de Seferis, y un muchacho desconocido, desde la otra mesa dice: acabo de comprarme ese libro; y así nacía una amistad).

En ese momento, aunque no era amiga de Estela, sabía quién era: una de las mujeres más hermosas de Cine. Tenía un romance con un profesor mío y era vox populi. Hermosa, inteligente, sensual.

En los videos de entrevistas que circulan por las redes, se la sigue viendo de ese modo. También confiada, a veces riéndose de ella misma, hermosa de nuevo.

La amistad, el amor, el sexo, son como la vida misma: un instante incandescente, y luego la nada. Algunes tienen la suerte de poder pactar una convivencia de muchos años, pero son los menos.

Nos hicimos amigas durante los tiempos de la dictadura. Yo ya me había recibido. Ella tenía una hija.

2. Feministas avant la lettre, nunca nos preguntamos si éramos libres; ninguna había nacido para ser sometida ni sufriente. Más que libres, andábamos sueltas, porque, por hache o por be, nuestras respectivas madres no habían sido amorosas con nosotras. Eso nos obligó, diría, a buscarnos sin sujeciones de ningún tipo. Chicas locas, aventureras, confiadas, solidarias. Mujeres apasionadas, diría D. H. Lawrence vía Ken Russell. Como sí pudimos serlo con nuestres hijes, porque hicimos análisis, porque tuvimos suerte, porque criábamos juntas a nuestres cachorres; más bien creo que fuimos parte de una generación que vivía en comunidad. Y pensábamos en grupo, hasta en el futuro, de similar manera. Una conversación de aquellos tiempos era: así como nos liberamos de nuestros padres, deberemos liberarnos de nuestres hijes. Compraríamos terrenos colindantes, en Córdoba, y eso sí, cada une tendría su propia casa, y nos cuidaríamos en nuestra vejez a nosotres mismes. Decía Elda: yo no tengo problemas en compartir el living, o el comedor, pero, eso sí, la cocina tiene que tener baldosas negras y blancas. Tipo tablero de ajedrez.

Pienso que no me equivoco si digo que no hay pasiones, sino gente apasionada, que cuando inicia un proceso, pone todo el cuerpo, todo lo que es. Eso era leer, casi furiosamente. Y estudiar. Pasarnos libros, comentarlos; podíamos tener una biblioteca.

3.

No.
No me sostengas que no voy a
Caerme.
Sólo se caen las estrellas fugaces
Y yo –te dije–
quiero permanecer.

Ayer leí estos versos del poema Principios de febrero. Y me acordé de los momentos en que, sentadas en el patio de su casa, tomando vino, rodeadas de plantas, mientras nuestras hijas jugaban por ahí, me contaba de cómo le fascinaba el final de un poema de Gottfried Benn:

Sosténme, que me caigo!
Mi nuca está tan fatigada.
Oh, este febril, dulce,
postrer olor de los jardines.

Muchos años después suspendió el éxtasis y le contestó al poeta alemán sustrayéndose al destino de las mujeres quienes, para él, son “algo para una noche” y va y le contesta, no sólo que no necesita sostén, sino también: “Un hombre es bueno para una noche. / Cuando amanece es un reflejo dorado / sobre la cama donde se toma café”

Y después de decirlo –tantas veces– como si el Amor mismo se hubiera materializado frente a ella, nos poníamos a conversar, como dice por ahí, sin ton ni son, preguntándonos, sin que esa pregunta supusiera preocupación molesta, en cómo era posible que poetas tan grandes como Gottfriend Benn y Ezra Pound hubieran elegido el nazismo o el fascismo.

Hace muchos años nos distanciamos bruscamente. Era el hada que no invitaron, pero era el hada: podía hacerte flotar entre nubes blancas y blandas y podía echarte una maldición de muerte sin titubear. Demasiado para mí, demasiado para ella. Porque ese temor de dejarse aniquilar por el exceso: “si llegaba a acostarme con él, me iba a prender de las ruedas del avión e iba a quedar destrozada en la pista”; ese temor también es un exceso.

Exceso de ternura: Una vez entré en su librería. Era una mañana soleada y le conté mi preocupación del momento: Loca, engordé, estoy pesando 51. Ella se sonrió, pasó una mano por mi panza, que yo exhibía alarmada, me dijo: Pero esta pancita es tan linda. Yo sentí que mi frivolidad se estrellaba contra esa dulzura inesperada que me hizo avergonzar.

Desmesura es la palabra. Si te decía las peores barbaridades –sé que se burló de mí cuando me casé: mujer grande, casarse a los 40, me cuentan, yo me hubiera reído con ella–,  o la más grande de las delicadezas, era porque podía. Tenía ese poder de quienes ven la realidad a través de los intersticios de lo que el mundo propone. El poder de quienes conocen las palabras. Y las palabras, en su desvarío, saben volverse un hacha y partirte la cabeza, pero también se dejan acariciar como gatos al sol.

De vez en cuando, hacía nacer un poema. No escribía mucho porque desconfiaba de la prodigalidad. Desconfiar de lo excesivo. Sin embargo, hay generosidad en quien da al mundo poesía tan exquisita, y dos hijas tan hermosas.

4. En una entrevista dice “Hay mujeres que con dos mangos agarran al amigo que está enfermo, lo traen a la casa, buscan los remedios, solucionan todo. Y hay otras que están papando moscas”.  Era un domingo a la tarde. Nos habían contado que Manuel estaba viviendo en una pensión muy de mierda. Nos entró una especie de desesperación. Manuel era tan tenue. No teníamos ni dos mangos, no sé cómo llegamos al centro, buscando una pensión para que él tuviera un lugar digno. Yo vivía todavía con mis viejos. No sé muy bien lo que hicimos, nos veo cerca de la plaza San Martín, habremos tomado un colectivo; las dos doblegadas por la angustia. No recuerdo otra cosa. Sé que algún tiempo después, Manuel vivía cerca de mi casa, estamos tomando algo en el living, conversando. Pero esa tarde, con Estela, es un fragmento enloquecido en mi recuerdo.

Les decía hoy a Flor y a Virginia, que en esos tiempos atroces de los 80, cuando realmente no teníamos nada, compartíamos la vida, y que, aparte de algunos momentos muy severos, no éramos de lamentarnos; al contrario, alargábamos el vino, hacíamos fiesta si podíamos cenar algo rico, y nos reíamos mucho. En casa de mis viejos, o en la suya, nos quedábamos a dormir porque no había para taxi ni la hora daba para tomar colectivos. Esa cuestión del erotismo que no solamente existe en relación con el sexo, que menciona por ahí, fue tema de conversación muchas veces, porque allí había realmente amor, la alegría del amor.

5. Leyendo los poemas donde menciona sus plantas, sus gatos, las tareas del hogar, esa soledad cuidada, creo que esa imagen de protegerse de ella misma, de quedar destrozada en la pista agarrada a las ruedas de un avión donde su amado parte, ese verse tan importante como el césped o los árboles, está en su poesía: emociones a punto de desbordarse, la evitación del aniquilamiento; porque el césped es yuyal ordenado. Pero hasta cierto punto: basta una lluvia para que en poco tiempo se desbarate. Aferrarse a lo cotidiano para que el hilo de la vida se continúe y, finalmente, te trascienda.

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